La mañana siguiente desperté pensando que todo era un sueño, que jamás había conseguido el barco, que jamás había recordado que ella se había ido, por el simple hecho de que PENSABA que ella seguía conmigo. La pesadez que me arropó en sus brazos, con delicadeza, me abrió las puertas de su hogar. Dejándome entrar, pero ahora me arrepentía tanto.
Tenía que levantarme, pero después del día de ayer, donde la había recordado con fervor, todo se hacía más difícil. Una llamada telefónica resonó en el minúsculo barco, me levanté y el frío me recorrió de pies a cabeza.
—¿Hola? ¿Sam?—una voz que tanto recordaba; me quedé sin habla, era ella, pero ¿Por qué? ¿Qué la hacía llámame después de meses sin hacerlo?
—¿Jiaying?—mi voz sonó más nerviosa y necesitada de lo que me gustaría. Pero era ella, ella me ponía tan tonto, no iba a decir la típica frase de "vienes ahora que logré olvidarte" no, porque no había hecho ni el mínimo intento, más que eso en realidad, la había recordado con fuego en el cuerpo, con hielo en mis manos, con el sol pegando a mi sombrero.
—Sé que quizá ya no querrás hablarme —si supieras que es lo único que buscó en esta vida — pero, en unas semanas estaré viajando allí de nuevo, mis padres decidieron que ya era el momento de dejarme ir, y además necesito decirte algo muy importante — mis sentidos explotaron, se mandaron a volar, mis ojos están abiertos, mis lágrimas estaban comenzado a estar presentes en la reunión. Y yo lo único que podía hacer era cortar.
Como lo había dicho antes, no tenía planeado quedarme unas semanas o días, tenía planeado medio año, o algo parecido. Dejé el teléfono mientras avanzaba a la proa, aquel viento, aquellas olas enormes. Me asustaban ¿Se avecinaba una tormenta? Con nerviosismo alcé mi mirada buscado un refugio, busqué un puerto. El más cercano, algo tendría que haber avanzado en este lapso de tiempo, relativamente corto. Y fue cuando lo encontré, tan pintoresco como lo caracterizaba. Tan hermoso como lo recordaba, Hakodate. No había pasado muchas veces a está cuidad puerto, pero sí las suficientes para decir que estaba enamorado de aquella.
Sonreí y comencé a dirigirme, con esfuerzo y dedicación hasta donde el puerto esperaba mi entrada. Allí entre barcos y redes de pescar, gente se asomaba, gente observaba, me miraban, un sujeto en el medio del océano, navegando sin rumbo, y fue cuando una mujer ya mayor me miró y se acercó.
—¿Sam? — miré a mi izquierda luego de bajar del barco con un esfuerzo sobrehumano, una anciana tan amable y adorable, tan de mi familia. En Hakodate, vivía una parte de mi familia gran extensa, mis abuelos sobre todo, por la historia que está poseía. Al contrario de ellos, jamás me enteré de está ya que prefería no enamorarme más de la cuidad. —¿Qué haces aquí?
—Estoy viajando por el océano, pero la tormenta me detuvo — dije sonriendo, abrí mis brazos para darle un abrazo, y entonces fue cuando una chica de más o menos mi edad, llegó y me golpeó el rostro. —Oye ¿Qué te pasa? —una chica pelirroja, de ojos grises, chicos, cuerpo normalito, o quizá era mi poca intención de ver otros cuerpos además del de mi ex novia, no por las razones que en sus cabezas maquienen. Nunca fui mucho de mirar cuerpos y juzgar que era lo que tenía de "perfecto".
—¿Qué haces abrazando a mi abuela? —retrocedió unos pasos junto a Shosho, mi abuela.
—¡Ya déjame niña, es Sam, tu primo! —gritó Shosho soltandose del suave agarré que la pelirroja imponía en mi abuela. Abrió sus brazos arrugados, y yo los míos, y por una vez en todo este tiempo me sentí a gusto, me sentí extrañamente cómodo, me sentía que estaba en el lugar que tenía que estar.
—Abuela Shosho, no sabes lo que te extrañé — la abracé un poco más fuerte a lo que ella correspondió.
—Yo más mi calabaza, ¿Cómo haz estado sin Jiaying? —preguntó ella separándose de mi, una mala pregunta, en un mal lugar. Miré el monte Hakodate y suspiré con melancolía. Allí había sido la primera vez que viajamos a una cuidad, y ella se vino conmigo, éramos novios, pero ese día le dije lo tan enamorado que estaba de ella, fue nuestro primer "Te amo".
En el monte, unas vistas nocturnas espectaculares, unas estrellas que relucían en el cielo, y ella tan asombrada con cada detalle de la cuidad que nos rodeaba. —¿Sam, te perdiste? — mi abuela Shosho chasqueó sus dedos frente a mi, me había perdido entre el remolino de cosas que sabía y recordaba de ella.
Cada detalle, cada expresión, cada seño fruncido cuando prestaba atención, cada movimiento con las manos, cada ademán cuando estaba triste, y sus lágrimas que me terminaron de matar el día que se fue, lejos de mi, lejos de nosotros, lejos de donde todo comenzó.
—Sí un poco, he estado mal, voy a ser sincero, sin ella la vida es tonta, la curación es lenta pero el mundo a mi alrededor parece querer ir a toda velocidad como si aquella fuera Vin Diesel — dije caminando, la pelirroja aún seguía atrás de nosotros, estaba atenta a lo que decía, pero tenía un ligero sonrojo en sus mejillas. —En conclusión, tuve tiempos mejores.
—Tranquilo hijo, ella se dará cuenta de las cosas y volverá a buscarte —dijo, -ese no era el problema- pensaba yo.
—El problema es ¿Cuánto me dolerá volverla a ver? Después de todos estos meses, ni siquiera tuve la intención de olvidarla ¿Ella todavía me querrá?—dije, una casa tan tradicional como la había memorizado de chico estaba justo frente a mis ojos, luciendo maravillosa con sus pliegues en el techo, sus arcos tan tradicionales, y es que mi familia y mi bisabuela vivieron aquí durante casi toda su vida, menos mi madre que se mudó a lo que hoy es mi hogar por mi padre.
Según mi abuelo me contaba cuando aún estaba vivo, su padre había sido el fundador de Hakodate, yo era feliz creyéndole, algún día lo comprobaría.
—¿Cómo no quererte? — dijo Shosho apretando mis mejillas mientras me miraba con ternura.
—He hecho cosas de las cuales no estoy orgulloso — dije mirándola con seriedad, ella solo asintió sonriendo y se adentró en la casa.