Yo sabía que era importante comer, sin embargo, pasar mis días tristes sólo hacía que mi vida sea un desorden total. Y era así. No comía ni siquiera un poco bien. Mis horarios eran un desastre. Y yo no era la persona más organizada del mundo, en realidad todo lo contrario.
No sabía qué hacer.
Pero Evan siempre buscaba la manera de cuidarme. Y ser atento.
Evan: Tengo una idea pero tienes que prestarme atención.
Luego de enviarme ese mensaje. Evan hizo, en una hoja, un planner de comida para que yo copiase en una hoja muchísimo más grande. Con tan sólo 16 años, Evan era el chico más inteligente del universo.
Jenna: ¿Qué es eso?
Evan: Tienes que organizarte. Mira, comerás 4 veces al día, por lo menos, ¿ok? No debes despertarte a las cuatro de la tarde y no haber desayunado. Me despertaré a la mañana, te llamaré y desayunarás conmigo.
Grité emocionada como una niña enamorada y me arrojé hacia mi cama. ¿Cómo puede ser esto real? ¿Este chico era real? ¿Este chico gustaba de mí? Recuerdo haber sentido un cuidado y amor de su parte que dudaba demasiado en volver a sentirlo de parte de alguien.
Jenna: ¿En verdad me llamarás?
Evan: Sí. Y si no te levantas, me enojaré contigo...
Y así. Cada día, Evan me llamaba o, muchas de las veces, me enviaba muchos mensajes seguidos para despertarme. Sólo para que desayune con él. Comencé a anotar en ese planner lo que comía y a llenarlo durante un tiempo.
Hasta que todo acabó entre nosotros. Era difícil pensar que él me motivaba a cuidarme. Sabía que eso no estaba bien, sin embargo, lo seguí por un tiempo y lo dejé. Poco a poco, volví a despertarme más tarde, ya no a la hora de la cena sino que mis ojos pesaban de haber llorado la noche anterior.
Después de algunos años, conservé ese planner. Y lo rompí con mucho odio. A pesar de ya no ser de aquella manera en la actualidad y tener mis horarios en orden. Me dolía pensar en la atención que me daba. El simple hecho de poder hablar conmigo en las mañanas y poder desayunar juntos a pesar de la distancia.
Luego de haber perdido contacto con él, muchas de las veces pensaba en enviarle mensajes preguntándole: ¿Has comido bien? ¿Estás bien? ¿Estás abrigado? ¿Te duele algo? Sin embargo, ¿a quién y cómo? No tenía su contacto y no sabía cómo encontrarlo hasta ahora. Era como tener muchas ganas de ir hacia un lugar sin saber a dónde dirigirme. Era desesperante.
Es difícil.
Es tan difícil querer dejar de preocuparte por alguien e ignorar que no te interesa cómo está cuando sólo quieres que esa persona esté bien. Es tan difícil tener que omitir preguntas que, tal vez, quieres hacerle sólo por el simple hecho de no demostrar que te sigue importando. Entonces ¿qué hago? ¿Qué hago con todo lo que estoy sosteniendo en mis manos? ¿Qué hago con toda esta apariencia que no durará mucho?
¿Qué hago con tanto amor que llevo dentro mío?
Y no era cualquier cariño o cualquier amor sino que era algo que ni con palabras podría explicar.
Era un amor que nunca se lo expliqué y nunca se lo explicaré.