A solas con el alma

Epílogo

Amaneció con un sol radiante en el medio del cielo.
Abrí los ojos y salté de la cama repasando mentalmente todas las cosas que tenía que hacer para que ese día fuera perfecto. 
La lista era inmensa.
César no estaba en la cama, su despertar continuaba siendo antes que el del resto de los mortales.
Llegué a la cocina y ya había una taza de café esperándome.
-Hola amor, buen día.
Me saludó abrazándome por la espalda con sus brazos de oso y desorganizando el turbante del torniquete que llevaba atado a la cabeza.
-Buenos días amor.
Le dije devolviéndole el saludo.
-Me desbarataste el pelo.
-Shhh te vas a ver linda como quiera mi vida.
-Pero hoy no es día para estar linda, hoy tenemos que estar perfectos.
Me fijé que llevaba el pelo acabado de cortar.
-Niño, pero tú tiraste al barbero de la cama ¿no?
-Desde ayer le dije que cuando la jefa abriera los ojos yo tenía que estar listo si no, se formaba la gorda.
-Estás graciosito.
-¿Pero le dije alguna mentira?
-No, tienes razón. Hoy todo tiene que salir bien César.
-Y va a salir mi vida. Llevamos cuatro meses preparando este día. Nada va a salir mal.
Me abrazó transmitiendo esa confianza que siempre encontraba en sus brazos.
Pasé por el cuarto y le eché un último vistazo al vestido blanco que había colgado en la puerta del clóset. No me cansaba de verlo, era un espectáculo para la vista y siempre hacía que me emocionara un poco. Aquel era el preludio del lagrimal que iba a soltar cuando llegara el momento.
-Isa, ven a ver esto.
-¿Qué pasa mima?
-Este zíper que no cierra.
-Por tu vida mamá, no me digas eso a esta hora.
Con mucho cuidado y los dedos cruzados, terminamos de subir el zíper del vestido de mi mamá.
-Listo, trata de no tocarlo más mami.
Una llamada. Guille.
-Amiga ¿Todo listo?
-Bueno, creo que sí. Ya a estas alturas lo que no está, no está.
-Ayyyy, yo no puedo esperar a la tarde. ¿Estás emocionada?
-Uff que te puedo decir. Lloro cada cinco minutos.
-¿Y César?
-Peor que yo, él dice que no, pero está sentimental. El otro día lo cogí mirando fotos escondido y riéndose solo. ¿Y tú?
-Estoy arrebatado niña, ya no sé ni donde tengo la cabeza. Todo esto es culpa tuya por inventora.
-Jajaja, sabes que lo estás disfrutando tanto como yo, no te hagas.
-Es verdad, tienes razón, necesitábamos esto. Bueno voy saliendo para la finca, me llamas si te acuerdas de algo que se quede.
Colgué el teléfono y marqué el número de la muchacha de las flores, no podía dejar nada en el aire.
Al mediodía llegamos al lugar. Una casona de campo alejada del bullicio de la ciudad. Desde la primera vez que Guille y yo llegamos allí en busca de opciones, nos quedamos boquiabiertos con la vista. Una combinación perfecta de lo viejo y lo nuevo, el verde del paisaje con la modernidad del ambiente estaba en perfecta armonía. Me quitaba el sombrero ante los encargados de construir aquella maravilla. 
Supimos al instante que ese sería el lugar indicado.
Ya estaba todo listo, las sillas en su lugar, las flores a los lados de la alfombra, las guirnaldas de luces conformando una especie de  techo imaginario y debajo de una carpa blanca, mesas y sillas dispuestas en orden perfecto, con una pista desmontable en el centro.
Nada podía salir mal ese día, absolutamente nada.
Empezaron a llegar los invitados y las maquillistas comenzaron su labor. En una habitación estábamos las mujeres y en otra los hombres y no se sabía en cuál de las dos había más ajetreo.
Creo que nunca en mi vida había estado tan emocionada como ese día. 
Cuando llegó el momento me preparé y respiré profundo para no arruinar mi maquillaje con un derroche de lágrimas.
Pero fue inevitable.
Cuando escuché los primeros acordes de la canción de Elvis Presley, “Can't help falling in love” y vi a Vero salir por aquella puerta, vestida de blanco, sin velo porque de acuerdo a sus propias palabras ella no tenía nada que esconder, con una guirnalda sencilla de flores en su pelo suelto y un ramo de girasoles entre sus manos, dos lágrimas rodaron por mis mejillas.
Recordé el día que vino al mundo, 7 libras con 13 onzas, 51 centímetros de largo y 36 centímetros de circunferencia cefálica, un bultico rosado que no hacía más que llorar. 27 años después allí estaba frente a mí una mujer hermosa, con su sonrisa de toda la vida anunciando al mundo su felicidad.
A su lado caminaba el hombre más orgulloso de la tierra. Con su esmoquin negro traía en su brazo la mano de Vero, más para aguantarse él que para sostenerla a ella. A kilómetros se le podía ver la emoción. 
César había criado a esa niña como suya, la vida le otorgó la dicha de ser padre cuando él ya veía perdida esa oportunidad. Cada día hizo valer su agradecimiento por aquel regalo: no hubo fiesta de cumpleaños en la que no bailara al ritmo de cualquier payaso, ni inicios de curso al que se ausentara, no hubo vestido de princesa al que se negara, ni existió hospital ni noches en velas en la que no estuviera a mi lado, sosteniéndome y sosteniendo a Vero. César era el hombro en el que llorábamos y era nuestra fuerza. 
Había cosas que Vero no me contaba a mí y se las contaba a su Pipo, como le dijo desde siempre. Él supo apreciar cada detalle de la vida de Vero como un tesoro. La enseñó a defenderse cuando tuvo la primera oportunidad y siempre le recordaba que ella era fuerte y que podía ser lo que ella quisiera.
El día que Vero le pidió que la llevara al altar, César se tuvo que levantar de la mesa y salir para no romper en llanto frente a todos. Él se había ganado a pulso aquel derecho y la llevaba del brazo en su boda, como siempre lo había hecho, sin soltarla ni un segundo.
Llegaron a la altura de un novio más que feliz. Aquel niño que una vez entró a nuestras vidas se había quedado para siempre. Anthony se había convertido en un hombre bueno, de la talla de su padre y yo estaba más que tranquila sabiendo que con él, mi hija iba a estar bien. 
Guille estaba parado a su lado y era un mar de llantos. Vio toda la ceremonia tras una pantalla borrosa de lágrimas y no se enteró de nada. Gracias a la existencia de los vídeos pudo ver la grabación más tranquilo.
Iván estaba sentado cerca de mí, había logrado venir de visita para estar en ese día especial. Tenía que darle el crédito por haber intentado estar presente en la vida de Vero, a través de pantallas y llamadas. Ellos tenían una buena relación, al menos honesta y respetuosa sin forzar ni exigir nada. Cada cual sabía su lugar en la vida del otro. 
Vero visitó a su abuela paterna con frecuencia y así lo hizo hasta su fallecimiento. 
Miré a Iván y estaba al borde de las lágrimas también, nunca reclamó la decisión de Vero de que fuera César quien la acompañara en aquel camino, sabía muy bien que ese lugar no era suyo, aunque le doliera. Solo pidió un baile y por supuesto que Vero estuvo completamente de acuerdo. 
Aquella noche fue mágica y un recordatorio de la velocidad vertiginosa a la que corría el tiempo. Allí estaban dos niños que habían crecido juntos y que de la mano exploraron miles de lugares nuevos, sellando un pacto de amor que duraría lo que ellos estuviesen dispuestos a hacerlo durar.
Tenían buenos ejemplos y eran testigos, en primera persona, del esfuerzo que llevaba construir una pareja sólida.
Randy y Guille continuaban de la mano como el primer día, con más canas y más arrugas, pero juntos.
Aquella fue una tarde llena de emociones, de sentimientos a flor de piel.
Viendo a Vero y a Anthony bailar abrazos "Perfect" de Edd Sheeran, se me inundó el corazón de una calidez eterna, vi pasar su vida ante mis ojos y la imagen era maravillosa.
Cuando llegó el turno de César, mi pecho explotó con mil recuerdos a la vez. Escogieron "Cinderella" de Steven Curtis y realmente no había canción que reflejara mejor lo que eran el uno para el otro. Ella siempre sería su princesa y él su caballero de brillante armadura.
Iván bailó con su hija y no pudo evitar llorar abrazado a ella. 
Vero tuvo su noche mágica y estaba feliz de tener a todos sus seres queridos con ella: Guille y Randy que la adoraban desde siempre, sus abuelos, sus amigas, su esposo que siempre había sido su partner in crime, me tenía a mí que a pesar de costarme verla tan inmensa, ella sabía que continuaba teniendo el tamaño perfecto para entrar en mis brazos; y tenía a sus dos padres, el que le dio la vida y el que le enseñó a vivirla de la mejor manera.




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