A solas con el alma

Capítulo 2: El embarazo

La familia se quedó boquiabierta cuando dimos la noticia. 
Mi mamá solo me dijo:
-Asumo que si me lo estás diciendo así es que lo van a tener.
-Sí mamá, la vamos a tener, es una niña.
La vi emocionarse como pocas veces a lo largo de mi vida.
-Está bien, hay que ponerse las pilas entonces y arreglar esta casa, la niña no puede dormir en una barbacoa.
Yo no había pensado en eso. Realmente no había pensado en algo más allá de la decisión de continuar con el embarazo.
Mi casa era grande, pero estaba en candela. Mi cuarto era una barbacoa bien hecha, pero barbacoa, al fin y al cabo. Era una casa antigua de puntal inmenso que siempre tuvimos planes de arreglar, pero esos planes nunca se concretaron por falta de presupuesto. Hacía más de dos años que yo no vivía allí, pero realmente donde estábamos era prestado y había que empezar a pensar a largo plazo.
-Mami con calma. Ya veremos, no te preocupes por eso ahora.
Le dije, pero sabía que ya ella había activado todos los planes de acción.
Pasada esa semana ya era oficial que andábamos embarazados. Lo sabía nuestra familia y las amistades cercanas. 
Mi barriga estaba esperando a salir del anonimato para crecer, porque al instante de hacerlo público me salió un globito.
Me hicieron todas las pruebas y los análisis que tenía atrasados y todo estaba de maravilla. No volví a tener malestares ni nada parecido. Todo iba viento en popa.
Él consiguió un trabajito fijo en el negocio de unas amistades, que le daban chance a combinar el horario con la universidad e incluso podría quedarse allí trabajando una vez se graduara. Empezamos a comprar las cositas para la canastilla y si hay un refrán cierto es que cada niño viene al mundo con un pan debajo del brazo. La nuestra no fue la excepción.
Cada familiar y amistad que teníamos en el exterior nos ayudó. 
De momento el problema no era completar la canastilla, si no dónde guardarla.
Eran bolsos y bolsos de ropita, pomos, tetes, toallitas y pañales.
Aquello parecía una canastilla de trillizos por lo menos.
Nosotros nos encargamos de comprar los culeros y las toallitas húmedas y bueno algún que otro caprichito que me diera a mí.
Comenzamos a reparar mi casa y nos dimos cuenta que aquello era una tarea para más de 9 meses, que nos iba a agarrar el parto y ya el problema no iba a ser que la niña durmiera en una barbacoa, porque ya ni siquiera había Barbacoa; la habíamos tumbado y estábamos enfrascado en una reparación capital.
Él y yo estábamos bien en ese momento. Continuó siendo atento, lo que las irresponsabilidades, que antes no afectaban mucho, comenzaron a hacerse notar.
Hay momentos en la vida donde ser espontáneo no es suficiente y que hay que hacer las cosas cuando tocan, no cuando uno tenga deseos. Y así era él, cuando quería era lo máximo, pero cuando no quería, se podía caer el mundo a su alrededor que no movía un dedo.
Una tarde vistiéndome delante del espejo, me descubrí una estría en la barriga. Aquello era la sentencia inevitable de que más estaban por venir, era solo cuestión de tiempo. Lloré mucho, sabía que ya mi cuerpo no iba a ser nunca más el mismo. A esa primera se le sumaron muchas otras, que ya eran recibidas con más normalidad.
En esa época no pensaba mucho en lo que sería mi vida después de dejar de ser una embarazada. Para eso habría tiempo. Nuestra vida sexual continuó como de costumbre y nunca sentí vergüenza de mis cambios, a él tampoco parecían importarles. Tristemente, el tiempo para eso también habría de llegar.
Él terminó la universidad y continuó trabajando en el mismo lugar lo que ahora a tiempo completo.
Yo estaba en tercer año ya y de acuerdo con los cálculos iba a poder terminar el primer semestre, pero ya para el segundo pediría una licencia por un año para atender a la beba. No quería perderme su primer año, yo había tomado aquella decisión y lo quería hacer bien.
Así transcurrieron los 6 meses restantes de embarazo y a las 40 semanas y media no habían señales de parto por ningún lugar.

 




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