A solas con el alma

Capítulo 33: El visitante nocturno

Esos días junto a César fueron una bendición, llegué con las energías renovadas y deseos de comerme el mundo. Era como si hubiese estado en un retiro espiritual limpiando todo mi organismo de toxinas dañinas. Ese era el efecto de César en mi vida, sanación y paz.
En el trabajo las cosas marchaban de maravilla, ya estábamos posicionados como el mejor bar de La Habana y el volumen de clientes era abismal. Viernes, sábado y domingo cerrábamos por capacidad. 
Fuimos a comer a casa de Guille como planificamos, pero dejé a Vero en casa, no creí que fuera el momento adecuado para ese encuentro. 
Entre Guille y Randy prepararon el segundo cuarto de la casa para Anthony, lleno de estrellas y dinosaurios por todas partes como a él le gustaba. La demanda de Guille era justa, deseaba pasar dos fines de semana al mes con el niño e ir a visitarlo entre semana cuando no tuviese que trabajar.
Esa semana le iba a ser entregada la notificación a la contraparte de que Guille había iniciado un proceso para establecer un régimen de comunicación con el niño.
Se avecinaba una grande, pero Guille estaba listo, no estaba solo y eran demasiada las ganas que tenía de estar con su hijo, nada ni nadie lo iba a detener.
Lo admiraba profundamente y más aún todos los esfuerzos previos que había hecho para que la cosa no adquiriera esas dimensiones. Pero hay ocasiones que ameritan algo más que un trato amable, y esta era una de ellas.
Randy lo apoyaba en todo y era su mayor animador, la gente buena rodando se encuentra y ellos eran evidencia de eso.
Es noche compartimos los cuatro y la buena vibra era evidente. 
-Ese muchacho me gusta Isa, es bueno para ti.
Me comentó Guille cuando fuimos a la cocina a buscar el postre.
-Sí mi amigo, me ha hecho mucho bien la verdad.
-Cundo te sientas lista, no tengas miedo de presentarle a Vero, todo va a salir bien.
Yo confiaba en el criterio de Guille, ya me había demostrado que tenía buena vista con la gente y que analizaba las cosas demasiado rápido.
Hasta Mabel había sido víctima de sus premoniciones y ya andaba enredada con el cocinero y tan feliz de la vida que ni en la menopausia pensaba.
Entrada la noche nos fuimos de casa de Guille. Yo sabía que el padre de Vero la iba a ver esa tarde así que estaba esperando a llegar para que mi mamá me contara los pormenores de la visita.
César frenó la moto en la entrada y me bajé. 
-Nos vemos mañana, te paso a buscar a las 6 y media.
-Está bien amor, maneja con cuidado.
-Sí mi reina.
Me dió un beso de despedida y lo vi perderse en la oscuridad de la noche. 
Estaba buscando las llaves de la casa cuando sentí una voz conocida a mis espaldas.
-Hola Isa.
Del susto se me cayeron las llaves al piso. 
-¿Qué tú haces aquí a esta hora?
Le pregunté mientras buscaba las llaves en la oscuridad de la acera.
-Vine a ver a la niña, pero no estabas así que me quedé esperándote porque necesitaba hablar contigo.
-Mira estas no son horas para hablar de nada. Llámame mañana.
Le di la espalda y continué buscando las llaves, el aliento alcohol me decía que había bebido y bastante. Me agarró del brazo con fuerza y me hizo mirarlo de frente a los ojos. 
-¡Isabel atiéndeme que necesito hablar contigo!
Al sentir su presión en mi muñeca, regresaron de golpe a mi cabeza tantas cosas: malos recuerdos, noches sin dormir, aquella marca en mi brazo que estuvo días sin borrarse de mi piel y que nunca iba a desaparecer de mi alma.
Me acordé de César y de lo que me había enseñado en el saco de boxeo, desplacé toda aquella furia hacia mi puño derecho que lo tenía libre y se lo espanté en el medio de la cara.
-¡Tú estás loca!
Me gritó mientras un hilo de sangre se le escapaba por la nariz.
-Hace tiempo te dije, que la próxima vez que me pusieras un dedo encima te ibas a arrepentir.
Él se aguantaba la nariz y miraba a los lados como un loco, del tiro se le quitó hasta la borrachera.
-Hazme el favor de irte de mi casa y no volver a poner un pie aquí.
Él seguía envalentonado y me dijo con el poco valor que le quedaba.
-Yo voy a seguir viniendo porque aquí vive mi hija y tú no puedes impedirme que yo la vea.
Recordé a Guille y sabía que tenía razón.
-¡Acaba de irte ya! Que hace horas que tu hija está durmiendo.
Ya tenía las llaves en la mano, abrí la puerta y se la cerré en la cara.
Cuando entré a mi casa todo el cuerpo me temblaba como una hoja y tenía la mano entera colorada del puñetazo que le había dado. Agradecí en silencio que César no hubiese estado por todo aquello, porque de haber sido así, ahora mismo estaríamos en una estación de policía y Él en una camilla en cualquier cuerpo de guardias.

 

 

 

 

 




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