El día de la mudanza fue una locura. ¡Qué manera de tener cosas aquella niña!
Miriam me ayudó en todo y antes de montarme en el camión que llevaba toda mi vida, me abrazó y al oído bien bajito me dijo:
-No te olvides que vales mucho.
Asentí con la cabeza y aquellas palabras me acompañaron durante todo el camino. No entendía cómo desde fuera alguien podía ver un valor en mí que yo sentía perdido.
Cuando llegamos a mi casa mi mamá nos estaba esperando con todo reluciente, el cuarto estaba brillando, solo faltaban los cristales y de eso nos íbamos a encargar nosotros.
Ella estaba feliz con su nieta a cuestas y Vero encantada con todo el espacio que tenía para descubrir.
Él tenía una cara que parecía que iba para un velorio, pero yo no le di importancia a eso.
Esa semana se me fue buscando una guardería para Vero, ninguna me parecía adecuada. Cuando no estaba muy lejos, la seño no me gustaba o veía poca protección en el lugar.
Al fin di con una relativamente cerca de la casa, que me convenció bastante. El ambiente me gustaba y estaban los niños separados por edades. No sé para cuál de las dos fue más difícil la adaptación. Al principio Vero lloraba al llegar, pero al tercer día entraba como si toda la vida hubiese vivido allí. Se me apretaba el pecho al verla cruzar solita el espacio que había entre la seño y yo.
“Todo va a estar bien, todo va a estar bien”. Me repetía a mí misma como un mantra.
Comenzó la Universidad y fue como caer en medio de un torbellino. Me despertaba a las 5 y media de la mañana, preparaba a Vero y antes de las 7 la dejaba en manos de la seño. Salía disparada para la parada a tratar de montarme en cualquier cosa para llegar a la escuela antes de las 8.
Todo me parecía diferente, la gente, los profesores, las aulas. En ese momento todas las cosas de mi vida sucedían a máxima velocidad. No me alcanzaban las 24 horas del día para todos los pendientes por hacer.
De regreso era la misma dinámica, con la diferencia de que el día que mi mamá descansaba ella buscaba a la niña.
Él estaba ajeno a esa rotación porque siempre llegaba después de la hora de dejar a la niña en el círculo o se iba antes de recogerla. Los días que estaba en la casa a las 4 y media, yo llegaba de la escuela y me lo encontraba mirando el televisor.
- ¿No has ido a buscar a Vero?
- ¿No es a las 5?
Me decía como si nada.
Yo lo miraba disgustada y sentía la sangre hervir dentro de las venas pero salía a recoger a mi hija que casi siempre era la última en irse.
A los quince días de estar en mi casa la tensión en el ambiente era insoportable. Él y mi mamá no se resistían. No podían coexistir en el mismo espacio ni respirar el mismo aire.
Yo me sentía en medio de una guerra fría sin final y aquello me empezó a pasar factura.
Una tarde al llegar de la escuela los encontré enredados en tremenda discusión.
Mi mamá le reclamaba que no hacía nada, ni por mí ni por la niña, ni hablar de la casa que estaba todo patas para arriba. Las ventanas del cuarto seguían sin cristales y Vero pasando calor porque aún no se había instalado el aire acondicionado.
Él se defendía como gato boca arriba, que si no tenía tiempo, que estaba cansado y etcétera. Al ver aquello a mí me dio por llorar, ellos siempre se habían llevado bien y mi mamá lo quería como un hijo. Todo parecía desmoronarse a mi alrededor.
Yo salí por la puerta y me fui a buscar a Vero, me quedé dando vueltas por el parque con ella, estirando la hora de regresar a la casa y rezando porque todo se hubiese calmado.
Cuando llegué, Él no estaba por ninguna parte, había perfeccionado el arte de desaparecer del mapa.
Mi mamá visiblemente apenada se me acercó y me dijo:
-Mija disculpa, pero es que me sacó del paso.
-Tranquilo mami, yo después hablo con él.
-Mira yo sé que no me debo meter en tu vida, pero piensa bien las cosas, él no se está comportando como debería. Tú estás joven y tienes toda la vida por delante.
- ¿Qué tú me quieres decir mami? ¿Qué lo deje?
-Yo no soy quien para pedirte eso porque aquí nadie escarmienta por cabeza ajena. Pero a mí no me gusta lo que estoy viendo y no quiero que sufras.
-Yo sé que él ha cambiado mami y que no está haciendo las cosas bien, pero ¿qué tú quieres que yo haga? Estoy enamorada de él mamá, como una anormal.
Me eché a llorar en sus brazos. Me miró y me secó las lágrimas.
-Santa palabra, no se habla más del tema. Cuando llegue el momento de tocar fondo, aquí estaré para ti.
-Gracias mami.
Ahí me quedé, convencida que más temprano que tarde, iba a volver a llorar en su hombro.
Bien entrada la noche, Él llegó como si nada hubiese pasado.
-Tenemos que hablar.
Le dije.
-Ahora no, estoy cansado. No te preocupes que mañana vamos a hablar tú y yo.
Se acostó y se durmió con esa capacidad suya de que nada le interrumpiera el sueño.
Al día siguiente llegué tarde a la Universidad y suspendí una pregunta escrita, la primera del semestre. Yo estaba en la luna, los profesores hablaban en chino y veía la vida de todo el mundo sencilla y banal. Mi cabeza era un hervidero de problemas y lo único que deseaba era que el tiempo se detuviera y poder pensar con tranquilidad. Pero el reloj seguía caminando implacablemente.
Al mediodía Él me llamó y me preguntó si podíamos hablar.
-¿No puedes esperar a que yo llegue a la casa?
Le pregunté confundida.
-No en tu casa no, dime si nos podemos ver cerca de tu facultad.
No me gustó para nada el énfasis que hizo en la frase Tu casa, pero bueno hasta allí fui como prisionero caminando hacia el paredón.
Me saludó con frialdad y nos sentamos en un banco del parque.
-Mira, esto no está funcionando.
Me soltó a rajatablas.
-Yo he tratado de sobrellevar las cosas pero ya no puedo más, tú y yo no nos entendemos y antes que las cosas se pongan peor yo creo que es mejor terminar.
Yo no atinaba a responder nada. ¿De qué estaba hablando Él? ¿Cómo que terminar? Él continuó con su discurso que al parecer había ensayado.
-Esto no quiere decir que yo voy dejar de atender a la niña y a ti igual, cualquier cosa que necesites puedes decirme sin problemas. Pero yo necesito un tiempo a solas.
¿Aquel hombre era la persona con la que yo vivía desde hacía más de 6 años? ¿El padre de mi hija? ¿El hombre al que yo quería con cada célula de mi ADN?
-¿Qué estás diciendo? ¿Tú te volviste loco?
Fue lo que se me ocurrió decirle.
-Precisamente para no volverme loco es que estoy tomando esta decisión. Ya no puedo más con esto.
-¿Con qué no puedes más ? ¿Con nosotros, con Vero? No entiendo, todo el mundo tiene problemas, pero las cosas se arreglan.
-Mira no lo hagas más difícil, esto tampoco es fácil para mí.
-Jajaja claro si se ve lo difícil que te ha sido mandarlo todo a la mierda. ¿Cómo se llama?
-¿De qué estás hablando?
-¿Qué cómo se llama?
-Mira no pienses lo que no es, yo no estoy con nadie. Esto lo jodimos nosotros solos sin la ayuda de nadie.
-No, no te equivoques, esto, lo jodiste tú.
Me levanté y empecé a caminar sin rumbo fijo.
En otro momento de la vida, Él hubiese corrido detrás de mí. Pero ya no era antes y era evidente su falta de interés. La única que se resistía a percibirlo era yo.
Por suerte ese día mi mamá estaba en la casa, recogió a Vero y se encargó de ella.
No recuerdo la hora en que llegué, pero era tarde y la niña estaba dormida. Pasé por la cuna y le di un beso.
Mi mamá al sentirme se despertó.
-Mija ¿Qué pasó?
-Nada mami, nada. Tranquila mañana hablamos.
- ¿Estás segura?
-Sí sí, voy a acostarme que la cabeza se me quiere reventar.
Me tiré en la cama con ropa y todo. Mirando al techo empecé a hacer un repaso de las cosas en las que me había equivocado y la lista seguía siendo inmensa.
En ese momento sonó una notificación de mensaje en mi móvil:
-Mañana temprano paso a recoger mis cosas.
Aquello era una pesadilla ¿En qué momento mi vida había cambiado tanto?
Miré para el clóset y vi toda su ropa colgada.
¿Qué iba a hacer ahora con tanto espacio en ese clóset?
Me escondí debajo de las sábanas y empecé a llorar, tenía deseos de que la tierra se abriera y me tragara. Estaba rota y no había pegamento capaz de unir cada uno de mis pedazos.