A solas con el alma

Capítulo 25: Bendita oscuridad

Esa tarde llegué al trabajo con un ánimo diferente. Estaba feliz, no podía esconderlo y al fin había sacudido todas mis telarañas.
Guille tardó un poco en llegar y me extrañó porque siempre estaba en el bar casi de primero.
Me puse a acomodar la barra que tenía un reguero descomunal y cuando levanté la vista veo a mi amigo entrar por la puerta.
-Ehh, ¿Se te pegaron las sábanas?
Le dije mientras lo saludaba. Él también venía feliz.
-Ay Isa, tengo cosas que contarte mi amiga.
Bueno, ya veía que yo no era la única con novedades.
-Dale, dime. No me lo calientes mucho.
-Bueno, te contaré que fui al Bufete de abogados.
-Yupi.
Exclamé aplaudiendo la acción de Guille.
-Ya contraté a un abogado, se ve bastante preparado. Me lo recomendó una amiga de Randy y me dijo que ese chiquito era una fiera. Isa, me dijo que yo llevaba todas las de ganar.

Me dijo con los ojos aguados, iluminados por la emoción de estar un poquito más cerca de cumplir su sueño.
-Mi amigo me alegro en el alma por ti. ¡Y claro que llevas las de ganar! Ella está actuando mal Guille, te lo digo yo que soy madre también. Tú tienes tus derechos y ella no los puede pisotear, más importante aún, el niño tiene más derechos que ustedes dos juntos y eso tiene que hacerse valer, Anthony necesita pasar más tiempo contigo y que tú seas parte de su vida.
Guille estaba en la luna, se le notaba.
-Bueno, ya te diré. Ahora que puse a andar el proceso tengo que esperar. El abogado me va diciendo los próximos pasos. Así que a cruzar los dedos y a tener paciencia.


Cruzamos los dedos los dos como si fuéramos niños y nos pusimos a preparar las cosas para arrancar. Yo iba fregando y tarareando una canción que me encantaba.
Guille me estaba observando con el ceño fruncido.
-Ven acá y ¿tú no tienes nada nuevo que contarme?
-¿Yo? NO, ¿Por qué?
-No sé chica, pero te siento un olorcito diferente, tú no estabas así el otro día.
-No niño, son ideas tuyas.
En ese instante llegaba César y venía directo hacia nosotros. El latido del corazón me lo sentía en la garganta.
-Niñaaa, disimula un poco.
Me dijo Guille, ignorando todo lo que yo tenía que disimular.
-Buenas tardes.
Nos saludó César naturalmente.
-Hola César, no te había agradecido por la otra noche ir con nosotros a casa del niño.
-No hay de qué hermano, para eso estamos.
Le dijo y clavó su par de ojos en mí.
-¿Cómo estás, Isa? ¿Todo bien?
-Ahí, bien.
-¿Y tu niña, bien también?
-Sí, sí, perfecta.
Mientras hablábamos, Guille miraba de un lado a otro, pasaba los ojos de mi cara a la de César y regresaba a la mía que estaba hirviendo y requete roja.
-Más tarde los veo, voy a cambiarme.
César se despidió dando unos golpecitos en la barra.
Yo intenté continuar con mi fregado como si nada, pero Guille me aguantó la mano y me soltó de sopetón.
-¡Ustedes se acostaron!
Abrí los ojos como platos, no podía ser ¿Cómo se había dado cuenta?
-Niño, cállate. ¿De dónde tú sacas esas cosas?
-Descarada, no te hagas, se acostaron y bien.
Me le quedé mirando por unos segundos y se me escapó la risa de la boca. A Guille no se le iba una.
-Niño estás en todas.
-Ay mima, cuando ustedes iban ya yo estaba regresando de mi cuarta vuelta.
-Ya veo, ya veo.
-¿Y entonces? Ahora suelta la sopa, cuéntame todos los detalles y exagera si quieres.
-Jajaja ay Guille, no eres fácil. Pero créeme,  no tengo ninguna necesidad de e-xa-ge-rar.
- ¿Noooooo? ¿Tanto así?
-Pues sí mi amigo, la realidad superó la ficción.
-Ay mi madre, ¿El muchacho se destacó?
-Con sobresalientes.
-Niña que bueno, la vela que te puse surtió efecto.
- ¿Qué vela niño, tú eres religioso?
-Oye aquí el que no corre, vuela. Le puse una velita en tu nombre al Santo Patrón de las causas imposibles mija, porque lo tuyo es una causa perdida, bueno, rectifico, era una causa perdida.
-No te hagas ilusiones. Todo fue muy bueno, muy rico pero hasta ahí. Aquí cero contacto que no estoy para enredos.
-Sí como no, quiero verlos. Ese niño te tiene unas ganas que se le notan por encima de la ropa, y tú andas igual. Yo me di cuenta enseguida.
-Sí Guille porque tú me conoces, pero los demás no se tienen por qué enterar.
-Bueno, allá tú, pero yo le enganchara un cartel bien grande en el cuello: No mirar y no tocar. 
-Ese no es mi estilo amigo, ya la vida me enseñó que el que se quiere quedar, se queda. Obligado no me sirve.
Suspiró meditando mis palabras.
-Tienes razón, bueno lo vigilaré yo por ti. Y espanto todo lo que se le pegue, tú tranquila.
-Jajaja eres malo muchacho.
-Y puedo ser peor.
Nos pusimos a trabajar y abrió el bar. Yo sentía el ambiente más alegre, la música más alta y me encantaba tropezarme con los ojos de César cada cinco minutos. Hubiese dado cualquier cosa por salir de allí y caer en su cama.
-Guille voy al almacén, nos quedamos sin limón.
-Dale, no te demores y ten cuidado que la lámpara está fundida. Ya le dije a Julián que la cambiara.
-Ok, tranquilo.
A tientas fui buscando los limones, había mucha oscuridad dentro del almacén y un millón de cosas así que no fue tarea fácil. Cuando por fin los encontré, agarré más de la cuenta para no tener que dar otro viaje luego. Me di la vuelta para regresar a la barra y me tropecé con mi karateca.
-Me moría de ganas de besarte. Esto es una tortura.
Los limones se desperdigaron por el suelo y se me olvidó donde estábamos. Besé a aquel hombre y gemí recordando todo lo que me había hecho la noche anterior.
-Por favor, no hagas eso.
Me dijo sin parar de besarme.
-¿Qué? ¿Qué hice?
-No gimas Isa, porque si no todo el mundo en este bar se va a enterar de que estamos aquí. 
-Es que no lo pude evitar.
Le dije sin despegar mi boca de la suya.
-Muchachaaa.
-¿Qué?
-Me estás matando.
Sabía  que tenía que parar aquello y regresar a la barra mientras fuera posible. 
-Tengo que salir César.
-Uff, sale tú primero porque yo voy a tener que esperar un minuto.
-¿Por qué?
Le pregunté ingenuamente.
-¿En serio me vas a preguntar? 
Me dijo mirando hacia abajo.
-Ohh, ya. Lo siento, no fue mi intención.
-Tranquila que yo me las desquito luego.
Lo dejé en el almacén y salí más colorada que un tomate.
-Isa ¿y los limones?
Me preguntó Guille confundido al verme con las manos vacías. 
Se me olvidaron los limones y sabía que no podía regresar al almacén porque allí había una fiera enjaulada, loca por ser liberada.
-Niño, no los encontré, tenías razón tremenda oscuridad que hay allá adentro.
Guille cambió la vista y miró hacia la puerta como buscando algo o a alguien. 
-¿Oscuridad? ¿De casualidad la oscuridad de allá adentro es trigueña y sabe dar patadas y piñazos?
No podía con él.
-Mira mejor voy y busco yo los limones. 
-YO tú espero un minutico antes de entrar al almacén.
Me abrió los ojos de par en par.
-Por tu vida, de esta nos botan de aquí. Tú no mojas, pero empapas mima. Cualquiera que te ve piensa que no matas una mosca.
-Ya ves, es mejor ser y no aparentar que aparentar y no ser.
Me quedé al frente de la barra en lo que Guille buscaba los limones.
No podía esconder la risa que tenía de oreja a oreja. Hacía tiempo no tenía esa sensación de plenitud, esa expectativa por algo que me iba a pasar a mí y no a alguien más. 
A César no solo tenía que agradecerle el haberme librado de mis telarañas y de algunos de mis complejos, César me había devuelto la ilusión, y eso no tenía precio.




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