A pesar de todo ©

Capítulo 34: Quema

Dolía tanto

Recordar esa escena a cada momento en mi cabeza dolía, dolía como los mil demonios, dolía cómo si en mis venas corrieran vidrios rotos desgarrando todo a su paso.

Y es que aun no podía creer lo que había presenciado, aun no podía creer que ella… ¡mierda, mil veces mierda! Había pasado buscándola todo el día, luego que se marchara de mi oficina de aquella forma, quería explicarle que Larissa se me había acercado hasta que nos habíamos besado…, que la rechacé y le deje claro que yo amaba a Emily pero ella simplemente se fue. Y aun no entendía cómo había podido dejar que se marchara, porque no la había obligado a que me escuchara. Y le había llamado como loco, le había mandado millones de mensajes rogándole que me disculpara. Sin embargo, para empeorar todo, para que la culpa se acrecentara dentro de mí, Emily desapareció. Y juro que quise morirme, sus padres no sabían adónde había ido, sus amigos tampoco, nadie sabía nada de ella. Pasamos toda la madrugada buscándola, contactando a sus amigos y compañeros en Santa Clara y siempre era la misma respuesta: no sabían nada.

Y temí lo peor porque ella no era así o bueno, era lo que en esos momento creía.

Por la mañana, iba conduciendo mi camioneta de regreso a Campbell cuando mi móvil alertó que un mensaje había entrado. Y era ella, recuerdo muy bien que el alma me regresó al cuerpo, que sonreí y limpié las lágrimas que se formaban en mis ojos. Ella estaba bien. Sin embargo, al llegar hasta el lugar donde me había citado algo dentro de mí se removió con incomodidad, era un callejón que estaba justo detrás del supermercado de la ciudad, el cual daba para un motel de mala muerte y dude, justo cuando creí que me había equivocado de dirección vi su auto estacionado. Y miles de ideas se formaron en mi cabeza, pero ninguna se asemejaba un poco a la realidad que estaba por encontrar, por descubrir.

En la recepción no había nadie, subí hasta la habitación veintitrés, pues según su texto ahí estaba alojada. Y conforme iba subiendo el pecho comenzaba a apretarse, la emoción queriendo dominarme pero había algo más que no lo permitía, un presentimiento tal vez. Recuerdo que la puerta estaba entre abierta, de inmediato un sudor frío recorrió mi espalda, abrí con lentitud. Mi vista cayó al suelo, a la ropa tirada por todo el lugar para un segundo después escuchar un gemido proveniente de la cama que de inmediato me alertó, una mujer yacía ahí, envuelta en esas sabanas oscuras, con el cabello revuelto que no me permitía distinguir a quien dormía.

Entonces, cuando esta se removió y su cabello se apartó, develando un rostro, su rostro, la realidad cayó de golpe sobre mí y una bala directo al cráneo hubiese sido más amable que todo el tumulto de emociones que me llevaron a la locura, la decepción se acrecentó en mi interior, el dolor se inyectó en mi torrente sanguíneo, porque simplemente no podía ser.

Me acerqué con lentitud, como si la imagen tenía enfrente fuera un espejismo y es que hubiese preferido eso mil veces a que todo aquello fuera real. Sin embargo, para empeorar todo, sus suaves gestos se hicieron presentes haciéndome retroceder hasta que me incrusté en el costado la esquinera de un mueble, entonces, para que todo aquel cuadro tuviera sentido, ese hombre salió. Y aun sus palabras bailaban en mi mente, pues habían sido como gasolina para el fuego y la ira que quemaba en mi cuerpo.

—Es toda una fiera en la cama, eh —dijo casual, haciendo uso de una sonrisa petulante y sin pensarlo, con la ira invadiéndome, de un movimiento me lancé sobre él, llevándonos hasta el suelo y de inmediato mi cuerpo tomó mente propia y en lo único que podía pensar era en matarlo, mis manos se movían agiles sobre su rostro, abriendo la piel, sacando sangre a borbotones, deseando ver como la luz de sus ojos se extinguía pues él había hecho, minutos atrás, exactamente lo mismo conmigo.

Sin embargo, un susurró apenas audible, me detuvo, su voz siempre había tenido un efecto tranquilizante en mí, y en esa ocasión no había sido diferente. Todos mis músculos se tensaron, la ira se fue diluyendo y el dolor dominó entonces. Solté al bastardo, medio moribundo, entonces me levanté y la enfrenté, sus mirada adormitada, desorientada…, pero sonreía, la felicidad clara en sus gestos, ¿qué diablos se creía? Era a causante del mayor dolor en mi existencia y eso la hacía feliz, ¿qué clase de mujer era Emily?, ¿de qué clase de mujer me había enamorado hasta el punto de querer vender mi alma al diablo? Fue entonces cuando quise lastimarla, deseaba herirla peor de lo que yo me encontraba y así lo hice.

—¡Al primer problema que tenemos te vienes a revolcar con otro! –dije gritando, provocando que soltara un respingo. Miré como trataba de ponerse de pie, pero su cuerpo tambaleaba, a punto de caer, y como reflejo, con la preocupación haciendo su aparición, me acerqué. Y comprender que a pesar del dolor que sentía el amor por ella aun seguía ahí, casi intacto, me llenó de odio contra mí mismo. Y deseé odiarla con todas mis fuerzas.




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