A través de mí (lost Souls #1)

3| Límites

La mayor parte de la cena me resultó incómoda. Por eso participé en los temas de conversación que sacaron mis abuelos, para distraer mi cabeza; mis amigas y mi hermano, también.

Mis padres estaban idos. Todos lo notamos, aunque intentamos que la visita de mis abuelos, al igual que la cena, fuera amena.

Mis amigas ayudaron a mi madre a lavar los platos cuando mis abuelos partieron a su hogar, alrededor de la diez de la noche. Mamá les preguntó cómo les estaba yendo en general. Hice alguna que otra intervención desde mi lugar en la mesa, cada vez que las chicas me miraban como si quisieran escucharme.

Cuando terminaron, me despedí de mi familia, y les hice un ademán con la cabeza a Abby y a Emma para ir a mi habitación.

Mis pies cansados e hinchados por usar las férulas se aliviaron en cuanto me saqué las zapatillas, y los músculos agarrotados de mi cuerpo se aflojaron al acostarme.

No fue una semana sencilla. Fueron días de puro estudio y de ensayos, y de estresantes chequeos médicos, propios de la Espina Bífida: cuestiones urinarias, más que todo. Eso repercutió en el cansancio físico y mental que traía a cuestas.

Además, no estaba durmiendo bien. Si no repasaba para los parciales o los trabajos prácticos, me preguntaba cómo me iría en la audición del conservatorio; ahora esperaba, ansiosa, los resultados.

La presencia de mis amigas, aunque seguía un poco enojada por el arrebato de Abby, se llevó bastante de mi agotamiento. Abby criticó la película que Emma y yo escogimos, sin parar; por eso Emma la golpeó en la nuca, en algunas ocasiones. A pesar de su parloteo, sus críticas eran acertadas; tenía un excelente ojo para el cine.

No podría dormir esa noche, lo sabía. De pronto mi cabeza se convirtió en un desastre de pensamientos, que iban desde mis últimos años en rehabilitación —los cuales fueron arruinando mi salud—, la conversación con Chris a la mañana, hasta el incidente en el centro terapéutico.

Cerré fuerte los ojos y luché para echarlos fuera. No lo logré.

Abrí los párpados con lentitud. Me senté para buscar un libro, o algo que me distrajera. Volví a sentarme, de sopetón, totalmente despabilada, cuando encontré mi portátil en los pies de la cama.

El monstruo del miedo, aquel que me envolvía con sus garras hacía más de un año, apareció otra vez, aunque...aunque sentí que, en esta ocasión, tenía que luchar contra él.

«Prometiste tener una vida nueva y alcanzar tus metas», la voz de Abby resonó en mi cabeza de tal forma que al fin tomé la decisión de desprenderme del miedo. Porque necesitaba escribir para comenzar a sanar las heridas que aún quedaban en mi alma. Lo necesitaba para comenzar esa nueva vida de la que hablaban mis amigas.

Fueron tantas las razones que me hicieron dejar la escritura, pero... ahora tenía la necesidad de desprenderme de los viejos demonios que me atormentaban y que no me dejaban avanzar.

Mis dedos temblaron cuando la hoja vacía de un documento de Word apareció delante de mis ojos. El corazón se me encogió en un puño cuando los recuerdos reaparecieron en mi cabeza para detenerme, para recordarme por qué había dejado de escribir.

Apreté los labios, y aunque esa herida aún escocía en mi pecho, no desistí.

Luché contras las palabras hirientes que, como una espada afilada, penetraron en mi alma y provocaron esas heridas que me hicieron caer en el pasado. Batallé contra las que me dije a mí misma y contra las inseguridades que me habían apresado.

Escribí para ser la chica llena de sueños que una vez fui. Escribí para...ser feliz. Para encontrar paz.

El monstruo del miedo seguía ahí, escondido en algún lugar de mi mente; sin embargo, me dejé llevar como hacía tanto no lo hacía. Pese a que no se fue, saboreé la victoria al percatarme de que era yo quien ahora tenía el control. Algunas de las cadenas que habían apresado mi alma se rompieron.

Permití que las ideas que durante meses mantuve retenidas salieran. Me coloqué mis auriculares y reproduje una de las listas de canciones que solía ayudarme para obtener inspiración. Tomé un bolígrafo y un cuaderno al que le quedaba menos de la mitad de las hojas sin escribir. Cuando menos quise darme cuenta, ya tenía cuatro páginas de un resumen más o menos básico de lo que quería que fuera un posible nuevo proyecto.

Tracé un par de diagramas, establecí relaciones entre los personajes que aún no tenían nombres definidos en mi cabeza, creé fichas donde especificaba sus aspectos importantes, e incluso realicé un árbol genealógico. Cuando terminé, contemplé el mapamundi encima de mi escritorio, pensando en dónde ambientarla; los puntos lilas me sirvieron de guía, ya había utilizado esos países.




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