A solas con el alma

Capítulo 23: Luces y sombras

Lo recibí con un “Hola” y me miró de arriba abajo visiblemente impresionado con la vista.
-Pareces otra persona así vestida. Estás preciosa…a ver no es que el uniforme te quede mal, en verdad te queda espectacular, pero este vestido..vaya que no me lo esperaba.
Me gustó su respuesta sincera.
-Voy a coger la cartera y en un segundo salgo.
Mi mamá ya me tenía la cartera y la chaqueta arriba de la mesa.
-Llévate la chaqueta que esa moto y la espalda afuera es una muy mala combinación.
-Sí es verdad.
-Mima, apretaste con el muchachón.
-¿Por qué mami?
-Que está bonito niña. Dale, anda, diviértete.
-Un besito, me llamas cualquier cosa.
Me despedí de Vero que estaba entretenida mirando muñes y salí.
-¿A dónde vamos?
Le pregunté cuando arrrancó la moto.
-Me dijiste que no me conocías de nada, y quiero arreglar esa situación. Te voy a llevar a un tour por mi vida, para que me conozcas bien.
Su respuesta me puso un poco nerviosa, habían muhas formas de conocer a la gente y yo no estaba lista para todas ellas. 
Para mi sorpresa, lo vi adentrarse en lo profundo de Centro Habana y zigzaguear entre baches y basureros. Frenó de pronto en una esquina y se quitó el casco. 
-Mira ¿ves ese apartamento allá arriba?
Me dijo señalando con el dedo un edificio en ruinas. 
-Allí nací yo, en ese apartamento de la derecha. Viví aquí en Cayo Hueso hasta los 10 años. 
-¿Por qué se mudaron? 
-Este no es un barrio fácil y después de la muerte de la vieja, nos fuimos. El  puro no podía seguir viviendo en esa casa. 
Me sentí mal al haber preguntado.
-Lo siento César, no tenía la menor idea.
-Tranquila, te dije que te iba a llevar a conocer mi vida así que pregunta sin pena que yo soy un libro abierto.
Me sonreí ante aquella muestra de sinceridad.
-Bueno y ¿Qué es lo que más te gusta de Cayo Hueso? ¿El callejón de Hamel?
-Echa, mira como esta la habanera.
-Yo nací aquí en La Habana y he rodado bastante César.
-Ya veo, pero no, ese no es mi lugar preferido. Vamos que te voy a llevar al sitio que siempre me hace volver a Cayo Hueso.
En marcha nuevamente hacia otra etapa de su vida. No me esperaba ese tipo de salida, pensé que nos sentaríamos por ahí a tomar algo y a caernos a mentiras un rato. En lugar de eso, César quería que yo lo conociera, llevarme a su mundo y mostrarme su realidad.
Llegamos a un callejón típico de Centro Habana, edificaciones en mal estado, personas sentadas en las entradas de los solares y niños jugando en la calle.
Se bajó de la moto y lo seguí. Él comenzó a hablar como si yo no estuviese presente, era más un monólogo interno que una conversación, pero me percaté que era un tema que le costaba y aún así allí estaba, desnudando su alma para mí.
-Después de mudarnos yo cambié por completo. Yo siempre fui un chamaco tranquilo, estudioso, sacaba buenas notas y no me metía en problemas. Cuando la vieja murió y nos mudamos, todo eso cambió. Me volví arisco, rebelde, me aislé de todo el mundo y ya no me importaba nada. Todos los días llamaban al puro de la escuela para una queja diferente, que yo no atendía a las clases, que me fugaba, que me había fajado con fulano o con mengano. Al principio los profesores  me toleraban por lo que me había pasado, pero depsués de par de meses, ya lo mío estaba fuera de control y mi papá no sabía que hacer conmigo.
Yo estaba absorta escuchándolo y no me imaginaba lo que habría sido para él, perder a su mamá a tan temprana edad. César continuó su historia.
-En la escuela había un profesor de Educación Física que me salvó la vida. Un día fue a la casa a hablar con el puro y le comentó de una academia de kárate que habían abierto cerca del barrio. Papá puso el grito en el cielo, no se imaginaba en qué sentido, aprender a fajarse, iba a ayudar a su hijo que ya se fajaba por su cuenta todos los días. Al final, el profe lo convenció de que  me llevara a una clase y que después él decidiera. Por suerte para mí, el puro accedió y me llevó. Desde que puse un pie en este lugar, sabía  que este iba a ser mi mundo.
Entramos a un edificio casi cayéndose y caminamos hacia el final. Al fondo del patio había un espacio inmenso con un cartel en la puerta.
“Dojo de Cayo Hueso”
-Aquí me cambió la vida Isa, aprendí a disciplinar el cuerpo y la mente, a respetar las órdenes y un conjunto de principios morales que todavía rigen mi vida. 
-Y tambien aprendiste a fajarte ¿No?
César sonrío ante mi pregunta.
-Sí claro, también aprendí, lo que ya no podía estar fajándome en la esuela ni en ningún otro lugar, si no perdía mi plaza aquí.
En ese momento, un señor como de mil años salió del fondo del patio. Venía vestido con un Kimono blanco y cuando vio a César se le iluminó el rostro y una sonrisa inmensa se dibujó en su cara.
-César, ¿Por qué no me avisaste que ibas a pasar mijo?
César inclinó levemente el tronco hacia adelante en una especie de saludo.
-Maestro.
El anciano le devolvió el saludo y acto seguido se fundieron en un abrazo.
-Isa este es Antonio, mi maestro.
-Mucho gusto Antonio, Isabel.
Le estreché la mano al maestro que me devolvió el saludo cariñosamente.
-Isabel, un bonito nombre, nombre de Reina.
Me dijo y mirando a César:
-Al fin me traes una mujer aquí, ya pensaba que me iba a morir sin conocer ninguna novia de este muchacho.
Hubiese querido rectificarle que yo no era novia de César, pero por respeto a sus canas no lo hice. 
-Estaba esperando que apareciera la correcta sensei y no había llegado.
Le respondió mirándome a los ojos. 
-Vengan para hacer un poco de cfé.
-No maestro, otro día. Tengo que darle un recorrido a Isa y me faltan varios lugares.
-Bueno está bien, pero no dejen de pasar. Adios Isabel, cuidame a César.
-Adiós maestro.
Nos depedimos y salimos a la calle. El bichito de la curiosidad me había mordido y quería saber más sobre César, lo quería saber todo. Así que sin miedo a que se me notara el interés le dije:
-¿Cuál es la próxima parada?
César soltó una risa y me puso el casco.
Le dimos la vuelta a La Habana y entré a lugares en los que nunca había puesto un pie, me fue llevando por toda su adolescencia de una academia de Kárate a otra. En cada lugar visitado lo recibían con cariño y hospitalidad.
Terminanos sentados en un barcito de la Habana Vieja después de tanto rodar. Cuando él fue a buscar una cervezas aproveché y llamé a la casa.
Todo estaba en orden y tenía luz verde para llegar a cualquier hora o no llegar. Todavía no sabía cuál de las dos opciones iba a necesitar.
César regresó con las cervezas y se sentó frente a mí cruzando una pierna,  que no cabía debajo de la mesa.
-Gracias por el paseo, me gustó mucho saber de ti de esa manera tan gráfica.
-Me alegro que te haya gustado.
-César, ¿Qué fue lo que pasó con tu mamá?
Él le dió un trago a la cerveza y se quedó pensativo.
-Hay cosas contra las que uno no se puede defender ni aunque seas cinta negra. El cáncer es una de esas cosas. Mi mamá estaba joven y de pronto se enfermó. Cuando se lo detectaron era demasiado tarde y no se podía hacer nada.
-Lo siento de nuevo, de verdad. 
Le dije y le tomé la mano que tenía encima de la mesa. Él me miró y cambió la vista hacia mi mano. La tomó entre las dos suyas y la besó.
-Gracias por esta tarde Isa.
-Gracias a ti, yo la he pasado de maravilla. Necesitaba esto, despejarme y pensar en otra cosa que no fuera trabajo o casa.
-Bueno creo que te toca a ti contarme algo.
Suspiré y sabía que no tenía escapatoria. Era mi turno y estaba convencida que de la misa, no le iba a contar ni la mitad.
-¿Qué quieres saber?
-¿De ti? Todo lo quiero saber, desde la hora en la que naciste hasta lo que te gusta echarle al pan.
-Bueno nací de noche, la hora exacta te la debo.
-Jajaja estás graciosa. Sé que tienes una niña, ¿Cómo se llama?
-Vero, va a cumplir dos años.
Crucé los dedos para que no me preguntara por el progenitor de la criatura.
-¿Y cómo diste con el bar?
-Nada venía saliendo de la Universidad y estaban repartiendo panfletos buscando trabajadores. Me hacía falta el trabajo así que fui.
-¿Ah estás en la universidad también?
-Sí, pasé para cuarto ahora. 
-Me quito el sombrero contigo de verdad, no sé cómo haces para lidiar con todo.
-No, ni yo misma sé. Por suerte mi mamá me ayuda pero a veces siento que no voy a poder con todo.
Se quedó callado como meditando lo que me iba a preguntar a continuación e hizo un gesto con los ojos como cambiando de idea.
-Te iba a preguntar algo, pero mejor no. ¿Vamos a otro lugar?
Le agradecí en silencio su no-pregunta, porque era evidente cuál iba a ser.
-¿Qué tienes en mente?
-Un lugar que me encanta. 
Nuevamente en la carretera ya se comenzaba a sentir la frialdad de la noche a pesar de la chaqueta. Me aguanté a su espalda con más cofianza esta vez.
César me había contado toda su vida ese día y no había mayor expresión de privacidad que aquella.
Cruzamos La Habana nuevamente  y por un segundo pensé que iba a coger el mismo camino que el susodicho, pero no. En la entrada del Morro agarró izquierda  y siguió el camino que llevaba a la cabaña.
-¿Vamos a ver el cañonazo?
Le pregunté.
-Algo mucho mejor.
Entramos y él se acercó a una de las cafeterías. Regresó con una bolsa pero no se veía su contenido.
-Vamos.
Me tomó de la mano y me condujo por aquel lugar lleno de gente. Llegamos a un espacio más calmado que daba hacia la bahía. De un salto, se subió en uno de los muros y me ofreció la mano invitándome a subir.
-Ven.
-César eso está altísimo.
-Ven Isa, confía.
Suspiré y conté hasta 10 para darme un poco de valor, no me atraían mucho las alturas.
Mi impresión cambió cuando llegué a su lado, bajo mis pies tenía La Habana nocturna, llena de luces y enmarcada por un mar inmeso, que desde esa altura no se veía ni sombras de la suciedad que albergaba.
Estábamos subidos en uno de los muros de la fortaleza, que para mi asombro era mucho más ancho de lo que parecía, perfectamente te podías sentar e incluso acostarte.
-Me encanta esta vista.
Le dije emocionada y cuando lo miré César no me quitaba los ojos de encima.
-No quiero contradecirte, pero desde aquí tengo una vista mucho mejor.




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