A solas con el alma

Capítulo 26: Magia


Estábamos esperando el carro que nos venía a recoger a la salida del bar.
-Niñas ¿por fin el trigueñón qué?
Preguntó Sandra, una de las muchachas del salón.
César era el tema habitual de cada recogida.
-Bueno niña o es casado o está en el equipo de Guille, porque no mira ni para el lado.
Sonreí al escucharla.
-Bueno si es casado, no importa. Mañana mismo me pongo en función de eso. Ya les contaré.
Volvió a comentar Sandra y la sangre me hirvió dentro de las venas, pero no podía perder la compostura. Eso era sabido, la carne fresca le gustaba a todo el mundo y él que era un Filete Mignon, más.
En eso me entró un mensaje al móvil:
-Si quieres te recojo en la otra esquina.
Sin pensarlo dos veces, me despedí de todas y eché a andar. 
Al doblar la esquina estaba César sentado en la moto revisando el móvil con el casco entre las piernas. Seguramente esperando que le respondiera el mensaje.
-¿Nos vamos?
Dio un brinco al verme.
-Pensé que no ibas a venir.
-Yo también lo pensé pero dije Na, no voy a perder la botella.
Me acercó a él y me besó.
-Me he pasado todo el día esperando este momento.
Me dijo sin soltarme.
-Si te pregunto si te puedes ir para mi casa la respuesta va a ser que no ¿Cierto?
-No puedo César, mi mamá trabaja hoy y tengo que llevar a la niña al círculo. 
Hizo un puchero con la boca.
-Me tengo que conformar entonces con esperar a que lleguen las seis de la tarde. Nunca en mi vida me había gustado tanto un trabajo.
-Dale vamos.
Nos montamos y podría jurar que César iba a cinco kilómetros por hora, casi se baja de la moto y vamos caminando. 
Iba manejando con una mano y la otra la llevaba aguantando mi pierna, yo iba aferrada a su espalda como un chicle. 
Cuando llegamos me sentía como una adolescente, no quería despedirme de ese hombre.
-Nos vemos más tarde César.
-¿Sabes qué?
-¿Qué?
Se quedó en silencio sin responder.
-Nada, nada, boberías mías.
-Bueno, si no me quieres decir no lo hagas.
-No chica no es eso, es que no quiero sonar cursi ni nada parecido.
-¿Cursi tú? Difícil.
-¿Quéeee? Yo soy un romántico para que tú sepas.
-¿Si? No me lo imagino de verdad.
-Ni falta que te va a hacer imaginarlo.
-¿Por qué?
-Porque lo vas a vivir en primera persona.
Él era una cajita de sorpresas, duro como una roca por fuera, pero era un flan por dentro.
Me despedí de mala gana y entré a mi casa. Esa noche volví a soñar con César, con sus ojos, su pelo, con la fina cadena que llevaba al cuello con una crucecita. ¿Qué me estaba pasando? 
Al llegar al círculo de Vero, la seño me pidió que le actualizara los datos de localización en el expediente de Vero. Allí estaban los teléfonos de mi mamá, de Él y el mío. Le pedí que quitara el del padre, al final si sucedía una emergencia, llamar a ese número era una pérdida de tiempo.
Ya Vero caminaba todo el trayecto del círculo a la casa, iba saludando a todos los vecinos y preguntando por cada cosa que se tropezaba en su camino. Mamá un gato, mira un pello.
Hablaba perfecto y la única letra ausente en su vocabulario era la R.
Nunca preguntaba por su padre y era lógico, a su edad la memoria era una cuestión de constancia y Él no conocía el significado de esa palabra.
Me asombré al percatarme que era la primera vez que me cruzaba por la mente desde que había pasado por la casa. No sabía en qué punto del mapa se encontraba y no me importaba, tenía todo un mes de tranquilidad antes de volverlo a ver.
La próxima semana íbamos a comenzar a trabajar en el patio de la casa, que por el momento era un tiradero de cosas inutilizadas. Mi mamá llegó del trabajo y ya Vero estaba bañada y comida, lista para quedarse con su abuela.
-Niña y ¿el muchacho qué?
-Bien mami, todo bien.
- ¿No van a salir más?
-Bueno, vamos a ver, con estos horarios locos que tenemos en el trabajo es difícil.
- ¿Pero tú lo dices por él o por ti?
-Por mí mamá, no, si por él fuera…
-Mira, pero por lo menos una vez a la semana traten de verse fuera del trabajo. 
- ¿Tú crees mami?
-Claro mija, si él es el responsable de esa alegría que tú tienes, por mí no hay problema. Yo me quedo con Vero y ustedes salgan. 
- ¿Tanto se me nota?
-A un kilómetro de distancia. Hacía tiempo que no te veía así.
Ella tenía razón, yo estaba en la luna.
En la esquina del trabajo estaba César esperándome. Caballero aquel hombre me ponía de cabeza, su forma de caminar con las piernas separadas, de sonreír limpiamente, de mirarme de arriba a abajo como si no hubiese otra mujer sobre la faz de la tierra; todo en él me gustaba y el espejo de sus ojos me devolvía mi mejor imagen.
-Que tempranito.
Le dije cuando llegó a mí.
-Si fuera por mí no me hubiese ido de aquí.
Me agarró la mano y comenzó a caminar.
-César.
Frené en seco antes de doblar la esquina.
-Ya sé, ya sé. Aquí no.
Noté la decepción en sus ojos y sabía que de ser por él,  entraría caminando conmigo de la mano, pero yo no me sentía cómoda aún con esa situación.
-Solo te puedo decir que cuando estés lista, me apunto a todo, a lo que sea que quieras.
Le pasé la mano por la cara y se notaba sincero, pero mi vida no era tan sencilla y había decisiones que yo no podía tomar a la ligera.
Lo besé en los labios y lo miré en silencio.
-Mira Isa, yo no soy muy bueno con las palabras, menos aun cuando estoy nervioso, pero yo…yo estoy sintiendo cosas, tú me estás moviendo cosas que no me sé explicar. Cada vez que te miro y te veo sonreír detrás de esa barra es una bocanada de aire fresco, se me reinicia la vida Isa. Yo sé que te deben de haber pasado cosas feas, lo veo en tus ojos, pero déjame entrar Isa.
Sin decir nada más, dio la espalda y caminó rumbo al bar.
Sentí miedo de no sentir, de no estar en la misma página que César y de no poder llegar a ella.
Lo maldije a Él por haberme hecho fría, por haberme congelado de aquella manera. Tenía frente a mí a un hombre que me estaba abriendo su corazón y yo me quedaba sin palabras, me sentía atada de pies y manos, inmóvil, inerte. Solo me quedaba rezar porque César tuviese la paciencia y la perseverancia para penetrar las 7 capas de hielo bajo las que estaba sepultada mi alma.
Esa noche no hubo miradas ardientes de un lado al otro del bar, en sus ojos había una expresión diferente, anhelante, de algo más allá de tenerme encima de una cama desnuda. En sus ojos habitaba la ilusión de tenerme completa, solo para él. Tristemente, no podía entregar lo que todavía no me pertenecía.
De repente se acercó a mí y me entregó una servilleta doblada; sin decir una palabra, solo la puso encima de la barra y volvió a su lugar cerca de la puerta.
Abrí la servilleta y cuatro palabras estaban escritas en ella: “Escucha, así me siento”.
No entendí bien lo que quería decir hasta que escuché por las bocinas los primeros acordes de un tema que me encantaba de Andrés Cepeda y Yatra.
“Magia” y como por arte de magia todas las personas que estaban allí desaparecieron. Me percaté de algo más que había escrito en la parte interna de la servilleta, un pedazo de aquella canción hermosa que le tocaba el corazón a cualquiera:
"Quiero decirte cosas que había escondido, pero hay palabras que no me salen, y no me dejan hablarte
Fueron tantas las noches siendo tu amigo, pero hay verdades que no te sabes y tengo que confesarte
Quiero pensar que estaba escrito en mi destino, encontrarme en tu camino lo que no hallé en otra parte
No hay nada que entender, mi corazón lo ve
Siento magia, con tus ojos siento magia 
Y HOY QUIERO GRITARLE A LA GENTE QUE TE QUIERO 
Con tu boca siento magia 
Y NEGARLO ME DA RABIA"




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