—¡Te odio! —exclamé, al tiempo que me levantaba de un brinco del sofá, donde minutos atrás había estado luchando por librarme de él. Y es que ya no soportaba, el estomago me dolía, respirar costaba y las lagrimas estaban asomándose sobre el borde mis ojos. Definitivamente Kyan no entendía que por más tiempo que hayamos pasado lejos las cosas en algo si seguían igual: yo no toleraba las cosquillas y él parecía ensañarse con eso. Así que, si iba a huir lo haría.
—¡Ven!, no seas cobarde. —Sus pasos se escuchaban cada vez más cerca de mí. Y no quería volver a ver, sino más bien, fijar la vista en el camino y así evitar tropezar y caer. Abrí con rapidez la puerta de cristal que daba al jardín y seguí corriendo, tratando de llegar hasta la verja que daba a la arboleda que se hallaba atrás de la casa. Esa era mi misión. Entonces, cuando me encontré rodeada de un sinfín de inmensos arboles, me situé detrás de un grueso tronco que me servía como el escondite perfecto—. ¡Emily! —Llevé ambas manos a mi boca, sallándola y así evitar que la risa me delatara. De pronto se detuvo, entonces lo observé comenzar a mover su nariz como si estuviese ¿olfateando? Lo escuché reír—. ¿Ya te había dicho que tu aroma es tan singular y delicioso? —Fruncí el ceño, ¿y eso qué?—. Pues sí, lo es y en este momento tu aroma me está guiando hasta ti.
—¡Demonios! —murmuré, entonces al verlo andar en mi dirección, retrocedí, quebrando unas ramas en el proceso, fue en ese momento que me vio y más tardé en entender lo que ahí pasaba cuando Kyan ya venía corriendo velozmente en mi dirección. Giré torpemente pero de un segundo a otro yo ya me enraba atrapada entre sus brazos que me sujetaban de la cintura.
—Te tengo, bonita.
—¡Suéltame!, ¿sí?, ya no huiré, lo prometo. —Entonces cuando me hallé libre, di un paso hacia atrás y volví a correr.
Y no tardé ni dos segundos cuando sentí todo de cabeza. La sangre se acumulaba en mi cabeza, mi cabello colgaba y solo podía ver cómo me llevaba a cuestas de regreso a la cabaña. Entonces, comencé a removerme a exigirle que me bajara pero su única respuesta era sonoras carcajadas que me enfurecían, ¿qué se creía?, ¿Qué podía usar su fuerza bruta para someterme? Pues estaba equivocado. Sin embargo, cuando creí entraríamos a la cabaña, mi sorpresa fue que siguió andando hacia quien sabe dónde, afuera hacia un frio terrible, pues el invierno ya se había asentado sobre nosotros.
—¿Adonde me llevas? —Silencio—. ¡Ey!, tengo mucho frio, me va a dar una pulmonía sino me reguardo del frio —dije quejándome, pero era como si no hubiese dicho nada pues él seguía andando, adrentandose en la arboleda, el viento soplaba, anunciando que la nieve estaba por caer. Entonces luego de un rato, se detuvo. Me bajó con habilidad de su hombro, sosteniéndome de mi cadera con firmeza, pues estaba mareada.
—¿Te sientes mejor? —preguntó al notar como dejaba de aferrarme su chaqueta. Asentí con la cabeza y si un paso atrás, ignorando el hecho que aun sentía que la cabeza me daba vueltas. Crucé mis brazos y lo miré retadora.
—Si me enfermo, será tu culpa… —Pero al fin de cuentas logró que salieras de la cabaña, refutó mi consciencia. Bufé, todo había pasado porque yo me negaba a salir, Kyan quería mostrarme un sitio que había descubierto y a mí no se me apetecía salir, entonces todo comenzó, él me atacó con cosquillas y yo huí, sin saber que estaba haciendo justo lo que él quería, ¡argh, como lo detestaba!
—Deja de resonar y date la vuelta y mira… —Rodé los ojos y giré sobre mis pies, de inmediato mi boca se abrió con asombro—… esto era de lo que hablaba, ¿verdad que es hermoso? —susurró sobre mi oído, enviando ondas de calor que me recorrieron de pies a cabeza y tenía mucha razón el paisaje que tenía enfrente era hermoso. ¿Todo eso había en ese lugar? Un pequeño lago yacía justo enfrente, a unos cuantos metros de distancia, el agua era quieta, su claridad y cristalino era reflejada por los rayos del sol que se derramaban sobre sí, develando su hermosura, volviéndolo una imagen etérea.
—Es hermoso… —murmuré, acercándome a Kyan, pasando una de mis manos por detrás de su espalda y acomodando mi mejilla contra su pecho, cerca de su corazón.
—Sabia que te gustaría… —Acunó mi barbilla y me besó, con suavidad y lentitud, delineando mis labios, amasándolos con parsimonia. Pero aquel beso que comenzó como algo dulce e inocente pronto salió de proporción, pues nuevamente el deseo y la necesidad se coludieron, envolviéndonos en esa tan espesa bruma, en esa marea de la cual difícilmente podíamos escapar, ilesos. Regresamos a la cabaña y ahí, en la estancia, volvimos a hacer realidad aquella unión, que nos acercaba hasta las estrellas y nos liberaba hasta caer y sumergirnos en las aguas del placer. Hacer el amor con Kyan siempre había sido algo mágico, indecible y demasiado real.