A las 9 de la mañana lo vi llegar con un maletín inmenso, no sabía dónde había pasado la noche ni de quién era aquel maletín que veía por primera vez.
-¿Cómo está la niña?
Me preguntó serio.
-Bien, durmiendo.
Le dije disimulando las ganas que tenía de besarlo.
-¿Puedo recoger mis cosas?
Tragué en seco.
-Sí claro,pasa.
Fuimos hasta el cuarto, yo aún estaba en pijama y tenía la cara hinchada de tanto llorar.
Me paré frente a la puerta del cuarto y vi como sacaba cada una de sus prendas del clóset, el clóset que entre los dos habíamos diseñado en una hoja de papel.
-Todo no me va a caber en la maleta. ¿Puedo dejar algunas cosas y venir después?
-Sí claro, no hay problema.
Le dije con un nudo en la garganta.
Cerró el maletín y se acercó a la cuna donde Vero dormía como si nada, la miró en silencio y se pasó la mano por los ojos.
Cuando lo vi acercarse me puse entre Él y la puerta. Ya había tocado fondo, qué más daba que me rebajara más.
-¿En serio te vas a ir?
Me miró y por un segundo vi un atisbo del hombre que yo quería, pero al instante su mirada cambió y se volvió más fría que el hielo.
-No lo pongas más difícil, por favor.
-¿Tú crees que es justo tirar todo a la basura por una bobería? Son 6 años juntos, una familia, mira…
Me interrumpió con brusquedad.
-Te dije que se acabó y es la última palabra. Ya no quiero estar más contigo ¿Cómo te lo tengo que decir? A partir de ahora solo tenemos a Vero en común. Empieza a respetarte un poco por favor.
De un portazo salió del cuarto y me dejó allí, hecha un manojo de lágrimas en el piso.
Me pellizqué los brazos a ver si de alguna manera me despertaba de aquella pesadilla.
¿Quién era esa persona? ¿En qué momento se convirtió en alguien que me lastimaba intencionalmente? ¿Que me hería? ¿Por qué me humillaba si lo único que yo estaba tratando era de entender su decisión?
Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.
Vero se despertó y se paró en la cuna. Despelusada pero siempre sonriente.
-Lete, lete.
Mi día había comenzado, y ya el reloj no me iba a permitir un segundo de paz para lamentarme a mi gusto.
En toda la semana no volví a saber de Él, me llamaba todos los días para preguntarme por la niña pero nada más, no pasó por la casa ni una sola vez.
No sabía dónde estaba parando ni con quién. Esa incógnita me quitaba el sueño y me tenía hecha polvo.
El fin de semana se apareció sin previo aviso, lleno de regalos para Vero, ropa, juguetes y confituras. Se notaba que eran cosas de otro país, que no las había comprado aquí.
-¿Y esto?
Le pregunté temiendo su respuesta.
-Para la niña, ¿no es evidente?
Me dijo con aires de superioridad.
-Es obvio que es para ella, te preguntaba que de dónde salió.
-Un cliente me lo regaló para ella.
-¿Un cliente?
-Sí un cliente, ¿Cuál es el problema ahora?
-No, nada. ¿Se puede saber dónde estás viviendo? Porque con tu mamá no es.
-Estoy alquilado. Te voy a dejar la dirección para que sepas.
-Perfecto.
-Mira yo te voy a dar un dinero para las cosas de Vero. Cualquier otra cosa que necesiten me llamas y me dices.
Lo necesitábamos a Él pero no podía decirle eso. Sin más, me dio 50 CUC y desapareció.
El lunes cuando llegué a la Facultad me animó un poco encontrarme con mis amistades. Ya estaban terminando cuarto año y casi no coincidíamos.
Aproveché un tiempo extra que me quedaba y pasé por el laboratorio de informática. En aquel momento solo se podía revisar Facebook desde esas computadoras así que aproveché para darle un vistazo a mi perfil.
Mi primera notificación era que Él se había creado un nuevo perfil y para colmo me había mandado una solicitud de amistad.
Sin perder ni un segundo la acepté y entré a la página.
Una tras otra, pasaban ante mis ojos las fotos de un hombre que yo no reconocía, bien vestido, en lugares caros, de la mano de una mujer.
Yo estaba atónita, no daba crédito a lo que estaba viendo. Cuál fue mi sorpresa al sentir sobre mi espalda las miradas de todas mis amistades, la lastima se veía en sus ojos. No lo podía creer.
El muy desgraciado les había mandado solicitud a ellas también. Quería dejar bien claro y públicamente que ya no teníamos nada que ver.
Nunca en mi vida olvidaré lo que sentí en ese momento: un dolor que me atravesaba el cuerpo y odio, mucho odio.
Mis amigas me abrazaron y contuvieron lo mejor que pudieron, pero yo necesitaba llegar a mi casa, estar sola y gritar.
Esa noche Vero apenas durmió, hacía un calor horrible y el ventilador no resolvía el problema.
Todo estaba mal, de los 50 CUC me quedaba la mitad después de comprar las cosas de la niña: culeros, compotas, yogurt, la lista era interminable.
Tenía que buscar una manera de ganar dinero urgentemente.
Hice un repaso mental de mis habilidades y me sentí inútil. ¿Quién me habría mandado a coger la Universidad?
¿Para qué yo era buena?
Con aquella idea fija amanecí.
-Eh ¿Ya te vas?
-Sí mami, voy caminando que el transporte está en candela. ¿Tú recoges a la niña hoy?
-Sí tranquila, si quieres yo la llevo un poquito más tarde al círculo.
-No deja mima que después llora, es mejor que llegue a la misma hora de siempre. Dale un besito.
Dejé a Vero con su seño y me fui para la facultad. El día se me hizo eterno y no le encontraba mucho sentido a estar allí.
Tenía una necesidad tan grande de escuchar su voz y de verlo que si cerraba los ojos lo podía sentir frente a mí.
Saliendo de la facultad, puse el celular en modo desconocido y lo llamé. Al tercer timbre me respondió.
-Oigo.
Yo no dije ni una palabra, ni siquiera respiré. Solo quería escuchar su voz.
-Oigo.
Colgó. Suspiré y eché andar por las calles de aquel Vedado tan conocidas para mí. Todo había cambiado. Antes adoraba estar en la Universidad, con mi grupo, mis amistades, mi rutina. Ahora todo era diferente, me había quedado sin equipo, llegué de último y todo estaba conformado así que me tocó el equipo de los barcos. Pero eso no tenía comparación a todo el resto de cosas que había perdido.
En una calle me encontré un muchacho repartiendo panfletos, se buscaban trabajadores para un bar que iba a abrir próximamente. Yo había pasado un curso de cantina y técnicas de salón hacía tres años cuando el tiempo me sobraba, no como en ese momento que perder una hora era un lujo que yo no me podía permitir.
No recordaba ni cómo se preparaba un mojito, pero guardé el papel y salí en busca de aquella dirección.