Tomo asiento frente al escritorio de madera blanca y ojeo la primera página de la carpeta. Vaya biografía se dice, no son más que unas cuantas líneas sin demasiado por decir.
Nombre: Teo Armand Guiraud.
Edad: 28 años.
Lugar de nacimiento: Saint Etienne (Francia).
Lugar de residencia: Levallois-Perret (Francia).
Profesión: corredor automovilístico.
Gustos: Sin especificar.
¿Qué es esto?
Más abajo se leen unos párrafos sobre de su vida resumida. Creció junto a sus padres Antoine, nacido en París, y Juliet, una mujer proveniente de Bradford, Inglaterra. También tiene un hermano mayor llamado Louis que está divorciado, es abogado, reside en Lille y tiene una hija llamada Mellany.
Comenzó su carrera profesional a los diecisiete luego de ganar unas competencias amateurs y fue ahí donde conoció al que es actualmente su equipo liderado por Charles Divogh. Luego de eso todo fue cuesta arriba.
Se hizo famoso, ganó millones y su personalidad se fue al caño.
No hay mucho, es más, no hay casi nada en realidad. Su vida personal se centra sólo en ese recuento de datos principales. A mí parecer eso es algo bueno, significa que mantiene su vida privada tal y como la palabra lo dice, privada. Luego se menciona un par de escándalos conocidos públicamente además de esos pequeños videos que han estado circulando. Uno refiere al altercado que tuvo luego de una de las competiciones con Howard Keane, donde no llegó a más que unos buenos golpes pero si fue penalizado con una multa. Y el otro hace referencia a unas fotografías que fueron divulgadas por un canal de entretenimiento donde una chica le da una cachetada antes de subir a su auto.
“Qué bueno que le haya dado una lección, seguro se lo merecía”, murmuro por lo bajo.
La siguiente y última hoja es una lista de logros como los que colocan en los currículos para hacerlos más interesantes aunque dudo que haya inventado alguna. Ni siquiera me gasto en leerlo, estoy segura que me lo restregará en la cara cada vez que tenga oportunidad.
El edificio está revolucionado y la oficina es un completo caos. Las mujeres están alteradas maquillándose y peinándose como nunca. Los hombres piensan que no los veo pero están tratando de adoptar una posición relajada sacando a escondidas alguna revista donde aparece la celebridad que los visitará o abriendo libretas con la esperanza de obtener un autógrafo.
Muchos de ellos lo admiran. Otros, lo envidian, especialmente Thomas, quien debe ver a Reyna, su novia, actuar como una adolescente esperando por el amor de su vida.
Por mi parte, me pasé la noche anterior enfocándome en lo que debo hacer, estudiando maniobras de publicidad que me han funcionado en el pasado e inventando algunas nuevas. ¿La base de todo? Dos palabras:
Obras solidarias.
Las mayoría de las mujeres encuentran atractivo a un hombre con niños y/o animales.
Los mayoría de los hombres encuentran atractivo que su favorito gane.
Si logro que vuelva a ser un hombre querido y se enfoque en su carrera al mismo tiempo, el mundo estará en paz y yo en un apartamento en Nueva York.
“¿Estás lista?” Daisy camina junto a mí saliendo de su oficina.
“Por supuesto,” respondo forzando una sonrisa e intentando convencerme a mí misma de que lo estoy. Aprieto las manos una y otra vez, ni siquiera sé por qué estoy nerviosa, oh, tal vez sea porque de este trabajo depende mi promoción.
Algunos murmullos empiezan a resonar en el lugar y es ahí cuando veo a mi nuevo cliente.
Sus ojos están escondidos detrás de unos lentes negros. Su cabello oscuro, despeinado se balancea con cada paso. Tiene una barba apenas visible alrededor de su mandíbula y sobre sus labios. Viste unos jeans ajustados, remera negra y chaqueta gris con botas de cuero.
Desde mi perspectiva, parece uno de esos modelos que normalmente encontrarías en Pinterest.
Todas las miradas están oficialmente sobre él dejando de lado al hombre que lo acompaña. Rubio, unos centímetros un poco más bajo que Teo, y luce un traje gris oscuro perfectamente planchado.
La estrellita parece ser consciente de lo que causa entre la multitud. Lo tiene muy en claro y lo disfruta, puedo descifrarlo por su sonrisa coqueta.
Los dos hombres ignoran a los demás y se detienen frente a nosotras mujeres.
“Es un placer verla de nuevo, Sra. Murphy,” dice el rubio estrechando su mano con la de la persona a cargo en este lugar.
“Me alegro que llegaran,” contesta Daisy con la sonrisa que usa cada vez que quiere cerrar un trato. La he visto tantas veces que hasta puedo distinguirla de la sonrisa fingida que usa cuando su madre viene a visitarla o aquella que usa cuando alguien se atreve a infligir su autoridad. Cuando te da esa sonrisa, sabes que estás hasta el cuello, hundiéndote poco a poco en una desgracia anticipada desde el momento en que pensaste en ir en su contra. No usa mucho esa última, pero cuando lo hace es mejor callar y volver a lo tuyo.