Un año había pasado desde que Gonzalo se había ido de la mansión que juntos habíamos conseguido, pero que nunca habíamos disfrutado.
La noche en que llevé a …no me acuerdo ni el nombre, pero seguro que ustedes se acuerdan de que más ebria de lo normal, invité a mi conquista al caserón que compartía con mi esposo. De todo lo sucedido lo importante es que desde ese momento Gonzalo cambió.
Mi corazón averiado se alegraba de reencontrarse cada tanto con un hombre más parecido al que había conocido en la adolescencia, pero por supuesto no fue suficiente para sanar el vínculo entre los dos.
Armó sus valijas y se marchó.
Yo hice lo propio dos meses después.
A pesar del dinero que entraba sin cesar en mi cuenta bancaria, me compré una casa más pequeña y bastante alejada de la ciudad. Tenía mucha necesidad de recibir ayuda, pero le temía a los psicólogos, entiendo que respetan el secreto profesional, pero sé que más de una revista les pagaría fortuna por información sobre mí vida, por lo que prefiero no arriesgarme.
Había despedido a mi chofer y contaba con escasos empleados domésticos, necesitaba un poco de soledad. Una noche en que no podía más con mi estado de angustia, salí al frío santacruceño sin el abrigo necesario. Aunque llevaba la llave de mi Rolls Royce, una vez fuera decidí caminar.
Avanzaba sin reparar en nada más que en buscar algo que calmara mi alma. El camino oscuro me atraía y me invitaba a andarlo sin cesar. En algún momento me detuve, pero no fui consciente de ello hasta que una mujer se acercó.
—¿Necesitás ayuda? —la observé pero en mi estado de abstracción profunda no comprendí lo que decía, la vi estirar una manta que pasó por mis hombros.
Un llanto agudo, me despabiló, la mujer me soltó de inmediato y se fue detrás de unos cartones. La seguí en silencio, me espantó lo que ví y lo demostré con una aspiración ruidosa.
Ella me devolvió una especie de sonrisa que comunicaba vergüenza y culpa, me sentí mal al instante.
—¿Qué hacen acá? La noche está helada.
—No tenemos casa —respondió huyendo de mi mirada— pero pronto lo voy a solucionar, no te preocupes. ¿Vos qué hacías caminando sola a estas horas?
—Vamos —la tomé del brazo sin responder a su pregunta, ni dar explicaciones.
Se soltó con un movimiento brusco e instintivamente se aferró a su bebé.
—¿Sos policía? —me increpó, el tono y su expresión habían cambiado radicalmente— ¿O venís de servicios sociales?
—Ni una, ni otra ¿Cuánto tiempo tiene tu bebé?
—Seis meses —contestó, su actitud que mutaba de sumisa a altanera en segundos, me confundía.
—Vení conmigo, te puedo ayudar a vos y sobre todo a él. No es justo que esté pasando frío. —La pregunta que se me cruzó al instante, me heló la sangre— ¿Han comido?
—Todavía le doy de mamar.
—¿Vos te alimentás? —pregunté en consecuencia. Bajó la mirada y no respondió, no hizo falta—. Mi nombre es Yasmín, soy la vocalista de “Quebranto”, la banda de rock ¿La conocés?
Sus ojos recorrieron mi rostro redescubriéndolo, la dejé hacer a su tiempo.
—¡No lo puedo creer! ¡Cómo no voy a saber quién sos. No debe existir nadie en este mundo que no los conozca!
—Te ofrezco mi ayuda… —le di tiempo para que respondiera.
—Azul —comprendió mi silencio sin dificultad.
—Azul, te ofrezco mi ayuda. Si mañana por la mañana cambias de opinión, podés seguir tu camino. Al menos esta noche hacelo por tu hijo, no lo dejes morir acá.
Sollozó ante mi último comentario, volvió hasta los cartones que les servían de refugio, sacó una bolsa con sus pertenencias y me siguió. Caminamos unos minutos hasta dar con un taxi.
Una vez en casa, los ubiqué en la habitación contigua a la mía y le entregué ropa nueva a Azul para que pudiera higienizarse, ya me encargaría de conseguir ropa para el bebé. A pesar de que le había dicho que era libre de irse, esperaba que no lo hiciera. Una necesidad en el centro de mi pecho, me instaba a ayudarla.
No pegué un ojo el resto de la noche, atenta a lo que sucedía a escasos metros de mi habitación. No por temor, sabía perfectamente que no corría peligro. Los ojos de Azul eran sinceros, no sé por qué situaciones había pasado, pero no había maldad en ellos, más bien tristeza y dolor. Mi temor se basaba en la posibilidad de que se escaparan sin dejarme ayudarlos, pero descubrí lo erróneo de mis pensamientos al escucharlos roncar a los dos: madre e hijo.
Por la mañana una temerosa Azul apareció en mi cocina.
—¿Descansaste bien? —pregunté con interés.
No necesitamos más nada para comenzar una conversación que duró horas.
Que ella se haya abierto a mí de aquella manera me indicó primero la necesidad de afecto que tenía y segundo lo desesperada que estaba por recibir ayuda. No pensaba defraudarla, la vida nos había cruzado y yo quería estar a la altura.
Editado: 12.02.2024