A solas con el alma

Capítulo 39: Aprender a soltar

En la vida las cosas suceden cuando estamos listos para recibirlas. De igual manera, las personas llegan a nosotros cuando tenemos la capacidad de realmente verlas. No creo en el “Y si” cuando se habla del pasado, “Y si hubiese dicho”, “y si hubiésemos hecho”, esto o aquello en lugar de eso o lo otro, la vida es como es y como estaba destinada a ser. Somos parte de un libro mucho más grande, piezas sueltas de rompecabezas que van buscando su camino a través de los años. 

César y yo nos encontramos en este océano inmenso que es el mundo y sabíamos que encajábamos perfectamente, habíamos andado sin rumbo, dando tropezones, tanteando en la oscuridad sin saber ni lo que estábamos buscando.

Hasta que nos vimos frente a frente y nos reconocimos.

No puedo decir que él era mi medida mitad ni una parte de mí, porque él me conoció entera y por eso se enamoró de todas mis luces y sombras. Yo no ofrecía un amor a medias y él no me iba a querer por pedazos. 

Las palabras sobraban entre nosotros, César sabía lo que yo estaba pensando con solo mirarme y yo conocía cada uno de sus semblantes.

El día que trajo a su papá de visita a mi casa, Ramón se quedó encantado con Vero.

-Menos mal mijo, ya yo me veía sin nietos. 

Le dijo a César y me quedó más claro que nunca, que la verdadera familia es la que uno escoge, la que te abre las puertas del corazón independientemente del tipo de sangre que recorra tus venas. 

-Gracias mija, yo nunca había visto a César tan feliz, esto es lo que él necesitaba.

-Bueno Ramón, realmente nos necesitábamos el uno al otro.

-Salud por eso.

Me dijo chocando su cerveza con la mía. 

Contra todo pronóstico, el cuarto año no me dejó ingresada en una terapia.  Me organicé lo mejor que pude para no atrasarme y entregarlo todo en tiempo, siempre andaba con el calendario pisándome los talones, pero llegaba. 

Arribó diciembre y con el, mi cumple y el de Vero, tres veces dos; dos añitos para ella y 22 para mí. Nos fuimos para el Parque Lenin e hicimos un picnic como Guille siempre había querido. Globos, piñata y todo. 

-¡Dale Isa, pide un deseo!

Me gritó Guille cuando ya estaba frente al cake para soplar mi vela. Miré a mi alrededor, mis amigos aplaudiendo y cantando un feliz cumpleaños, mi mamá y Ramón sonriendo con sus cervezas, Guille con Anthony montado sobre sus hombros, César con el pelo desordenado y un gorro de cumpleaños de la doctora juguetes, Vero estaba en sus brazos, con los dedos y la cara llena de merengue y una sonrisa de oreja a oreja.

El único deseo que quería era poder encapsular aquel momento para toda la eternidad. Hoy cierro los ojos y recuerdo exactamente la sensación de plenitud que tuve ese día, en el que me sentía dichosa por primera vez en mucho tiempo.

César y yo comenzamos a vivir juntos y empezó nuestra ardua tarea para que Vero se adaptara a dormir en su cuarto. La mayoría de las noches, me encontraba la madrugada en la cama de Vero, donde llegaba a esperar que se quedara dormida y el sueño me atrapaba a mí primero que a ella. 

Tuvimos que comprar una cama nueva porque César no cabía en la mía y amanecía lleno de dolores.

Ramón permutó para acercarse a nosotros y pasaba todos los domingos que podía disfrutando de su nieta, como no paraba de repetir. 

Cesar alternaba el trabajo en el bar con clases en el Dojo de Cayo Hueso. Después de la muerte de su maestro, sintió la necesidad de regresar allí y cumplir parte de su sueño de transmitir a otros lo que tanto le habían enseñado a él en ese lugar.

Nada fue un problema para nosotros, aprovechamos cada momento en que podíamos estar solos para quitarnos la ropa. Era una necesidad básica como respirar, César era mi alimento, mi mejor fuente de vitaminas.

Me tocó el turno de comenzar una tesis para la que no tenía ni idea ni la más mínima motivación. No sabía por dónde empezar, pero corrí con la suerte de tropezarme con una mujer maravillosa que me despejó el camino y me dio lo más valioso que se le puede entregar a alguien: orientación. 

Hoy puedo llamarla amiga, pero en aquel momento esa tutora me sacó las castañas del fuego. Aún recuerdo sus palabras llenas de sabiduría y experiencia cuando me vio en medio de quinto año y sin idea de cómo avanzar en aquella odisea.

-Isa, la tesis es un ejercicio puramente docente. Te la vas a leer tú muchas veces, me la leeré yo y tu oponente, nadie más. No cojas tanta lucha que todo va a salir bien.

Con la ayuda de todos, terminé las 150 páginas más largas de mi vida, otro parto casi igual de difícil que el de Vero. Recuerdo que lo único que disfruté fue escribir los agradecimientos. Me tomé el tiempo necesario para detallar todo lo que quería decirle a cada persona importante de mi vida:

A mi niña, lo mejor de mi vida, lo más puro. Todo lo bueno y bello de mi mundo se parece a ti y tiene saborcito a ti. 

A mi mamá, mi persona favorita del mundo entero, la que más admiro. Gracias a ti soy lo que soy y adonde quiera que llegue también será por ti. Espero llegar a ser algún día, al menos la mitad de la excelente madre que has sido y eres para mí.

A César gracias por la paciencia, por la perseverancia, por la constancia para penetrar en esta cabeza dura. Gracias por el amor, que creo que sin merecerlo mucho, me diste. Gracias por enseñarme a amar y mostrarme la calma en medio de tantas tormentas. Gracias por limpiar mi espejo y no permitir que nunca más se empañara.

A Guille, mi amigo de mil batallas, mi dúo dinámico. Eres de los hombres que más admiro en esta vida por todo lo que das sin esperar nada a cambio. Gracias por abrirme las puertas de tu vida y déjame entrar en ella. Espero estar ahí por un buen tiempo.

El día de la exposición yo era un mar de nervios no tanto por el temor al olvido sino por todas las personas que fueron a servirme de público: mis amigas de la Universidad que a pesar de ya estar graduadas no me dejaron sola en ese camino, mis compañeros de trabajo, el Guille con Randy que se encargaron de preparar todo el bufete de después de la exposición, hasta mi jefe fue ese día a apoyarme; mi mamá y Ramón, con César y Vero en la primera fila. Allí estaba mi vida entera.




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