Esta no es una historia de amor.
Al menos no es sobre el amor que estamos adaptados a ver en el cine o en las novelas románticas.
La percepción que tenemos sobre nosotros mismos cambia a lo largo de la vida y llega un punto en que si hacemos una retrospectiva no nos logramos reconocer, como si nuestras acciones pasadas pertenecieran a otra persona.
Así me siento en este momento.
Tratando de atar los cabos de esta historia no me encuentro en ella, como si le hubiese sucedido a otra persona.
En ocasiones es mejor así. Esa fragmentación nos permite desnudar el alma sin temor al reproche o a la crítica, facilita narrar la memoria como si de alguien más se tratara.
Esta historia no es una novela de amor, pero me ha enseñado el valor del verdadero amor, el que nace de lo más profundo de nuestro ser y nos permite caminar con la frente en alto y la dignidad intacta.