Cuando Evan y yo éramos pequeños nos encantaban las estrellas, la luna, el eclipse, los planetas, y todo lo que tenía que ver con la astronomía. Cada vez que había fecha de eclipse, por más lejos que estemos, nos podíamos conectarnos a través de ese fenómeno en el cielo. Por lo menos sabía que, sí el miraba al cielo a la par mía, entonces, de alguna forma, estábamos juntos.
Cada eclipse que había, ahí estaba él para informarme para que la veamos juntos. Parecía un cine, nos preparábamos a tal hora, en tal posición para poder ver una maravilla en el cielo. Recuerdo la vez que hubo una lluvia de estrellas, me volví completamente loca porque llamé, repentinamente a Evan por llamada, no esperé a que me hablase y le dije:
—¡Evan, mira el cielo! ¡Mira el cielo!
Escuché su risa. Nunca la había escuchado en mi vida, creo que ha sido tan pocas las veces que la escuchaba que, cada vez que lo hacía, mi ritmo cardíaco comenzaba aumentar. Automáticamente sonreía y automáticamente yo era feliz. Creo que ese fue mi error.
—Lo estoy viendo —dijo. Evan siempre ha sido reservado en todos los aspectos posibles. Si hablaba, era lo justo y necesario. Si reía, podría ser cada mil años y ¿llorar? Para él era algo casi imposible. Sin embargo, recuerdo que, en aquellos momentos, sentir no era un pecado, sin embargo, a medida que pasaba el tiempo nuestros sentimientos, o al menos los de él, se limitaban a muchas cosas. Si existía el corazón de hielo, créanme, lo tenía él—. Lo estoy viendo, Jenna. Es muy hermoso. Todas se parecen a ti.
—¿A mí? —dije confundida.
—Tú brillas demasiado.
Quería, con todas mis fuerzas, correr hacia él.
Una vez, en la terraza de la casa de mi madre, le dije por mensaje de texto:
Jenna: ¿Viste el cielo? Está muuuuuy estrellado. ¿Allí está igual?
Evan: Sí, es increíble la diferencia de tamaños de estrellas que hay.
Jenna: Me encantan, en serio.
Evan: ¿Has visto la estrella que más brilla?
Jenna: Sí... siempre hay una que se destaca sobre las otras, ¿te has dado cuenta?
Evan: Sí, me he dado cuenta. Es tuya. Te la estoy obsequiando Jen.
Por más que él no tenía el control del cielo, realmente se tomaba el tiempo para poder hacer un regalo. Algo que era imposible, tal vez, de tenerla en mis manos pero con sólo ver esa estrella, de ahora en más, me acordaré de él. La distancia no nos impedía absolutamente nada.
Era una adolescente muriéndome de amor a las 23:00 p.m de la noche. En ese momento era la persona más feliz del universo.
Jenna: Es el mejor regalo de todos.
Y hasta hora sigue siendo el mejor regalo de todos. No ha habido un regalo físico que se haya comparado con una estrella del cielo, porque por más que fuese inalcanzable aquella estrella, sabia que, la que más brillaba me pertenecía. Eso me había hecho creer Evan. En realidad, él me había hecho creerme tantas cosas, que poco a poco, se iban deshaciendo.
Sólo que, en la actualidad, seguía viendo el cielo y seguía mirando las estrellas. Siempre había una que se destacaba sobre las demás, y aunque no quisiera, volvía a recordarlo. Y aunque no quisiera, volvía sentir algo, y aunque no quisiera volvía a doler como la última vez que nos dejamos.
Recordé los collares que compré en una tienda en Florida, las dos tenía una estrella de acero. Saqué una foto y envié a Evan acompañado de: "Mira lo que compré. Ahora estarás conmigo donde vaya. Te daré la tuya cuando te vea, Evan." No sabía cuándo íbamos a vernos pero definitivamente era una promesa que compartíamos. Sólo me faltaba crecer y yo podría volar hasta allí.
Bueno, eso creía con 14 años.
Me lastimó recordar que esa promesa quedó en la nada.