A solas con el alma

Capítulo 12: El Gintonic


Llegué a la facultad y me recibió el custodio.
-Sí dígame.
-Hola buenos días. Miré, yo estudio aquí pero salí del trabajo ahora y no me da tiempo a llegar a la casa y regresar antes de las 8.
-Discúlpame pero hasta las 6 no puedo dejar entrar a nadie. 
Me dijo apenado. Saqué de la mochila el carné de la facultad y los libros.
-Mire yo estoy en tercer año, tengo una niña de un año y trabajo de madrugada dos por dos, estoy muerta de sueño, le juro que nadie lo va a regañar si me ven aquí, es más, mañana mismo hablo con el decano para que me de permiso. 
Era evidente que si me dejaban hablar no me fusilaban.
-Bueno está bien, voy a hacer la excepción, pero habla con el decano por favor.
-Un millón de gracias.
Me senté en la recepción, casi al lado de él y me quedé dormida. 
Ese lunes no me enteré de nada en la facultad. Mi estrategia fue poner a grabar las clases disimuladamente con el celular, para después ponerme al día. Era imposible concentrarme y esa noche volvía a trabajar.
Hablé con el decano, le expliqué mi situación y no tuvo problemas en hacerme la carta. Podía llegar a la facultad a las 3 de la mañana si quería. 
Yo siempre fui buena estudiante, no era de las que pasaban desapercibidas, participaba en deporte, en cultura y en todo lo relacionado con la vida estudiantil. Había sido hasta alumna ayudante. 
Todo eso cambió cuando tuve a Vero y me desconecté por completo de la Universidad. Ahora me había reincorporado y estaba haciendo mi mayor esfuerzo por enchufarme nuevamente, pero me estaba costando muchísimo. 
Ya aquel tampoco era mi sitio, parecía como si no perteneciera a ningún lugar. 
Llegué a la casa como pude, pero feliz de haber podido comprar todo lo que quería para mí hija. No me importaba nada más.
Empecé a guardar la mitad de cada salario para adelantar la construcción, faltaba la cocina, los cristales de toda la casa, el fino de casi todas las paredes, en fin, si veía todo junto me volvía loca. Era mejor ir por partes.
Dormí un par de horas y me levanté a prepararme para esa noche.
Vero estaba intranquila, yo llevaba dos días entrando y saliendo de su vida como un huracán y ella no estaba adaptada a eso. Ella era mi llavero, el cordón umbilical que nos unía seguía tan fuerte como si estuviera aún en mi panza y presentía que iba a estar así toda la vida.
Esa noche fue un poco menos intensa que la anterior, Guille me ayudaba muchísimo y al mismo tiempo yo aprendía de él. 
-En cualquier momento me quitas el trabajo.
Me dijo a modo de broma.
-Te dije que yo aprendía rápido.
-Ya veo. ¿Mañana tienes clases de nuevo?
-Sí, de lunes a viernes. 
-Waoo.¿ Y no te es mejor irte a estudiar al curso por trabajadores?
-No quisiera la verdad. Me voy a atrasar y necesito terminar la escuela ya. 
-Sí pero este ritmo te va a pasar factura.
-Tranquilo que con peores cosas he lidiado.
Me miró curioso pero no preguntó nada, yo tampoco le iba a dar detalles de mi vida a un extraño. 
-¿Y tú niña qué edad tiene?
-Cumplió un añito hace poco.
-Yo tengo un varón. Tiene cuatro años.
-¿Sí? ¿Tienes foto de él?
Sacó su celular e intercambiamos fotos de los niños. El suyo era su vivo reflejo, achinado y serio. 
-Está hermosa tu niña. Salió a la madre seguramente. 
Aquellas palabras me activaron una alerta interna. No quería saber nada de piropos y mi confianza en el sexo opuesto se había reducido a menos 10.
-Mejor termino de fregar esto, que no hay un sólo vaso limpio.
Le dije a modo de respuesta y continúe trabajando. Él me miró confundido pero no indagó nada más.
La noche avanzó y repetimos la misma rutina, cierre, limpieza y cuadre. 
Nuevamente el carro me dejó en la puerta de la facultad, donde el custodio me recibió con mejor cara, que se iluminó cuando vio el vaso de café que le llevaba.
-Oye ¿Esté café no es de la bodega eh?
Me dijo contento.
-No, ese es del bueno. Es para agradecerle por dejarme entrar anoche.
-De nada niña, de nada. De haber sabido esto, no te hubiese puesto ni un pero.

Me dijo señalando el vaso de café. 
Ese mes transcurrió sin darme ni cuenta.
Ya le había cogido la vuelta a las madrugadas, pero como me advirtió Guille, me estaban pasando factura. Había bajado más de 15 libras entre el trabajo, la facultad y el sufrimiento.
Quién me iba a decir, que después de tanto batallar con mis libras de más, las iba a perder por dolor. 
Ese mes logré reunir 300 cuc y ya nos alcanzaba para comprar las losas de la cocina. También me hice de un mejor ventilador para el cuarto y puse los cristales, al fin los dichosos cristales ya estaban en las ventanas y pude quitar las sábanas que tenía puesta a modo de cortina. 
Eran pequeñas batallas que iba ganando, pero que me hacían ver que había algo de luz al final del túnel.
Él venía cuando quería y cuando no, desaparecía varios días. Siempre le traía confituras a Vero pero de las cosas básicas nada, ni carne, ni leche, ni yogurt, ni una compota. 
En mi orgullo y mi dolor, nunca le pedí nada. ¡Cuánto me equivoqué! 
Mi hija comía y se vestía con lo que mi mamá y yo pudiéramos darle. Me adapté a esa idea y me saqué de la mente que podía contar con Él para algo.
El bar fue cogiendo popularidad y cada vez venían más clientes. Era bueno porque el salario empezó a subir pero el nivel de trabajo se triplicó. 
Guille y yo éramos uno detrás de la barra. Ya yo sabía preparar todos los cocteles de la carta y cuando la noche avanzaba, sobre todo los fines de semana, tenía que trabajar mano a mano con él. 
Ese fue el caso de aquel sábado. Eran las dos de la mañana de mi segundo turno  y me sentía que había estado 48 horas de pie. No veía la hora de terminar. 
-Me pone un Gintonic por favor.
Me pidió una mujer en una esquina de la barra.
-En seguido se lo preparo. 
Su cara me parecía familiar pero no lograba ubicarla. Eran demasiadas las personas, todas con su mismo estilo, que yo veía en la semana. Algunos clientes ya eran asiduos al lugar y repetían todos los fines de semana. Supuse que ella era una de ellos. 
Agarré la ginebra para preparar el trago y cuando estaba buscando el agua tónica lo vi a Él. 
Me quedé tiesa y por poco se me cae el vaso de las manos. 
-Hola amor, me cogió un poco tarde disculpa. 
Le dijo a la mujer del Gintonic.
En un segundo, uní todas las piezas del rompecabezas y pude ubicar sin problemas la cara que se me había hecho tan familiar.




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