Me encantaba caminar por las calles de la Habana Vieja, era uno de mis placeres personales. La entrada de la calle Obispo para mí tenía un significado especial, era como llegar al callejón Diagon de Harry Potter. Recuerdo que cuando me estaba leyendo esa saga, siendo una adolescente, visitaba la Moderna Poesía y me tele transportaba a ese otro mundo de fantasía. Desde el olor hasta la iluminación era diferente allí adentro. Aunque muchos de los libros que allí vendían eran inalcanzables para mi bolsillo, disfrutaba la experiencia una y otra vez. Tristemente ya hoy no tenemos una Moderna Poesía y la calle Obispo está desamparada de sus tiendas una al lado de la otra y desahuciada de todo su esplendor.
Pero bueno, esa tarde a la salida de la presentación, compartimos par de horas con los amigos de César en la casa de la Cerveza. Eran gente sana, se conocían desde siempre y se notaba la camaradería entre ellos.
-Señores nosotros nos tenemos que ir.
-Coño hermano, quédense un rato más.
Le dijeron tratando de convencerlo pero, aunque la compañía era estupenda, César y yo queríamos estar solos, estábamos aún en esa etapa maravillosa donde un tercero era multitud y hasta el aire sobraba entre nosotros, si estorbaba la ropa que no iban a estorbar los demás.
Llegamos a Playa Tarará sobre las 2 de la tarde más o menos, el mar estaba divino y sol más divino todavía, así que alquilamos una sombrilla para no asarnos.
Después de acomodar las cosas, César fue directo para el agua, unas turistas que pasaban en ese momento no pudieron evitar mirarlo y comentar algo entre ellas. Lo siento señoritas, ya está tomado. Pensé para mí mientras sonreía.
Llamé a Vero y ni quiso hablar conmigo, estaba gozando de lo lindo con sus primos, era la más chiquita de la familia y todo el mundo la consentía.
Estaba sentada en la arena debatiéndome entre quitarme el vestido y ponerme el paredo, o no ponérmelo, o tratar de cambiarme y ponerme la trusa que llevaba en la cartera, ¡ayy! mira que las mujeres perdemos tiempo en cosas sin sentido. Me levanté y me quité el vestido.
Cesar estaba casi a un kilómetro de la orilla o al menos eso parecía porque solo veía un punto negro dentro del agua. Cuando me vio caminando hacia la playa, comenzó a nadar hacia mí.
Nos encontramos en un punto medio donde ya casi yo no daba pie, pero él sí, así que enrosqué mis piernas alrededor de su cintura para estar más cómoda.
-Al final te pusiste el bikini.
-Al final me lo puse.
-Y te queda espectacular, para la próxima te voy a buscar un traje de buceo, cerrado de los pies a la cabeza.
-Jajaja muy gracioso, pero ya este cuerpo no se esconde más, tengo que coger sol que parezco una alemana.
Me miró y la expresión de sus ojos me envolvió el alma.
-Me encanta verte así.
-¿Así como? ¿Mojada?
-Bueno, eso también. Pero me gusta que estés así, libre, sin preocuparte de nada ni de nadie.
Lo besé y esos labios con el plus de agua salada en ellos sabían a gloria. Lo abracé por la espalda y el vaivén del mar estaba haciendo su efecto.
Me agarró la cintura y con su lengua exploró todo dentro de mí, aquello iba loma a bajo y sin frenos.
-César…
Le dije al ver que ya estaba acomodando la poca tela que tenía la parte de abajo de aquel bikini.
-César….
No me contestaba, sus labios estaban ocupado en mi boca y sus manos afanadas en mi trusa.
-César….
-Isa, ¿Por qué crees que vinimos a Tarará? Mira a tu alrededor amor, aquí no hay nadie. Cierra los ojos y déjate llevar.
Eso hice y no me importó nada más. César tenía muy buena puntería la verdad y estar allí con él era la vida misma. Cada movimiento suyo era preciso, llevándome al borde del placer una y otra vez. Yo me aferraba a él con fuerza sintiendo como su cuerpo se fundía con el mío sin restricciones.
Las olas nos susurraban secretos antiguos al oído mientras mis manos aprisionaban su cuerpo con urgencia desesperada, como si temiera que el océano nos arrastrara y nos separara para siempre.
Nos quedamos allí, flotando en el mar, abrazados y disfrutando la caricia de la brisa sobre nuestra piel. Éramos dos almas perdidas en el éxtasis del momento, entregados por completo a ese amor que nos estaba consumiendo.
Salimos del agua y compartimos una botella de vino, la mezcla del sabor agridulce de la bebida con la sal que teníamos en los labios, era una combinación interesante. Hablamos de lo que nos quedaba por saber de cada uno de nosotros y yo sentía que con cada palabra estaba más conectada a César, que había vivido con él cada anécdota que me contaba de su pasado, la muerte de su madre, su adolescencia conflictiva y rebelde, los problemas con su padre y su amor por el kárate.
Hubiese querido contarle todo de mí, esos detalles que él aún no conocía y que a esas alturas debía imaginar; pero no quería contaminar la belleza del momento con historias tristes que me llevarían a lugares a los que yo no deseaba volver.
El sol comenzó a esconderse en el horizonte, pintando el cielo de tonos rojizos y naranjas mientras nosotros seguíamos en nuestra burbuja. Habíamos perdido la noción del tiempo en aquel lugar.
-¿Sabes qué?
Me dijo de momento.
-Vamos a quedarnos hoy aquí, déjame hablar con los custodios de la garita a ver si nos resuelven una de las cabañitas.
-¿Tú crees que se pueda? Así sin reservar ni nada.
-Isa aquí con dinero baila el mono. Vamos.
En un dos por tres ya teníamos la llave en las manos, una casita pequeña, de un solo cuarto, pero nosotros no necesitábamos más. Yo estaba muerta del hambre así que comimos en un restaurante que había dentro de Tarará en ese entonces. Todo me supo a gloria, cargamos provisiones para la noche y trancamos la puerta.
Sobre las 8 de la noche, sonó mi celular y sin ni siquiera mirar el número descolgué la llamada. Era Él.
-Hola Isa todo bien.
Respiré al escuchar esa voz tan conocida para mí.
-Sí todo bien, dime qué pasó.
César notó el cambio en mi voz y se volteó a mirarme.
-Te llamaba para ver si puedo pasar a ver a Vero.
-Mira nosotras no estamos en la casa.
-¿Cómo que no están en la casa a esta hora?
Jajaja ay dios mío que hombre tan equivocado.
-Porque no estamos en la casa.
-¿Y se puede saber dónde está mi hija?
SU HIJA, cuando le convenía claro está. En su mente Vero era una especie de mecanismo de control haca mi persona.
-Bueno TU HIJA está con su abuela para casa de mi tía y allí va a estar hasta el domingo, así que si la quieres ver, pasa el lunes.
-Ah mira que bien y tú seguro revolcándote con el muchachito ese.
-Jajaja mira te voy a colgar porque no vale la pena estar perdiendo el tiempo contigo cuando tú bien dices, lo puedo aprovechar mejor revolcándome con César. Bye.
Colgué el teléfono y ante mí tenía a un César atónito.
-¿Qué fue eso amor?
Me preguntó visiblemente preocupado por mi alteración.
-Nada, una llamada que no debí haber respondido.
-Era el padre de Vero ¿no?
Ya sabía que aquella conversación era inminente y que de esta sí no me iba a poder escapar. Era lógico que él quisiera saber ese pedazo tan importante de mi vida del que no le había dado ninguna pista.
-Sí, el mismo.
-Evidentemente, ustedes no terminaron en buenos términos ¿Eh?
-Para nada, no existen términos entre él y yo. Ni buenos ni malos.
César se sentó apoyándose al respaldar de la cama y yo me senté frente a él. Su posición me indicaba que estaba preparado para que yo continuara mi historia, abierto a escucharla.
-Mira César, esa parte de mi vida no es algo de lo que me enorgullezca, ni que me guste estar contando. Hoy ha sido un día espectacular, no lo arruinemos con cosas triste por favor.
Tomó una bocanada de aire y me dijo sin quitarme la vista de encima.
-Isa, desde el primer instante que yo te vi, sabía que llevabas varias espinas clavadas dentro. Después te conocí un poco más y estuve aún más convencido de que debiste de haber pasado por algo muy feo. Pero yo estoy aquí, contigo y nada de lo que haya pasado antes en tu vida va a cambiar eso. Si quieres contarme, te escucho y si quieres guardarlo solo para ti, respeto eso también. Pero ten en cuenta que escondiendo ese dolor solo vas a lograr que crezca más, no vas a hacerlo desaparecer solo por no hablar de eso.