A solas con el alma

Capítulo 1: La noticia

Éramos una pareja normal. 
Después de 5 años de relación nos conocíamos demasiado bien. No existía nada perfecto y nosotros no éramos la excepción de esa regla, pero habíamos aprendido a lidiar con nuestros puntos débiles.
De acuerdo a los calificativos modernos, estábamos dentro de los márgenes de una pareja vainilla: monogamia, estabilidad, él conmigo y yo con él.
Vivíamos solos en un apartamento prestado del tamaño de un frijol, no nos faltaba de nada porque no necesitábamos mucho.
Al comienzo de esta historia, que cabe resaltar que no es el comienzo de esa relación, ambos estábamos en la Universidad, él empezando quinto año y yo en segundo. 
Nos manteníamos gracias a sus inventos extras y era suficiente. 
Si había para salir se salía y si no había, pues el Malecón es inmenso.
La vida era simple.
Cuando aquello yo era una romántica, de las que hacía cartas y poemas, dedicaba canciones y colgaba globos del techo.
Él no se quedaba detrás, siempre fue detallista, de acertijos y frases escondidas en papelitos debajo de la puerta, mensajes pintados en los espejos y esas cosas. No tenía nada de atractivo físico, al menos no a simple vista que es la primera vista que atrapa: flaco en extremo y un rostro poco afortunado. Yo tenía una teoría que aún hoy sostengo: las personas nacen con determinadas cualidades para hacerle frente a la vida y deben suplir por el camino las que no traen naturalmente.
Por ejemplo, si un hombre es lindo y tiene buena economía, generalmente es de pocas palabras y no tiene mucha gracia para enamorar. Si, por el contrario, no es una persona atractiva y está más atrás que los cordales, pues tiene que aprender a hacerse notar de otra manera, y es aquí que nacen los mueleros como los conocemos en Cuba. 
Él estaba dentro de esta última categoría, había desarrollado una habilidad extraordinaria para la comunicación verbal y la no verbal también. En buen cubano, me mató con el detalle. Era de los que gritaba a los cuatro vientos que estaba enamorado, que hacía serenatas hasta sin saber cantar y que incluso para pedirme que me casara con él, usó de público a todo un restaurante. 
En aquel entonces, yo pensaba que había encontrado el agua en el medio de desierto, lo que toda chica quiere, ser amada y que todo el mundo se entere.
No tenía la visión para ver más allá de todas aquellas demostraciones públicas de afecto, ni mucho menos me detenía a pensar el por qué de todas ellas. 
Todo iba bastante bien con nosotros y el futuro se perfilaba juntos. Era lo esperado y lo deseado también. Su familia y la mía se llevaban bien a pesar de las diferencias.
A mediados de abril, empecé con unos malestares que me tenían descompensada por completo. Mareos, dolores de barriga, vómitos.
Pensé que era algún virus estomacal y no le di mucha importancia. 
Por supuesto que la opción de estar embarazada fue analizada, pero se descartó debido a que mi período había transcurrido sin alteraciones. Al menos eso pensaba yo.
Después de casi un mes sintiéndome morir, fuimos al médico. Para nuestra sorpresa, yo no estaba embarazada, estaba embarazadísima de 14 semanas. 
-Bueno, aquí tienen una pionera casi.
Fueron las palabras exactas de la técnica de ultrasonido. Por su experiencia en el área, nos dijo que aparentemente era una niña, aunque había que esperar al menos dos semanas más para confirmarlo, pero que ella en eso casi nunca se equivocaba.
Yo estaba en tal estado de shock que ni siquiera la frialdad del gel en mi barriga me hizo reaccionar. ¿Cómo que embarazada? Era la única pregunta que tenía en mi cabeza. La doctora nos explicó que a veces sucedía así, que algunas mujeres aún menstruaban en los primeros meses del embarazo y que evidentemente aquel había sido mi caso.
Salimos del hospital por inercia, caminando sin rumbo fijo. 
Demasiadas cosas que procesar. Embarazada, y de una niña.
¿En qué momento había pasado aquello?
El cómo había pasado ni siquiera me lo cuestionaba porque el mecanismo para fabricar los niños lo conocía a la perfección, y en esa actividad él y yo habíamos sobre cumplido el plan.
Nos sentamos en un banco de parque y ninguno de los dos rompía el silencio, hasta que yo articulé como pude las palabras ¿Qué vamos a hacer?
-No sé amor, esto me ha cogido de sorpresa. No sé la verdad.
Fue su respuesta.
-14 semanas es bastante tiempo. ¿No crees?
La doctora nos había explicado que, en caso de decidir interrumpir el embarazo, la opción era un legrado por el tiempo que yo tenía. Aquella palabra me puso los pelos de punta.
-Un legrado es algo súper peligroso, yo he escuchado cada cuento por ahí que por favor.
Le dije a ver si les daba un orden a mis ideas.
-Bueno ¿y entonces qué hacemos? ¿Tenerlo?
Me preguntó alterado.
-Tenerlo no, tenerla, es una niña acuérdate.
Le dije a la defensiva. Soy fiel defensora del derecho de cada mujer a hacer con su cuerpo lo que estime conveniente, a decidir sobre su destino y sobre su vida. 
No sé qué hubiese cambiado en mi decisión de haber llegado a ese ultrasonido y escuchar a la doctora decir que tenía menos tiempo o hablar en términos más médicos, no sé. A lo mejor de haber escuchado "el saco gestacional tiene tantos centímetros", mi decisión hubiese sido diferente.
Saber que tenía una vida latiendo dentro de mí y que esa vida podía ser una niña, me cambió la mente.
Él al percatarse de mi debate interior, me agarró las manos y me dijo:
-No creo que este sea el momento más indicado para ser papás amor. Tú y yo estamos bien así, y estamos muy jóvenes. Hay tiempo suficiente para eso. ¿No crees?
Me miró suplicando una respuesta acorde a su comentario, pero en cambio le dije:
-Es muy fácil hablar así desde tu posición, no eres tú el que tiene que pasar por eso en una camilla.
Silencio absoluto.
-Tienes razón. Vamos a hacer lo que tú quieras.
Me dijo depositando toda aquella responsabilidad sobre mis hombros.
Esa noche casi no dormimos. Él en su lado y yo en el mío de la cama, uno junto al otro, pero a miles de kilómetros de distancia, cada uno en sus propios pensamientos.
Cuando me desperté por la mañana, me sorprendió encontrarme sola en la cama rodeada de silencio. Él no estaba por toda la casa.
Me preparé para salir para la escuela y cuando estaba desayunando, sentí su llave en la puerta.
Venía sudado y ojeroso. 
-Fui a correr un poco, necesitaba pensar.
Me dijo justificando su ausencia.
No le respondí, yo también tenía deseos de salir corriendo y no mirar atrás.
Se sentó en el borde de la meseta y me atrajo hacia él.
-Mira, esto me ha cogido movido, no me lo esperaba. Pero quiero que sepas que te apoyo en lo que tú decidas. Si quieres terminar el embarazo te acompaño al médico, pero si quieres tenerlo también voy a estar contigo.
El dique que tenía dentro se rompió, dejando salir todas las lágrimas que me estaba aguantando desde ayer.
Muy dentro de mí y a pesar de los contra, sabía que quería tener aquella niña y escucharlo decir eso me quitó de mis hombros todo el peso del mundo.
Lo abracé y así estuve un buen rato.
- ¿Entonces qué? ¿Vamos a ser papás?
Me preguntó mientras me mecía en sus brazos como una niña pequeña.
Así empezó nuestra travesía.




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