A Segunda Vista

7. Todo y nada a la vez

Narrado por Valentina

 

Me despierto con el sonido de mi celular, pero a decir verdad no he descansado mucho. Cuando me giro para mirar el móvil, descubro que Luc se ha levantado y está trabajando en la cocina, hay un atisbo de aroma a café recién hecho en el ambiente que llega hasta el cuarto.

El mensaje que destella en la pantalla es de Sebastián; de hecho no es uno sino al menos cinco. ¿Y esto? Abro el mensaje y veo varias fotos de una niña hermosa, de ojos azules y cabello rubio. Es mi hija.

“Buen día! Pensé que quizá querías tener algunas fotos de ella. Espero te estés recuperando, Valentina! Estoy eternamente agradecido contigo. Saludos!”

Siento un nudo en la garganta y las lágrimas se me escapan. No puedo evitarlo. Me pregunto cómo habrá sido su primer día, si será feliz, si me extrañará. Sé que Sebastián es un buen hombre, que la cuidará y la amará como su propia hija, que incluso su cercanía con la doctora sabionda será garantía de cuidados técnicos que yo no sé más que por pura intuición. Pero yo también la amo. Soy su madre biológica. Y siento la necesidad de ser una madre para ella, este era precisamente uno de mis mayores temores por los cuales consideré en su momento abortar, pero en estas circunstancias que veo a Dana, realmente estoy dolida por haberlo considerado siquiera.

No sé qué hacer. Estoy confundida y angustiada. Quiero abrazarla, besarla, cantarle una canción de cuna. Pero también quiero respetar el acuerdo que hice con Sebastián. Él me ayudó cuando más lo necesitaba. Me ofreció una salida cuando estaba embarazada y sola. Pero ahora no estoy tan segura. Ahora que la veo, siento que es parte de mí. Que me pertenece. Que no puedo dejarla ir.

Escucho la puerta abrirse y veo a Luc entrar. Se ha convertido en una suerte de soporte considerando que hay diferencias que se dejaron de lado, dadas las condiciones actuales. Él ha estado conmigo en todo este proceso. Me ha apoyado, me ha consolado, me ha cuidado. Es el único que sabe toda la verdad.

—Buenas. ¿Se le ofrece el desayuno a la cama?—me pregunta con una sonrisa.

—Hola, Luc. Estoy... bien—le digo con voz temblorosa mientras intento levantarme.

—¿Te duele algo?—se acerca a mí y me toma la mano.

Le enseño el celular con las fotos de la bebé. Él se sienta a un costado de la cama y observa.

—Oh, wow. Es preciosa—dice Luc con admiración.

—Sí, lo es. Y no sé qué hacer—le confieso.

—Quiero verla. Quiero estar con ella. Quiero ser su madre—le digo con sinceridad—. Sé que alguna vez tuve otra determinación y eso me llena de remordimientos, pero ahora quiero hacerme cargo de ella y me llena aún más de remordimientos, no es justo para la nena ni para Sebastián. Necesito estar cerca de ella aunque pueda parecer terriblemente egoísta la decisión.

—No creo que seas egoísta. Creo que eres una mujer valiente, que tomó una decisión difícil, pero que ahora se arrepiente. Y eso está bien. Todos nos equivocamos. Todos podemos cambiar de opinión. Lo importante es que seas feliz. Y si ser feliz significa ser madre de tu hija, pues adelante. Yo te acompaño—me dice Luc con cariño—. Pero el acuerdo que hicieron con Sebastián te pone contra las cuerdas de un pacto que debes cumplir. No tienes una perimetral, él te permitió sostener a la niña en brazos como querías y dudo que te lo prohíba luego, pero debes limitarte a ser una mera visita porque ella ya tiene a su propia familia.

—Gracias… Tienes toda la razón—. Suspiro largo y tendido—. Ayúdame a ir al baño que necesito una ducha.

—Ninguna ducha, te llenaré la bañera.

—¿Y si me resbalo?

—Te ayudo.

—Pero…

—Vamos, no sería la primera vez que te vería desnuda.

Inspiro profundamente y le señalo mi cuerpo.

—Soy una cosa horrible—le digo con la voz quebrada.

—¿Estás de la cabeza? Eres la mujer más hermosa del mundo que acaba de tener a su bebé.

—Pero, Luc…

Sus ojos verdes se centran en los míos y pone un mechón de cabello tras mi oreja.

—Si no hubieras elegido a Sebastián, te juro que no habría parado de insistir contigo, Valentina.

Su confesión me hace parpadear con sorpresa. Válgame, qué pedazo de confesión es esa, pero hay otra alternativa que lo hace más posible y se la expreso:

—Solo lo dices para que me sienta bien, tengo una cicatriz fea, estrías, el cuerpo gordo y ni siquiera soy madre. Soy tan fea por dentro y por fue…

—¡Oye! No vuelvas a decir eso, ¿estamos? No vuelvas a hablar mal de ti, ni te atrevas. No te lo voy a permitir.

—De qué sirve andar negando la realidad.

—Ojalá pudiera prestarte mis ojos para que te veas por un momento de la manera que yo te veo para que sepas cuán magnífica eres, Valentina.

Trago grueso.

Esas palabras sí que me generan un chispazo.

—Bueno—murmuro—, pero luego de ese baño, me voy contigo al comedor y montamos ahí nuestro home office hasta poder reincorporarnos a la empresa.

—Mmm. No estoy seguro de que sea un buen plan.

—Al menos trabajar ayudará a mi autoestima. Algo en lo que al menos siento que puedo ser buena.

Luc se pone de pie.

—Tendrás que darle luego tú las explicaciones a Oscar sino me juzgará de que ya n soy tu mentor o que te ando explotando.

—Hecho.

—Ahora—. Se frota las manos—. Dime dónde están los toallones que tengo a una mujer recién parida y hermosa a la cual bañar.

 




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