A Segunda Vista

2. Complicaciones

—¡¿Cómo te llamas, mamá?!

—¡Va…Valenti…AAHHH!

La enfermera me intenta calmar, pero el dolor persiste.

El estruendo de las ruedas de la camilla resuena en el pasillo cuando ingresamos apresuradamente a la sala de urgencias. La adrenalina se apodera de mí mientras el personal médico se preparaba para el parto inminente; Sebastián me acompaña, ha llegado casi al mismo tiempo que nosotros.

Las luces brillantes y el zumbido de la maquinaria médica crean un ambiente cargado de anticipación.

—¡Valentina, necesito que te coloques en la camilla ahora mismo!—grita la enfermera, su voz se mezcla con la tensión en la habitación.

Sebastián sigue de cerca todo lo que sucede, sus ojos se encuentran reflejando una mezcla de ansiedad y determinación.

Luc es quien me trajo a toda velocidad al hospital, pero se ha quedado fuera. Más allá de todas las que pasamos y el bulleo por mi panzota, sigue siendo alguien con afecto por mí, quizá como su amiga.

La acción es rápida, el personal médico se mueve con eficiencia mientras me preparan para el parto. Las contracciones llegan con fuerza y me aferro a la mano de Sebastián como si fuera mi ancla en medio de la tormenta. Siento que en cualquier momento algo me va a rajar desde dentro.

—¡Vamos, mamá, vamos a conocer a nuestro pequeño guerrero!—dice el médico, alentándome.

No entiendo cómo no me di cuenta de que estos dolores eran contracciones, realmente pensé que eran cólicos en puerta. Me ha pasado antes, no me juzguen, una madre no puede distinguir entre dolor de estómago y la señal de que viene el bebé o bien de orina con rotura de bolsa cuando tienes una criatura que te empuja todo desde adentro y vas conociendo tu cuerpo de a poco. ¿Que una madre puede saberlo todo acerca de su bebé y de sí misma por el embarazo y ese cuento? ¡Patrañas! No quiero romper con ilusiones de nadie acá, pero es una realidad que no existe un sexto sentido cargado de magia en cuanto empiezas a engendrar a un bebé dentro de ti.

La sala se llena de un caos controlado mientras avanzamos hacia el momento crucial. Sin embargo, conforme el tiempo pasa, la situación toma un giro inesperado. La expresión del médico se vuelve más seria y prácticamente me piden de a poco que deje de pujar.

—¿Qué sucede?—pregunta Sebastián, captando también que algo no va bien.

—¡Rayos, me va a partir al medios!—digo con desesperación y las gotas de sudor saltándome por la frente.

—Hay complicaciones, Valentina. Debemos considerar una cesárea de emergencia para garantizar la seguridad de ambos.

La noticia cae como un yunque en la habitación. Las lágrimas amenazan con emerger, pero mantengo la compostura, confiando en que el personal médico tomará las decisiones correctas. Sebastián asiente, su mano apretando la mía con fuerza.

Okay, si antes tenía la sensación de que me rajaban en dos, literalmente que ahora con la cesárea lo harán.

—Hagamos lo que sea necesario para asegurarnos de que ambos estén bien—dice Sebastián con determinación.

¡Claro, porque tú no estás en esta camilla mientras un niño busca abrirse paso desde dentro de ti!

Las cosas se mueven con rapidez. La decisión está tomada. Me preparan para la cesárea de emergencia. La sala de urgencias se convierte en un escenario de acción frenética mientras el personal médico trabaja con diligencia y protocolos que tienen internalizados al detalle.

—Valentina, vamos a administrarte la anestesia ahora. Solo relájate, estarás bien —dice el anestesiólogo con calma.

—¡¿Qué?!

Ay, no, cómo que me van a dormir, quiero estar despierta para todo, quiero ayudar a que el bebé nazca bien.

¡Debo garantizarle a Sebastián que su hijo nacerá bien!

Me colocan una mascarilla con gas.

—¡Do…doctor…!

—Cuenta hasta diez, por favor.

—P…pero…

—¡Uno, dos, tres!—escucho a Sebastián a mi lado.

—El papá debe salir—advierte una de las enfermeras.

¡No puedo estar dormida y Sebastián fuera! ¡¿Qué complicaciones hay?!

—¡Cuatro, cinco, seis!

—Señor, debe despejar el área médica de quirófano ahora, por favor.

—¡Siete, ocho…!

Mientras la anestesia se propaga, siento un adormecimiento gradual. La tensión en la sala se disuelve y todo se desvanece mientras entro en un sueño tranquilo. La última imagen que veo es la mirada preocupada de Sebastián antes de que la oscuridad me envuelva por completo.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.