“¿Por qué quieres salir?” Pregunto tomando de mi té. Quedamos en que Teo me avisaría donde iría cada vez que saliera de su edificio y lo está cumpliendo al pie de la letra. También especifiqué que lo acompañaría a los sitios que creyera conveniente estar presente como este club al que quiere ir.
“¿Por qué tu no?” Contesta con otra pregunta. Gané, siempre que gano festejo y es viernes, ¿no tienes algo más que hacer?”
Nora está con su novio y yo tengo unos cuantos episodios de esa nueva serie sobre criminales.
“Está frío y me gusta más mi sofá.” Teo me mira de pies a cabeza admirando mi pijama con motivos de Toy Story.
“Entonces quédate en él,” dice antes de caminar hacia la puerta de salida de mi apartamento. Dejo la taza sobre el mostrador de la cocina y corro para cortar su paso.
“¿Y dejarte sólo ahí afuera? ¿En un club dado tú historial? Ni hablar.”
“¿Acabas de ofenderme?” Levanta una ceja.
Teo se cruza de brazos. No voy a admitir que se ve bien aunque así sea. Su cabello despeinado cae sobre sus ojos verdes y esa campera de cuero oscuro le da un toque de chico malo haciendo juego con su reputación.
“Tengo veintiocho, no ocho.”
“Entonces actúa de esa edad,” demando. “¿Eres consciente de todo lo que puede pasar en esos lugares?”
Ese comentario logra sacarle una risa. “Hablas como si me estuviera yendo a invadir una propiedad privada para participar en peleas clandestinas.” No es algo que pueda excluir. ¿Quién sabe cuáles son sus ideales de diversión cuando nadie lo ve?
“Teo sólo intento alejarte de problemas lo más que pueda.” Eso sonó más a un grito desesperado que a una simple explicación.
“No confías en mí, es eso.”
Aprende rápido. “¿Acaso puedes culparme?” Teo sabe que tengo razón por lo que termina cediendo a que lo acompañe.
“Bien, ven conmigo, pero yo en mis asuntos y tú en los tuyos, ¿hecho?”
Ni que quisiera mezclarme con él.
“Te estaré vigilando,” digo cubriendo mi cara con uno de los sombreros de Nora. “No hagas nada de lo que puedas arrepentirte en la mañana.”
El chico bufa y me da una mirada de lado antes de moverse hacia el otro lado del lugar. “Aburrida.” Logro escuchar.
Me siento en una película donde una agente debe ir de incógnita para vigilar a su objetivo. Y la mejor parte de todo esto es que la mayoría de las personas aquí están ebrias o lo suficientemente enfocados en sus asuntos que ni siquiera voltean a verme.
“Una limonada,” le pido al bartender una vez que encuentro un lugar vacío junto a la barra. No pienso beber esta noche, uno de los dos debe ser el adulto responsable esta noche.
“Claro.”
A lo lejos, Teo se acerca a unas personas que parecen conocerle. También hay otros que reconocen al joven y no dejar de mirarlo o lo hacen de una forma disimulada. El chico se encamina a la zona VIP del local y sé que por lo menos allí no habrá fanáticos que lo hagan sentir intranquilo. Una chica de su grupo provecha que Teo toma asiento en uno de los sillones para sentarse en su regazo pero él la aparta de inmediato.
Me alegra que recuerde serme fiel.
La gente baila, bebe y se graban haciendo todo eso para luego publicarlo en internet. Algunos curiosos toman imágenes de Teo y sus amigos, uno de ellos al que reconozco como Mark Thompsen, otro corredor.
Dicen que el tiempo pasa volando cuando uno se divierte, no es mi caso. Sólo han pasado como treinta minutos desde que llegamos y ya siento que va a ser una noche pesada. Me siento tan incómodamente fuera de lugar que hago lo que siempre suelo hacer en estas situaciones, pretender estar haciendo algo muy importante en mi teléfono.
Llevo unos cuantos niveles de las bombitas coloridas explotadas que no me doy cuenta cuando alguien toma asiento junto a mí.
“¿Puedo invitarte un trago?” Pregunta el hombre mirándome con curiosidad. Cierro el juego y bloqueo el teléfono antes de darle una pequeña sonrisa amistosa.
“En una noche cualquiera, podrías, pero no hoy.”
Esa respuesta logra desanimarlo pero se compone con rapidez. “La suerte no parece estar de mí lado esta semana,” dice antes de vaciar su vaso.
“La mía me abandonó hace mucho,” murmuro.
El hombre aclara la garganta y me tiende una mano. “Soy Kit.”
“Rose,” miento. Si hay algo que Nora y yo aprendimos es a nunca dar información verdadera a desconocidos hasta que se forme un vínculo de confianza, nunca sabes con quienes puedes encontrarte en estos sitios.
“Un hermoso nombre para una hermosa mujer,” en lugar de sacudir mi mano, la besa. Esa frase coqueta está tan gastada que me ahogo las ganas de bufar.