A solas con el alma

Capítulo 10: ¿Quién eres?

Llegué al lugar y me recibió una señora muy atenta.
-Hola buenas tardes, vengo por un anuncio que vi en el que estaban buscando trabajadores.
Le dije y me indicó el camino hacia una especie de oficina al fondo del bar.
Toqué la puerta y una voz masculina me invitó a pasar.
-Hola buenas tardes, vengo por la oferta de trabajo.
-Hola qué tal, sí siéntate. ¿Tienes experiencia previa trabajando en bares? 
-Realmente no, pero pasé un curso de cantina y técnicas de salón y aprendo rapidísimo.
Omití que no tenía mucha experiencia en nada más que no fuera cambiar pañales y hacer papillas.
Él me miró de arriba a abajo y al parecer le gustó lo que vio.
-Ya completamos la plantilla de las dependientes del salón pero necesitamos un ayudante para el bar.
-Está bien, estoy interesada.
-¿Qué edad tienes?
-21
-El trabajo sería de 7 de la noche a 4 de la mañana, se trabajan dos días y se descansan dos ¿Algún inconveniente con trabajar de madrugada?
-No, ninguno.
Le dije sin saber cómo iba a organizar mi vida si comenzaba a trabajar allí, pero en ese momento lo importante era encontrar la forma de mantener a Vero.
-¿Tienes niño chiquito?
Esa pregunta no me la esperaba, pero cuando la escuché sabía la dirección en la que venía. 
-Sí, una niña de un año. 
-Mm, qué pena, pero no podemos contratarte.
¿Pero cómo así? Pensé. 
-A ver, mi mamá me la va a cuidar en el horario de trabajo, eso no va a ser un problema.
-Si, pero es que preferimos contratar personas sin complicaciones.
Me dijo tranquilamente, como si allí dentro nadie tuviera problemas. Estallé y todo lo que tenía por dentro salió de mi garganta.
-Un hijo no es una complicación, es una responsabilidad sí, pero no un obstáculo. Además, las madres también tienen que trabajar si no ¿de qué van a vivir los hijos? ¿Van a depender de los padres que cuando les da la gana dan media vuelta y se largan?
-Tienes toda la razón.
Me interrumpió una voz a mis espaldas.
Me di la vuelta y me sentí algo avergonzada al percatarme de que otras personas habían escuchado mi catarsis.
-Disculpe, es que no estoy en mis mejores días. 
Le dije al señor de la puerta.
-Mejor me voy, espero que encuentren a alguien con una vida perfecta y que quiera trabajar aquí. 
Me dispuse a salir apresuradamente, pero el señor me detuvo.
-Espera muchacha, ¿Cuál es tu nombre?
-Isabel.
Mi nombre sonó en todo mi cuerpo, recordándome que hacía mucho tiempo no me sentía dueña de él, no me veía como una Isabel. Llevaba mucho tiempo siendo la mamá de Vero, la esposa de, la novia de. Estaba perdida hasta de mí misma.
-A ver ven, Julián tráele un vaso de agua a Isabel.
Le dijo al descomplicado que me estaba entrevistando. Y dirigiéndose a mí, trató de justificarlo lo mejor que pudo.
-No se lo tomes a mal, es buen muchacho pero joven al fin, entiende poco de la vida.
-Igual debería tener un poco más de tacto.
Le dije sin miramientos. 
-Es verdad, es verdad. Mira, yo soy hijo de una madre soltera, que me tuvo así jovencita como tú. Viéndote aquí me la imagino a ella zapateando La Habana para que a mí no me faltara nada. Hoy, gracias a dios puedo tenerla como una reina, pero sé que pasó dificultades conmigo. Te voy a contratar, pero depende de ti demostrar que puedes cumplir con los horarios.
No me lo podía creer.
-Pero el muchacho me dijo…
Me volvió a interrumpir.
-Este bar es mío, aquí trabaja quien yo quiera.
Me dijo mientras me guiñaba un ojo. En eso venía mi vaso de agua.
-Julian, tómale los datos a la joven. Empieza la semana que viene.
No pude evitar sonreír. Al fin, algo que salía bien en mi vida. Ahora solo me quedaba organizarme con mi mamá y comprar bastante café para poder estudiar en el día y trabajar en las noches.
La alegría por la buena noticia, se esfumó en cuanto volví a recordar mi situación. Él era la primera persona que se enteraba de mis cosas, con la que yo compartía los detalles de mi día a día y a quien Él le hablaba de sus problemas. Tenía deseos de llamarlo y contarle, pero Él había levantado un muro entre nosotros de la noche a la mañana.
Volví a poner el celular en modo desconocido y marqué su número.
Tres timbres y respondió.
-Oigo, oigo, oigo. Asere ya no jodas más.
Me dijo y colgó el teléfono. No lo podía evitar, necesitaba escuchar su voz.
Llegué a casa y Vero me recibió feliz como siempre. Le conté a mi mamá las novedades y se alegró por mí.
-Me preocupa un poco eso de trabajar de noche, no te lo voy a negar. Pero te va a venir bien estar con gente y tener la mente ocupada.
-Me vas a tener que arreglar el uniforme.

Le dije a modo de respuesta. No quería decirle que aunque tuviera en mi mente miles de cosas por hacer, solo había una en la que podía pensar: en Él.
Esa noche lo volví a llamar con desconocido y entendí a las personas adictas por primera vez en mi vida. Yo sabía que eso no me hacía ningún bien, que con cada llamada me lastimaba más, pero no tenía herramientas para no hacerlo. Cada célula de mi cuerpo pedía a gritos verlo, tocarlo, escuchar su voz. Mi cabeza sabía todo el daño que me había hecho, pero mi corazón se negaba a olvidarse de Él y enterrarlo para siempre como había hecho conmigo.
Al tercer timbre contestó molesto.
-Te juro que sí me vuelves a llamar voy a ir a ETECSA.
Colgué el teléfono de prisa y lloré, lloré mucho.

Al día siguiente llegando a la facultad, el corazón me dio un brinco cuando lo ví parado en la puerta de entrada.
No sabía ni cómo saludarlo pero Él dio el primer paso. Me dio un beso en la cara y un buenos días más frío que el hielo.
-¿Podemos hablar un segundo?
Yo tenía primer turno pero nada me importaba más que aquella conversación. En aquel momento todavía no escondía mis sentimientos ni jugaba a que no me importaba. Yo andaba con la emoción a flor de piel y no le veía nada de malo. Me faltaban kilómetros por caminar.
-Sí claro. 
Echamos a andar rumbo al parque cercano a mi facultad y con cada paso me ilusionaba más. No me percataba de que la naturaleza real de su visita sería lanzarme más abajo en el pozo donde ya yo habitaba.
-¿La niña cómo está?
-Bien, adaptándose todavía a todos los cambios.
-¿Tú sabes lo que es esto?
Me preguntó a la que vez que depositaba en  mis manos dos hojas impresas llenas de números.
-No, ¿Qué es?
-Un reporte de ETECSA.
Me quise morir. En cada página habían varias señalizaciones con marcador amarillo fosforescente, mi número. 
Yo miraba el reporte y las lágrimas me empezaron a correr por las mejillas. ¿Tanto odio me tenía aquel hombre, que disfrutaba humillándome de aquella manera? ¿Qué yo le había hecho para recibir tantos pisotones de su parte?
-No te preocupes que no te llamo más.




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