A solas con el alma

Capítulo 22: El viaje

Cuando nos disponíamos a irnos, César se me acercó nuevamente.
-Te puedo llevar sin problemas.
Me dijo antes de bajarle la visera al casco integral.
-Gracias pero te vas a atrasar por gusto y al final el carro ya está pagado.
-A mí no me molesta atrasarme, además no es atraso si no tienes una hora marcada para llegar. Y vas a ir más cómoda aquí conmigo que apretada en el almendrón.
En eso tenía que darle la razón. A mí me dejaban de última y en la repartidera siempre se perdía tiempo, tiempo valioso de sueño y descanso.
-Está bien, me convenciste.
-Uff menos mal. Dale monta.
Hacía frialdad y la humedad del amanecer empezaba a tener efecto en mí. Comencé a estornudar y con cada estornudo metía la cabeza en la espalda de César, pegándome un poco más a él.
De momento, sentí que la moto frenó en el medio de la calle 23.
No había ni un alma alrededor, a lo lejos se distinguían las luces de un carro pero estaba por lo menos a 10 cuadras de distancia.
-¿Qué haces?
Le pregunté al verlo bajarse de la moto.
Se quitó la chaqueta que traía puesta y me la puso por encima de los hombros.
No se le veía el rostro que estaba cubierto por el casco, pero no me hacía falta, sabía que me estaba mirando fijamente como hacía a menudo.
Al montarse en la moto, inclinó la cabeza hacia mí y me dijo.
-Si sigues teniendo frío, abrázame para que entres en calor.
Metí la cabeza en su espalda y le pasé las manos por la cintura.
En la penumbra de la madrugada, el rugido del motor se fusionaba con el latir de mi corazón acelerado. El viento fresco cortaba mi piel mientras me aferraba con fuerza a su espalda, sintiendo cada músculo tenso bajo mis manos. Aunque el silencio reinaba entre nosotros, podía percibir la electricidad que cargaba el aire y sentir el pulso de la noche latiendo en mis venas.
El camino se desplegaba ante nosotros como un lienzo oscuro salpicado de destellos de luz de luna, dibujando siluetas difusas de árboles y edificios. A pesar de la bruma que envolvía la madrugada, cada curva, cada giro, parecía llevarnos más cerca el uno al otro.
Sus hombros anchos eran un refugio seguro, un santuario contra la incertidumbre que acechaba en la oscuridad. Cerré los ojos por un momento, dejando que el zumbido del motor se convirtiera en la banda sonora de este viaje clandestino. En ese instante, no éramos dos extraños compartiendo un trayecto, sino dos almas solitarias buscando consuelo en la compañía del otro.
A medida que la distancia se desvanecía y los kilómetros se deslizaban bajo las ruedas de la moto, podía sentir el calor de su cuerpo traspasando las capas de ropa que nos separaban.
En el silencio cómplice de la madrugada, me pregunté si él podría escuchar los latidos frenéticos de mi corazón.
Llegamos a la casa más rápido de lo que hubiese querido. Me bajé de la moto y le devolví la chaqueta.
-Gracias por traerme.
-Cuando quieras.
-Nos vemos en dos días.
Le dije y busqué las llaves.
-Si quieres podemos vernos antes. A mí me encantaría.
Me quedé en silencio y sabía que estaba al borde del precipicio, una palabra e iba a caer.
Lo vi quitarse el casco que le había desordenado el pelo negro, pero igual le quedaba de maravilla ese look descuidado.
-¿Qué me dices? Dame una oportunidad.
Precisamente aquello era lo que me aterraba, darle una oportunidad. Oportunidad de entrar en mi vida, de lastimarme, oportunidad de jugar conmigo. Definitivamente no estaba lista para darle esa oportunidad a nadie.
-Es mejor que no, César. Lo siento.
A punto de entrar a la casa, noté que se bajaba de la moto y caminaba hacia mí.
-Si piensas que me voy a conformar con tu respuesta no me conoces para nada.
-Bueno, realmente no te conozco de nada y tú a mí tampoco.
-Y ya te dije que eso se puede solucionar.
-A lo mejor es que no quiero que me conozcas César.
No se esperaba esa respuesta.
-¿A qué le temes Isa?
Yo tampoco me esperaba esa pregunta.
-¿Qué te hace pensar que le temo a algo?
Se quedó en silencio y se acercó más a mí.
-Tus ojos.
-¿Qué tienen mis ojos?
-Miedo Isa, en tus ojos se ve el miedo. Y no sé por qué una mujer como tú tendría miedo de algo.
-¿Una mujer como yo? Según tu criterio, ¿Qué tipo de mujer soy yo?
-Una que ya sufrió y siguió adelante.

No quería darle la razón pero la tenía. Yo sentía un miedo profundo a salir lastimada y me aterraba la idea de volver a depositar mi confianza en alguien.
Pero César me atraía como un imán. Todo en él invitaba a la seducción, su pelo, su boca, todo su cuerpo estaba diseñado para atraer.
Era un sacrilegio dejar pasar aquella oportunidad por temor.
Yo no tenía que confiar en él, ni quererlo ni entregarle nada. Por una vez en la vida iba a pensar en mí y a darle prioridad a mis necesidades. Y yo necesitaba sentir a ese hombre más cerca de mi cuerpo.
-¿Sabes qué? Te voy a dar una oportunidad como pediste.
-¿Mañana te recojo?
-Suave César con calma, pasado mañana nos podemos ver.
-Está bien Isa, ¿te recojo a las 6?
-Me parece bien. Maneja con cuidado.
-Siempre.
Me dio un beso en la mejilla y se detuvo más tiempo del necesario cerca de mi boca.
Pensaba que me iba a besar pero en su lugar, me pasó el dedo pulgar por los labios.
-Nos vemos pasado mañana.
-Nos vemos Cesar.
Entré a la casa y no podía creerme todo aquello, mi cabeza no quería pensar o procesar pero mi cuerpo había reaccionado sin poderlo detener.
Me di un baño, le di un beso a Vero en la cuna y me acosté a dormir. 
Ese día dejé a Vero en la casa conmigo y le puse una piscinita inflable que tenía. Se divirtió de lo lindo y estuvo más de tres horas como pez en el agua. Cuando ya no pudo más almorzó y se durmió encima de mí. 
Pensé en el momento en el que la bajaría de mis brazos y ya no se subiría nunca más. Ahora yo era su vida entera, pero el tiempo pasaba deprisa e iba a llegar un día donde ya mamá no tendría la última palabra, ni sería la que mejor se vestía, ni la que más lindo se pintara, ni la que más sabía. Llegaría el momento donde Vero iba a seguir las ideas de sus amigas y no las mías, y pensar en eso me daba temor.
En un abrir y cerrar de ojos, Vero había nacido y ya casi iba a cumplir dos años, casi 730 días con ella, viviendo para ella y por ella.
Ya no imaginaba otra vida en la que Vero no estuviese.
-Isa, Isa.
Sin darme cuenta me había quedado dormida también. Mi mamá llegó del trabajo y nos encontró en el quinto sueño.
-Ay mami me quedé rendida.
-Ya veo, se ve que gozaron.
-Sí le llené la piscina un ratico y el ratico fueron tres horas.
-Ya tú sabes, ¿Mañana la vas a llevar al círculo?
-Sí mañana sí. Mami yo te quería pedir un favorcito.
-Dime.
-Es que necesito que me cuides a Vero mañana.
-¿Tienes que cubrir?
-No....es que un muchacho del trabajo me invitó a salir.
-Oyeee, te lo tenías calladito.
-No mija si eso fue anoche cuando llegamos por la madrugada.
-¿Llegamos? ¿Cómo que llegamos?
-Es que anoche el carro venía muy lleno y él me trajo.
-Mmmm, ya veo. ¿Y en qué te trajo el susodicho?
Sabía que cuando oyera el medio de transporte, iba a poner el grito en el cielo.
-En moto mami.
-¡En motoooo! Después de salir de un bar.
-Mima pero nosotros estamos ahí trabajando, ese niño nada más toma café en toda la madrugada, igual que yo.
-¿Y cómo se llama?
-César, es uno de los muchachos de seguridad.
-Bueno mija, aprovecha y distráete un poco, que falta que te hace salir y coger un aire. Todo no puede ser trabajo y casa.
-Gracias mima.
-¿Él te viene a buscar?
-Siii mamáaa.
-Mejor, así le veo la cara.
-Oye pero no salgas, te asomas por la ventana que no quiero que se dé demasiada importancia. 
-A sus órdenes.
-Ahora déjame ver qué me pongo, porque en ese clóset toda la ropa es del trabajo, parece que vivo en un funeral de la oscuridad que hay.
-Bueno, sal y mira a ver que te encuentras por ahí.
-¡Qué voy a estar gastando dinero yo en ropa ahora mami!, con la cantidad de cosas que faltan aquí.
-Isabel, no vas a salir con el muchacho vestida de uniforme, deberías cambiar el look con el que te ve siempre. Además date un gusto mija, que no te compras nada nunca para ti.
-Bueno deja ver si mañana cuando deje a Vero en el círculo busco algo.
Y eso hice, un poco difícil encontrar algo de ropa cerca de mi casa, pero dicen que preguntando se llega a Roma y de indicación en indicación, di con una casa en la que vendían ropa. 
Todo estaba cariñoso pero eso ya me lo esperaba. 
Escogí un vestido, siguiendo el consejo de mi mamá de sorprenderlo con un estilo diferente. La verdad estaba bello, era largo y abierto en una pierna, de color azul claro con florecitas pequeñas en blanco y la espalda afuera llena de pequeñas tiritas. Tuve que comprarme un par de sandalias también, que no tenía nada decente que ponerme y no pude evitar agarrar algo para Vero, me sentía mal comprando algo para mí y no llevarle nada a ella. Las sandalias no estaban tan caras y cogí unas para mi mamá también. Había gastado el salario completo de la noche anterior, pero bueno un día es un día.
Llegué a la casa, me lavé la cabeza y me arreglé el pelo. Yo no me teñía y hacía años que no me retocaba las iluminaciones, así que me quedaban como una especie de balayage de la mitad del pelo hacia abajo, no se veía mal porque mi base era clara, pero ya iba siendo momento de hacer algo por aquella cabeza. 
A las cuatro de la tarde recogí a Vero del círculo y adelanté la comida, todo listo para que cuando mi mamá llegara solo fuera vigilar a la niña. 
Sobre las cinco y media comencé a arreglarme y de verdad me encantaba como me quedaba el vestido, ya se notaban todos los kilos perdidos y el maquillaje disimulaba las ojeras del cansancio. Yo no era de pintarme mucho, antes solo me ponía rimel en las pestañas y algo de sombra, pero con las muchachas del bar aprendí algunos tips de maquillaje que no me venían nada mal. Definitivamente, yo no era la misma, esta mujer que me estaba devolviendo la mirada en el espejo estaba a años luz de la Isa de hace 8 meses. Aunque muy adentro de mi cuerpo, mis heridas estaba aún sin sanar y llevaba el corazón en carne viva, había logrado limar las imperfecciones de la superficie. 
Estaba convencida de lo que aparentaba en ese momento, una mujer segura, independiente y hermosa; solo necesitaba creérmelo y era la parte más complicada.
-Oyee pero estás vestida para matar.
-Ay mami no exageres.
-No mima no estoy exagerando, estás lindísima.
-Bueno, ya estoy lista. Deja ver si llega a la hora acordada.
Para mi sorpresa a las seis en punto de la tarde, César estaba tocando la puerta de mi casa. Ese hombre impresionaba, no lo podía negar, venía con un jean negro y un pullover claro tipo Polo.




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