“Sí papá, voy a ir este fin de semana,” digo con el teléfono pegado a mi oído. Ha estado llamando cada hora para recordarme que debo estar ahí el sábado temprano. Sé que no lo hace exclusivamente por mí sino por Teo.
“Y trae a ese nuevo novio tuyo.”
También ha repetido eso unas cientos de veces. Papá admira a Teo, incluso me envió una foto con una camiseta que dice su apellido detrás con su número debajo. El veintiocho. Dijo que pensó en comer juntos porque hace mucho que no voy a verlo…y fui hace una semana.
Todo esto no es más que una excusa para conocer al corredor estrella, por supuesto que sí.
“No actúes como si no lo conocieras,” respondo. Nora me da una sonrisa mientras continua cociendo con su máquina. El último mes le llegó un gran pedido con vestidos para un evento. Puedo ver lo cansada que está pero está trabajando duro y los resultados son espectaculares. Me gustaría ser así de talentosa.
“No quiero actuar como que lo hago,” contesta antes de gritarle un saludo a George, su vecino. “Debo ser el padre estricto que pone a su hija primero, ningún patán se merece estar a tu lado.”
Papá es consciente de las cosas que se dicen de Teo pero aunque prefiere separar lo privado de lo profesional, aún tiene un ojo puesto sobre él. Voy a darle cinco minutos hasta que caiga completamente encantado por el chico.
“Sí, por eso me pediste su autógrafo.”
Rebusco entre mis cosas por pinza para recogerme el pelo.
“¿Nora vendrá?” Cambia de tema.
“Tiene que terminar un pedido, es un vestido que requiere mucho tiempo y no puede darse el lujo de distraerse aun tratándose de tu estofado de soja,” explico mirando a mi amiga.
Nora ríe en voz baja porque detesta el estofado de soja pero siempre que tiene ‘la desgracia’ de probarlo intenta pretender que es lo más delicioso del mundo. Papá es un gran cocinero, sólo que ese no es el plato preferido de Nora.
“Bien, los veré este sábado, sin excusas.” Hace un gruido desde su garganta. “Papá oso despidiéndose, cambio.”
Sonrío inconscientemente. “Fuerte y claro. Nos vemos papá oso, cambio y fuera.”
“¿Qué hacemos aquí?” El edificio frente a nosotros está un poco descuidado pero tiene tanta vida como un bosque un día de primavera. Los grafitis en las paredes hechos por los niños del vecindario y las hojas naranjas y marrones sobre la acera le dan el toque cálido. Desde adentro se escucha la ruidosa risa de Rita seguida por los cantitos de Gloria por una canción que acaba de aparecer en la radio.
El comedor ‘Buena Vida’ ha estado funcionando por más de diez años y empecé a ser voluntaria hace unos cuatro. Por alguna razón estar aquí se siente como un abrazo, las personas son especiales y el agradecimiento que se recibe por parte de quienes acuden por un plato de comida es algo impagable. Esta es una pequeña parte de mi vida y creo que a Teo le gustará, aunque lo niegue.
“Vas a ayudar en este evento solidario,” contesto señalando el cartel junto a la puerta que dice ‘¡Fiesta de Guisos! Pase por una comida caliente a cambio de una sonrisa.’”
“¿Este era tu plan infalible de hoy?” Me observa con incredulidad. “¿Piensas que aquí van a definir si soy o no un buen samaritano?”
Niego mirando a mí alrededor. Hay algunos niños jugando a la pelota, y personas entrando y saliendo por la puerta de atrás del edificio descargando todo tipo de alimentos recién comprados y donaciones hechas por la comunidad. “No, hoy es el día de la semana en el que me toca venir y como Nora no puede acompañarme decidí que tú lo harías.” Todo es una completa mentira. Puedo venir los días que se me plazcan, Nora nunca viene conmigo los días de semana porque a esta hora está trabajando y lo de la parte de decidir que él me acompañaría fue en contra de mi voluntad.
Camino hacia la puerta de entrada pero me detengo a medio camino para voltear hacia Teo. Tiene una expresión insegura. “¿Qué? ¿Quieres irte?” Inquiero. “Puedes hacerlo, no voy a obligarte a quedarte aquí.”
Ese comentario es más un desafío hacia él. Quiero ver que tanto puede aguantar.
El grupo de niños que antes jugaban en la calle se acercan a nosotros. Reconozco a todos ellos y luego de saludarme, pasan directo hacia dentro a excepción de uno de ellos. Trent, el hijo de la Sra. Martínez. “Me gusta tu reloj,” dice el pequeño acercándose a la joya que yace en la muñeca de Teo.
“Gracias,” responde el chico con incomodidad y aparta el objeto de la vista del niño. “Cuesta más que todo este lugar,” murmura.
La puerta de entrada se abre y Selma aparece frente a nosotros. “Llegaron,” nos sonríe acomodando su delantal amarillo. Camina hacia mí y me da uno de sus fuertes abrazos de bienvenida. “Es bueno verte de nuevo Cal, y es un placer conocer a tu amigo,” dice mirando al chico quien finalmente da un paso adelante para estrechar su mano.
“Él es Teo,” lo presento, “pero dudo que se quede, este lugar parece ser demasiado para él.” Creo que oigo una queja ahogada por parte del chico.