A solas con el alma

Capítulo 20: El sueño


-Caballero, tremendo trigueño.
-¿A este también le vas a tirar el ojo niña?
-No Guille, yo prefiero dar compota que dar sopa, pero no hay que exagerar. Este niño podría ser hijo mío encantado de la vida. Pero bueno, los ojos están para mirar. Si no, pregúntale a Isa que casi se arranca un dedo.
Yo la estaba escuchando pero preferí no echarle más leña al fuego.
Me estaba poniendo una curita en la herida y pensé que ojalá inventaran como esas para el corazón. Al mío tendrían que ponerle un vendaje doble de tantas heridas.
El sonido de una llamada me sacó de mis pensamientos. Era Él, ¿Qué problema querría buscar tan temprano?
-Dime.
-Isabel necesito tener una conversación contigo.
Ya sabía yo.
-¿Qué pasó?
-¿Tiene que pasar algo para que tú y yo hablemos?
-Tú sabes que sí, a veces ni pasando las cosas tú y yo hablamos.
-¿Puedo pasar por tu casa hoy?
-No, hoy estoy trabajando.
-¿Y por el trabajo?
-No, mañana en la casa, después de las 3.
-Ok Isa ahí te veo.
Colgó el teléfono y no preguntó ni por Vero. Era como si recordara que tenía hija cuando la tenía enfrente.
El bar abrió como de costumbre y empezó a llenarse. Hasta el momento no había señal de ningún inspector, pero el jefe estaba dando vueltas cada cinco minutos.
-Guille, necesito ir al baño. Cúbreme aquí.
-Dale tranquila. 
Salí de la barra y fui para el baño, siempre me pasaba lo mismo, aguantaba hasta el último minuto y tenía que salir corriendo después. A la salida del baño, venía secándome las manos distraída y cuando levanté la vista tenía al trigueño frente a mí.
-¿Te cortaste? 
Me preguntó señalando la curita que llevaba puesta en el dedo.
-Sí, pasa más seguido de lo que piensas.
Me dispuse a seguir mi camino pero me interrumpió el paso.
-Por cierto, me llamo César.
-Un placer César, bienvenido de nuevo. Espero que te guste trabajar aquí.
-Ya me está gustando más de lo que esperaba.
Me dijo con una media sonrisa.
-Me alegro. Si necesitas un café o algo, pasa por la barra sin pena. 
-Ok muchas gracias.
Seguí mi camino y cuando llegué al lado de Guille, vi a César caminando por todo el salón mirando a todos con cara de asesino en serie. 
-Este niño tiene que bajarle un poco la intensidad, parece que está en una película del sábado.
Le comenté a Guille.
-De película nada. El bárbaro es cinta negra en Kárate y práctica otro deporte ahí brasileño que no fijé el nombre. 
-¿Ven acá y cómo tú sabes todo eso ya?
-Yo tengo mis técnicas, además como te vi que casi hay que hacerte una transfusión de sangre, averigüé.
-Qué exagerado eres. Cualquiera que te oye. Está bonito pero ya, hasta ahí.
-¿Hasta ahí? ¿Bonito y ya? Mira tú sabes que a mí no me gusta estar hablando de estas cosas, pero ese niño está hecho a mano.
-¿Qué sabes tú Guille? Ni que lo hubieses visto sin ropa.
-Mima yo tengo rayos X en la mirada.

Lo miré y no pude evitar reírme de sus ocurrencias. Quería saber más de él pero tampoco quería evidenciar mi interés en el tema.
-Bueno a ver y ¿Qué más te dijeron del karateca?
-Qué tiene 30 años y no tiene hijos.
-¿Ya? ¿Más nada?
–Bueno mima si quieres saber más, vas a tener que ir y preguntarle.
La noche avanzó como de costumbre, con la única diferencia que aquel par de ojos me seguía a todas partes. 
Estábamos esperando el carro que nos venía a recoger, cuando lo vi salir del bar. 
-Nos vemos más tarde. 
Se despidió de nosotras con la mano, se montó en su moto y arrancó perdiéndose en las calles del Vedado.
-Caballero qué bueno está ese chiquito.
Comentó una de las dependientes.
-Seguro tiene mujer niña, con ese tamaño y ese cuerpo, ya ese está agarrado.
Le respondió otra.
-Oye, a mí eso no me interesa. Qué me importa a mí si tiene una o dos mujeres. Yo no lo quiero para jefe de núcleo.
Todas se rieron y aquello no me dio ninguna gracia la verdad. Me quedaba claro que nadie obligaba a nadie a hacer nada y que el que se iba lo hacía bajo su propia responsabilidad, pero yo no me veía a mí misma en una relación con un hombre casado. Simplemente no me sentía bien con la idea ni con todas las cosas que me iban a cruzar por la mente.
Algunos pensaran que cuál era problema si al final a mí me lo habían hecho y precisamente por eso era mi negativa, me negaba a hacerle a otra mujer lo que me habían hecho a mí. 
Llegó el carro y nos fuimos. 
Llegué a la casa y no tenía sueño, adelanté algunas cosas y a las 7 y media desperté a Vero. Tenía una energía rara ese lunes, después de un domingo intenso de trabajo y todavía no había caído en la cama.
La preparé y la llevé para el círculo, ella entró contenta hasta los brazos de su seño y me lanzó un beso.
Mi mamá ya estaba despierta cuando regresé de dejar la niña.
-¿Mija por qué no me despertaste para llevar a Vero? Debes estar muerta.
-No mami, increíblemente no estoy tan cansada.
-¿Eh y eso? ¿Estuvo floja la noche?
-Para nada, pero parece que tomé mucho café.
-Ah puede ser eso.
-Me voy a bañar para tirarme un rato. Después nos vemos.

Puse mi cabeza sobre la almohada y cerrando los ojos caí en un sueño profundo. Y ahí, en la penumbra de mi mente, emergió él, un hombre de enigmática presencia que parecía tallado por los dioses mismos.
Sus rasgos eran una amalgama de virilidad y ternura, con sus ojos oscuros como la noche, profundos y misteriosos, que parecían escudriñar los rincones más recónditos de mi alma. La luz de la luna iluminaba su rostro, resaltando los contornos de su mandíbula angular y su nariz recta, mientras que una densa melena negra caía sobre su frente, enmarcando la intensidad de su mirada.
Su cuerpo, robusto y esculpido, se alzaba ante mí como un faro de fortaleza y seguridad. Cada músculo parecía vibrar con una energía latente, emanando un aura de protección y pasión que me envolvía en su abrazo invisible. 
Sus labios permanecían sellados en un silencio enigmático, pero pudo sentir el eco de sus palabras susurrando en las profundidades de mi ser.
Me encontraba hipnotizada por su presencia, como si estuviera atrapada en un hechizo del que no deseaba escapar. 
-Isa, Isa.
La voz de mi mamá me arrancó de mi sueño para devolverme a la realidad.
-¿Qué pasó mamá?
-Ahí está el padre de Vero.
-Ya voy mima, ya voy.
Me quedé mirando el techo y saboreando aún la sensación de su presencia a mi lado. Me sacudí de la mente el recuerdo de mi sueño y me vestí para salir a enfrentarme a mi peor pesadilla.




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