A solas con el alma

Capítulo 27: Hay golpes que duelen y otros que sanan


-Mami.
- ¿Niña qué pasó qué me estás llamando a esta hora?
Eran las 12 y media de la noche.
-Mami por fa, hoy lleva a Vero para el círculo.
-Está bien Isa, pero ¿Qué pasa? Ahora me dejas preocupada.
-Es que necesito hablar con César mami y aquí en el trabajo no voy a poder.
-Ah ya, está bien mija, mira yo no trabajo mañana así que no estés corriendo para virar.
Ella era lo máximo de verdad.
-Gracias mami, dale un besito a Vero.
-Dale y oye...
-Dime mamá.
-Déjate querer.
Colgué el teléfono y sonreí, no le iba a decir nada a César hasta la hora de cerrar.
Él estaba en la puerta y no me había vuelto a mirar desde que se había acabado la canción de Yatra.
- ¿Y esa sonrisita?
Me preguntó Guille que me estaba observando con detenimiento.
-Nada, me voy con César para su casa cuando acabemos aquí.
-Uyyy, gozancia y ricurancia ¿Ya él lo sabe? Porque tiene una caraaaaa.
-No, no sabe nada, le voy a dar la sorpresa.
De pronto un cliente pasó la mano por encima de la barra y me agarró el brazo.
-Eyyy.
Le dije asustada, mientras retiraba la mano rápidamente.
-Tranquila, solo quería un trago.
Guille intervino al momento.
-Ok no hay problema. Usted lo pide y nosotros se lo preparamos al instante, pero por favor, no pase la mano por encima de la barra.
-Ok ok, disculpen.
Nos dijo el cliente levantando ambas manos en señal de paz.
Me puse a preparar su cóctel y al levantar la vista, vi a César mirando en dirección a nosotros con cara de Terminator.
Terminé su trago y lo puse encima de la barra.
-Gracias muñeca, eres una delicia.
Me dijo y viré la espalda revirando los ojos, ya estaba acostumbrada a aquellas manifestaciones de clientes pasaditos de alcohol o simplemente atrevidos. Teníamos uno o dos incidentes en cada turno y yo estaba en mejor posición que las muchachas del salón, a mí por lo menos me separaba una inmensa barra de madera de todo aquello. 
Sentí una necesidad urgente de ir al baño y como siempre tuve que salir corriendo.
El baño estaba en la parte de atrás, apartado del salón y la barra. Cuando me estaba acercando a la puerta del baño, el cliente atrevido me cortó el paso.
-Ven acá, ¿Por qué tanta seriedad?
Intenté continuar hacia el baño, pero se puso delante de mí, era una mole humana y no había nadie cerca.
-No te han dicho que te ves mejor riéndote.
-Permiso por favor.
Traté de empujarlo, pero me aguantó las manos y me llevó hacia una esquina. ¿Dónde estaba todo el mundo por dios?
En un flashazo de ideas desagradables, valoré todas las posibilidades que podía hacerme aquel hombre y sentí deseos de vomitar.
-Tranquilita, aquí ya no está tu amiguito para defenderte.
Cerré los ojos y forcejeé con todas mis fuerzas para quitármelo de arriba, pero era inmenso. 
De pronto, lo sentí balancearse, primero más cerca de mí y después rodando por el piso.
César.
De un empujón me lo quitó de arriba y lo lanzó al suelo.
- ¿Estás bien?
Me preguntó aguantándome la cara con las manos.
-Sí sí, fue solo el susto.
Le dije temblando como una hoja.
La mole se logró levantar del piso y se le echó encima a César por la espalda. En una fracción de segundo, César se volteó y levantó la pierna en un perfecto ángulo de noventa grados, lanzándole una patada en el centro del pecho.
- ¡Césarrrrr!
Le grité nerviosa, pensando que lo había matado. Ese hombre cayó al piso como un edificio.
Con mi grito llegó Guille y otro muchacho de seguridad.
- ¡¿Y aquí qué pasó?!
Preguntó Guille nervioso al ver la escena de terror.
Yo no podía articular palabra, seguía temblando y solo quería desaparecer de allí.
-Guille, quédate con Isa.
Le pidió César mientras que, con ayuda del otro muchacho de seguridad, levantaron al atrevido del piso.
Lo llevaron en vilo por todo el salón hasta la puerta de entrada, donde lo lanzaron a la acera sin ningún tipo de reparo.
-Si te volvemos a ver por aquí, vas directo para la policía.
Yo no me había zafado de los brazos de Guille en todo ese tiempo que me mecía como si fuera una niña chiquita.
-Tranquila Isa, tranquila.
César regresó a mi lado y sin darme cuenta pasé de unos brazos a otros. 
-Deberías llevártela César. Yo me ocupo de la barra y después hablo con Julián.
- ¿No va a haber problemas con eso Guille?
-Tranquilo, aquí nos cuidamos las espaldas. De todas formas, así como está ella no puede atender a nadie. Yo mañana la llamo.
Agradecí en silencio por aquello. Ya había varios ojos curiosos mirando la película del sábado y yo no quería abrir la boca para explicar nada.
Salimos por la puerta de atrás, Guille me recogió mis cosas y César me puso el casco. Estaba en modo avión, como en una experiencia extracorpórea. Sentí el aire frío en la cara y me di cuenta que ya la moto estaba en marcha. Por el camino las lágrimas me rodaban por las mejillas en silencio. 
Recordé tantas cosas que había creído olvidar. Esa sensación de fragilidad, de vulnerabilidad, de estar a merced de alguien más fuerte que yo, ya sea por su tamaño o por su forma de ser. Lloraba sin poder controlarme, estaba de vuelta en mi pozo oscuro, del que había salido a ver el sol y a sentirlo sobre mi piel para nuevamente regresar.
¿Por qué la vida era así? ¿Por qué siempre existía el que pensaba que podía abusar de otros? ¿Cuántos más iban a abusar de mí? ¿Qué más tenía que hacer para protegerme? ¿Encerrarme en un cuarto y no salir?
El camino se me hizo infinito, estaba mareada de tantas preguntas sin respuestas.
Sentía la mano de César sobre mi rodilla y el calor de su cuerpo en mi cara.
Él no había pronunciado una sola palabra desde que salimos del bar.
Agradecí una vez más a la vida por él, por llegar a tiempo, por haberme rescatado hasta de mí misma. Lo abracé con fuerza y su mano pasó de mi rodilla a mis muñecas, devolviéndome la intensidad del abrazo. 
Llegamos a su casa y el trayecto que iba de la entrada hasta su cama se desdibujó.
César me acostó, me quitó la ropa y me puso su pullover banco, que ya era mío. Me quitó la pintura roja de la boca y me arropó con ternura. Se acostó detrás de mí, abrazándome con furia.
Un llanto subió desde el centro de mi pecho hasta mi garganta. Me acurruqué en sus brazos y me dejé llevar, solté todas las lágrimas que tenía atoradas, las de ese día y las antiguas que estaban incrustadas en mis huesos como una infección.
Poco a poco fui vaciando mi organismo de todo el dolor acumulado y sin darme cuenta, caí en un sueño profundo en el que flotaba en el aire, sostenida de unos brazos que mantenían mi cuerpo levitando.
-Buenos días Isa.
La voz de César me trajo de vuelta.
Abrí los ojos lentamente para encontrarme con los suyos detallando cada segmento de mi rostro.
-Buenos días.
Le dije y mi voz sonaba diferente, más ronca, tal vez de tantas lágrimas saladas que había tragado.
-Siéntate que te traje el desayuno.
-Wao que detalle.
No pude evitar exclamar ante tantas atenciones.
- ¿Cómo estás?
Me preguntó mientras me alcanzaba un vaso con un exquisito jugo de guayaba.
-Mejor, mucho mejor.
Su cara no era la misma que yo recordaba, había algo en su rostro que no lograba descifrar.
- ¿Y tú? ¿Estás bien?
Suspiró con fuerza ante mi pregunta.
-Ahora que te veo despertar, mucho mejor. Anoche... anoche se me voló la cabeza Isa.
Lo sabía, delante de mis ojos César se había transformado en un animal furioso en un instante.
-Gracias por llegar a mí, de verdad, no quiero pensar en qué hubiese podido pasar si no llegas yo...
-Shhh, no digas más nada. Eso no iba a suceder porque yo siempre voy a llegar a ti, ¡Óyeme bien! Siempre.
Me abrazó buscando mi boca con la suya. No me importó estar acabada de levantar, ni el jugo de guayaba que tenía en la mano, nada me importó más que sus labios sobre los míos.
-César, no quiero volver a sentirme así.
Él me miró tratando de entenderme.
- ¿Así cómo Isa?
-Indefensa, frágil.
César asintió con la cabeza como organizando sus pensamientos.
-¿Sabes qué? Tengo una idea.
Me dijo mientras se levantaba de la cama y buscaba algo dentro del clóset.
-Ven.
Se volteó con unos guantes de boxeo en las manos.
No pude evitar sonreír, eran perfectos para él, pero en mis manos se veían inmensos.
-Mete las manos.
Me puso un guante primero y después el otro, me los ajustó bien y para mi sorpresa no me quedaban tan grandes.
-Wao.
- ¿Qué? ¿Se me ven mal?
Le dije haciendo una pose graciosa con los guantes frente a mi cara.
-Noo para nada, es que, vestida así con ese pullover blanco gastado y esos guantes de boxeo, vaya que me acabas de mostrar una fantasía que ni sabía que tenía.
-Jajaja muy gracioso.
-Bueno, vamos al grano. El boxeo no es simplemente un deporte, también es una forma de liberar tensiones acumuladas. A mí personalmente, boxear me ayuda a no pensar y a poner en pausa cosas que no puedo arreglar en un momento determinado.
Ya iba entendiendo lo que él pretendía.
Se colocó detrás de mí y me agarró por la cintura, provocándome cosquillas en todas partes.
-Ahora, quiero que pienses en lo que te molesta, en lo que te causa dolor. Quiero que cierres los ojos y le pongas una cara a todo ese sufrimiento. Cuando lo tengas en la mente, quiero que lo mantengas ahí y golpees el saco con todas tus fuerzas. ¿Estás lista?
Yo asentí con la cabeza. 
Una sola imagen vino a mis pensamientos, una cara que eclipsaba mi felicidad por completo, la cara de Él.
-Vamos Isa, ¡golpea!
Lancé un golpe seco contra aquel saco y el brazo entero vibró con el impacto.
-Bien, pero ahora trata de concentrar el golpe en el puño solamente. Lleva toda tu fuerza al puño y golpea.
Lancé otro puñetazo.
-Biennnnn. Ahora con las dos manos, uno primero y otro después.
Y eso hice, comencé a dar puñetazo tras puñetazo a aquel saco de boxing. En cada uno de ellos golpeaba la misma imagen en mi mente, su cara, su traición, todo el daño que me hizo, todo lo que lloré, la mole del bar, las mentiras, mis complejos.
Sin darme cuenta comencé a gritar como una loca mientras lanzaba golpes a diestra y siniestra. 
-¡Eso Isa, no pares!
Me animaba César que ya no estaba detrás de mí, sino a mi lado.
Cuando ya no pude más, dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo, me dolía todo y sudaba como si estuviese en un sauna. Lo miré y él sonreía, sabía que estaba feliz por mí y por haber logrado que me desahogara.
Agarré toda esa energía y me lancé a sus brazos, mientras me quitaba los guantes con la boca. Nos besamos desesperadamente y rodamos por el piso sin importarnos que hubiese una cama vacía en el medio del cuarto.
César me besó de la cabeza a los pies, sin dejar un solo espacio en blanco. 
Cuando llegó a mis brazos, se percató de los morados que me habían dejado las manos de la mole al tratar de inmovilizarme contra la pared del bar. Un destello de furia le cruzó los ojos.
Tomé su cara entre mis manos y lo besé.
-Ya estoy bien, gracias a ti, estoy bien.
Le dije para tratar de espantar esa idea de su mente, como mismo él había hecho hacía unos minutos conmigo.
En medio de aquella locura de manos y piernas, me miró a los ojos y aguantó la mirada más de la cuenta.
-Te amo Isa.
Me dijo y supe que, contra todo pronóstico, yo estaba irremediablemente enamorada de César.




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