Emily
A veces la vida tiende a jugarte muy sucio, tanto que el lodo y en peores casos barro, que te salpicó, queda permanente en ti y es como una señal, un recordatorio, para que, cuando vayas por ahí y ya lo hayas olvidado, te veas y recuerdes que siempre seguirás así, embarrada. Y todo lo que me había pasado en esas últimas semanas era eso: barro, del más repugnante y pegajoso que me serviría siempre de recordatorio de mí mala y miserable suerte.
Llevaba ya un mes que no sabía nada de Kyan, treinta y un días que sentía que me consumían. Me sentía seca y la sensación de bienestar que tanto anhelaba la veía lejos y a veces pensaba que quizá nunca llegaría. Laura y mi madre pasaron mucho tiempo insistiendo en que fuera al médico, pues mi peso había bajado de forma exagerada, mi sueño no era normal pues constantemente me levantaba llorando, gritando el nombre de Kyan, deseando con todas mis fuerzas que él regresará, pidiendo al cielo que todo fuese un horrible sueño, pero cuando la realidad se presentaba, me golpeaba y me hundía más, de tal forma que la salida del agujero en el cual me encontraba la concebía lejana, imposible.
Y esa era otra noche en que no había logrado dormir, no del todo, pues casi siempre me despertaba de madrugada y el volver a conciliar el sueño se volvía una tarea imposible. Y nada conmigo parecía estar bien, pues aun no les había dicho a mis padres que todo el alimento que ingería lo vomitaba y había intentado controlarlo pero sencillamente no podía y seguramente a eso se debía mi gran bajo de peso. Aunado a mi mal sueño, creo que pronto podría contraer una enfermedad, anemia o morir. Asimismo, semanas después que Kyan se fuera, decidí ir a un ginecólogo, quería saber si en verdad me habían hecho algo, y para empeorar todo, el médico me dijo que fui demasiado tarde, que para comprobar tuve que haber ido recién todo pasó, para encontrar restos de fluidos o cualquier otra cosa que indicara que, en efecto, me habían violado, entonces era claro que esa incertidumbre me perseguirá toda la vida, y eso era más barro que se sumaba a mi cuerpo, a mi vida.
—Buenos días, mi cielo —saludó mi madre, sirviendo mi desayuno en la mesa.
—Buenos días. —Sonreí. Y con todas mis fuerzas empecé a comer, sentía unas enormes ganas de ingerir y esperaba al fin poder retenerla en mi estómago, pues era raro cuando algo lograba quedarse en mi estómago y con todo lo desagradable que implicaba vomitar, intentaba no hacerlo, comía con calma, para que esta fuera bien recibida.
Quedaba menos de un mes para que la universidad terminara y estaba contemplando la posibilidad de cambiarme e irme a una diferente, muy lejos de todo y todos. Pero no sabía si lo soportaría, ya que, llámenme estúpida, aun contemplaba la posibilidad de regresar con él, pero a la vez sentía que era lo mejor, irme lejos, donde no habría posibilidad de verlo durante mucho tiempo, donde sólo viviría con el fantasma de su recuerdo, que sería mucho más llevadero que verlo desfilar frente mío y soportar sus miradas llenas de odio y desprecio, no lo resistiría y además no lo merecía. Porque también había sufrido, tanto que Kyan nunca tendría la idea de todo lo horrible que había vivido, de lo triste que era verme a veces en el espejo y no reconocerme, de estar a punto de dejar las materias porque simplemente no sabía qué hacer con mi vida, de haberle perdido el sentido. Y me enojaba mucho, porque sabía que si él estuviera conmigo no me sentiría tan pérdida, estaría mejor, pero dolía mucho reconocer que no le había importado, no lo suficiente. Ni siquiera me había dado la oportunidad de hablar, en cambio me había gritado, me había dicho cosas horribles, cuando lo único que necesitaba era que me permitiera cinco minutos y le diría todo. Pero ya estaba harta, cansada de salvaguardar una estúpida esperanza. Él se había ido, primero dejándome sola a merced de ese hombre y segundo se había largado sin decirme nada, sin darme tiempo para una explicación. No podía seguir así, él no merecía mi sufrimiento.
Tenía que aprender a sobrevivir sin él; con la sensación que una parte de mi ya no estaba, porque él se había llevado todo lo bueno que tenía, resignarme que ya nada sería como era, que ese amor que quemaba en mi pecho no me ayudaba en nada para lograr olvidarle o al menos hacerme a la idea que él ya no estaba, tenía que acostumbrarme a su vacío. Ya no tenía de otra. Yo valía mucho para sufrir de esa manera a la que él me había confinado, tenía que comprender que antes de él yo estaba bien y que debía de volver a estar bien, me lo debía y estaba decidida a hacerlo.
Dos meses…
Y Kyan seguía tan presente como si nunca se hubiese ido.
Esa tarde salí de mi casa, ya estaba poco a poco recuperando la vida que antes, de él, tenía. La tranquilidad lentamente comenzaba a menguar todo el dolor, rencor e irá que quedaba en mí. La tarde era calurosa, estábamos a poco menos de un mes para que llegara el verano y había salido a hacer las compras. Llegué al supermercado, cogí una carretilla y comencé mi recorrido por todos los pasillos, tomando todas las cosas necesarias, después de tanto tiempo al fin me sentía un poco liberada, pero algo me decía que no por mucho. Y esa sensación no me gustaba, era la misma de aquellos días, mis manos comenzaban a sudar, algo no estaba bien, o algo no estaría bien. Llegué a la sección de carnes y tomé algunos, un escalofrío desde mis pies hasta mi cuello me hizo perder el equilibrio, la visión pronto se volvió negra, iba a desmayarme. Logré agarrarme y sostenerme, comencé a respirar, y poco a poco fui recuperándome. ¿Qué había sido eso? En fin, no le tomé importancia y le eché la culpa a mi vaga alimentación, que aún no mejoraba, mi peso aun disminuía y yo seguía sin ir a un doctor. Salí hasta el estacionamiento y guardé todo en el baúl de mi auto, entonces recordé que debía comprar el periódico para mi papá. Busqué un kiosco y cuando vi uno, me acerqué y lo pedí, caminé con el periódico en mis manos mientras lo iba ojeando… cuando vi un anuncio y de inmediato mi mundo volvió a desquebrajarse.