Esa noche fue terrible.
Perdí la cuenta de las horas y de las vueltas que di en aquella cama donde una vez fui tan feliz. Con las manos en mi vientre solo pensaba en Vero, dormida plácidamente en su cuna ajena al tormento que se cuajaba a su alrededor. ¿Qué iba a hacer con mi vida? ¿Qué iba a hacer con SU vida que ahora era mi responsabilidad?
Me quedaba un mes y medio para incorporarme a la universidad y un año y medio para terminarla. ¿Cómo iba a mantener una niña todo ese tiempo y terminar la escuela al mismo tiempo?
Él nunca llamó, ni siquiera me mandó un mensaje.
A las 7 de la mañana la puerta se abrió y lo vi entrar al cuarto con semblante de trasnochado.
- ¿Podemos hablar?
Preguntó.
Me incorporé en la cama con cara de pocos amigos y me mantuve en silencio, dejando la palabra en su terreno.
-Mira, lo entendiste todo mal. Ese papel lo escribió una clienta. El otro día yo le organicé una actividad para ella y sus amigas y todo salió muy bien.
Yo no hablaba, Él se pasó la mano por el pelo sabiendo que le iba a tocar explicar la otra parte de la notica.
-A ver, yo no te voy a negar que ella se me insinuó en una ocasión, pero yo le dije que estaba casado, que tenía mujer. Imagínate yo no puedo controlar lo que sienten los demás.
-Si ya veo que hay muchas cosas fuera de tu control.
Le dije sin el más mínimo convencimiento.
-¿Por qué guardaste el posavasos entonces si no era nada importante?
-Amor yo no lo guardé, lo metí en el bolsillo cuando me lo dio y ni siquiera lo leí, lo vine a ver cuando tú me lo enseñaste ¿Tú piensas que yo iba a conservar algo así sabiendo que tú podías encontrarlo?
-Un descuido lo tiene cualquiera, hasta tú.
Le dije y me levanté de la cama. Sabía que estaba mintiendo, yo lo conocía demasiado bien. En ese momento miré la cuna y a mi alrededor, ni yo misma daba fe de las palabras que salieron de mi boca en ese momento:
-Mira chico, está bien, vamos a hacernos la idea de que te creí.
Entré en el baño y abrí la ducha. No lloré porque todas las lágrimas las había malgastado por la noche.
Cuando salí Él estaba con Vero dándole de desayunar. Yo venía envuelta en la toalla y cuando vi sus ojos desplazarse hasta mi brazo, recordé el dibujito que me había dejado allí el día anterior.
-La próxima vez que se te ocurra ponerme un dedo encima, lo vas a perder.
Le dije con soberbia. Me senté a secarme el pelo frente al espejo y me saludó una desconocida. Había cruzado límites que ni siquiera sabía que existían, había cometido la peor de las traiciones, hacia mí misma.
Me arreglé y vestí a Vero.
- ¿Adónde vas?
Me preguntó al verme coger el bolso.
-Por ahí, a despejar la mente.
- ¿Por qué mejor no vamos a almorzar con la niña, al lugarcito ese que te gusta?
- ¿A ese que llevo meses pidiéndote que me lleves y nunca puedes? Deja, gracias.
Salí dando un portazo.
Caminamos hasta que no pudimos más. Casi a la hora de comer, regresé con Vero rendida encima de mí. Para mi sorpresa, Él estaba despierto y la comida lista.
- ¿La vas a acostar sin comer?
Me preguntó
-Está cansada, más tarde le doy un pomo de leche.
- ¿Y tú, no vas a comer? Hice espaguetis.
No recordaba la última vez que lo había escuchado decir eso. Me sonreí con ironía.
Se me acercó despacio, midiendo cada uno de sus pasos, con la cautela de un lince que acecha a su presa.
-Mira, yo sé que estás molesta. Pero de verdad que esto fue solo un mal entendido. Ustedes son mi vida amor. Yo no hago otra cosa que trabajar para que no les falte nada. Cambia esa cara por fa. Yo…perdí los papeles ayer, disculpa, de verdad. Te juro por Vero que nunca más va a pasar.
Yo quería creerle, necesitaba creerle, pero algo en mí se había roto.
-Ok.
Le respondí y entré al baño. Estuve sentada en el inodoro al menos media hora, dándole orden a mis ideas. Después de todo, la situación entre nosotros podría arreglarse si poníamos de nuestra parte, nadie era perfecto y Él no era de los peores. Iba a darle una oportunidad a ver qué pasaba.
Los días siguientes fueron una maravilla, llegaba más temprano que nunca y ya en la tarde estaba despierto. Jugaba con Vero, salíamos a comer por ahí y en una ocasión fuimos solos a un bar. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, a la época donde todo era felicidad.
Retomamos nuestra vida sexual como se pudo, pero nada volvió a ser como antes.
El principal ingrediente de un buen sexo no es la lencería, ni el ambiente, ni siquiera un cuerpo de escándalo. El ingrediente fundamental es la confianza y la que me quedaba hacia Él no alcanzaba. Peor aún era descubrir que, la confianza en mí misma, la había perdido por completo.
Él trató de revivir al muchacho detallista pero cada una de sus acciones eran forzadas, cada gesto y cada palabra venían cargados de una dosis de ensayo. Yo me quise creer aquella puesta en escena y desempeñé mi papel lo mejor que pude.
Poco a poco cambié mi cara de enojo y bajé las defensas nuevamente. Todo para descubrir que esta vez, el golpe iba a ser mortal.