“A ver si entiendo,” dice Nora tomando asiento en una esquina de mi cama, la parte donde no hay ropa doblada lista para ser guardada en mi maleta. “Un tipo sexi te está llevando a Francia en un viaje todo pago por un fin de semana y…” Levanta una de mis prendas, “¿Estás llevando este camisón de abuela?”
Se la arrebato y la vuelvo a doblar para guardarla.
“No es un camisón, es una remera larga,” corrijo con molestia. Es mi remera favorita para dormir, es amplia, fresca, tiene a Snoopy en el frente con un gorro navideño y con algunas manchas de chocolate cerca del cuello.
“No me importa lo que sea esta cosa.” La saca nuevamente y la tira de vuelta en el ropero. “Soy dueña de una tienda de ropa, no puedo dejar que mi mejor amiga ande por la vida con esa remera desteñida. Mucho menos si te vas de vacaciones con un hermoso prototipo de hombre.”
“No son vacaciones, voy a ayudarlo con algo.”
Le hablé a Nora de la familia de Teo y lo mucho que necesita un empujón para verlos de nuevo. Ella dijo que eso sería algo beneficiario para él, con tantas cosas pasando en su vida en este momento no hay nada mejor que volver a nuestras raíces y meditarlo todo mejor.
Tal vez vuelva siendo un mejor hombre. Uno que haga las cosas como se debe.
“Me da igual, ese Dios del automovilismo no necesita ver estas cosas.”
Chisto y le doy una mirada de cansancio. “Deja de llamarlo así, le estás inflando el ego aunque no pueda escucharte.” Hago una pequeña pausa. “Y no pretendo impresionar a nadie.”
Es cierto, no es que voy por un beneficio propio. Ni siquiera sé con qué voy a encontrarme allá. Puede que a sus padres no les agrade y termine durmiendo en un hotel como lo planeé en un principio hasta que Teo me sugirió quedarme en la casa de ellos.
“¿Van a visitar a sus padres?”
“Sí.”
Muerde su labio inferior antes de hablar. “¿Y no estás preocupada por caerles bien?”
Dejo a un lado unos pantalones y la observo con atención. “¿Cuál es tu punto?”
“No importa si vas por trabajo o por ser un motivo de apoyo moral, tienes que demostrar tus encantos,” sonríe moviendo los dedos de sus manos como si estuviera haciendo magia.
“No tengo nadie a quién encantar.”
Bufa girando sus ojos. “Como digas, lleva algo de mi ropa, es una orden.”
Bien, debo admitir que estoy un poco nerviosa. Pasé las dos horas y un poco más de vuelo sopesando la situación con cuidado y sólo logré sobre pensarlo todo. No es una simple visita como su relacionista pública sino una como su novia falsa, sólo que ellos no saben la parte de falsa y soy una terrible mentirosa. ¿Cómo voy a fingir todo un fin de semana que estoy saliendo con su hijo sin delatarme como la mejor en cuestión de segundos? Debería haber insistido con el hotel y sacarme un problema de encima.
Saint-Étienne es sin duda una hermosa ciudad. La arquitectura es asombrosa al igual que sus paisajes. Es la primera vez que salgo de Irlanda y nunca pensé hacerlo al lado de una figura pública para ir a visitar a sus padres, ¿qué tan impredecible puede ser la vida a veces?
Cuando nos alejamos de la ciudad y nos adentramos en la zona rural empiezo a sentirme como en casa. Hay algo en los verdes naturales y la calma de los campos que me conmueve y me consuela.
El auto se detiene frente a una pequeña finca. Parece tener ya varios años pero tiene un encanto envidiable, rodeada de flores y toques campesinos que mi madre amaría sin duda. “Vaya…” Suspiro por lo bajo.
“Me ofrecí a comprarles una propiedad mejor pero no quisieron,” comenta Teo sacando nuestras cosas del maletero.
“No es lo que estaba pensando.” Le doy otro vistazo al lugar. “En realidad me gusta, mucho.”
Antes de que alguno pudiera decir algo más, la puerta de entrada se abre de una vez y con fuerza.
“¡Están aquí!” El grito de una mujer nos sobresalta. “Antoine, ¡ya llegaron!” Ella baja los tres escalones de la entrada y camina a paso apresurado por el sendero de piedras del jardín delantero. Su vestido azul se mueve con gracia al igual que su pelo semi recogido y adornado con un pañuelo doblado en forma de moño de un tono hueso.
La mujer se dirige directamente hacia Teo, dándole uno de esos fuertes abrazos que uno espera al llegar a casa. “Hola mamá.”
Me doy cuenta que los estoy mirando con intensidad y desvío mi atención hacia el hombre que baja los escalones con cuidado.
“Te ves mucho más flaco desde la última vez, tengo que hablar con Harry,” rezonga antes de mirar en mí dirección, “y tú debes ser Callen.” Su sonrisa es cálida al igual que sus rasgos, lo opuesto a su voz bulliciosa y fuerte acento inglés.
“Es un placer, Sra. Guiraud.” Extiendo mi mano en forma de saludo pero en lugar de tomarla, me atrae hacia ella, dándome un abrazo parecido al que le brindó a su hijo.