Mis recuerdos tenían nombre y apellido: Jenna Bennet.
Desde pequeño mi abuelo comenzó a llevarme a sus reuniones de trabajo.
Tenía 8 años cuando mi abuelo decidió que sería lo mejor acompañarlo junto con sus colegas. Todo empezó preguntándome si quería estar presente, comencé a decir que sí, y a medida que pasó el tiempo; me obligaba a ir. Así fue durante mucho tiempo.
Recordaba, hasta hoy, lo aburrido que era. No podía decirle que no, entonces lo hacía y finalmente iba.
En ese momento, quería mucho a Sophia pero sus comportamientos lograban ponerme nervioso. Todos los días llegaban para mí sus mensajes como: "Quiero morirme", "Quiero cortarme", "Odio a todo el mundo, "Odio a mi familia", "Odio a mis compañeros", entre otras cosas. No sólo odiaba a todo el mundo sino a veces creía que me odiaba a mí.
Comencé a notar que ese sentimiento de autodestrucción era intencional. Traté de ayudarla pero se negaba.
Esto no va a acabar bien, pensé. Y terminé con ella completamente enojado. Sabía que a la larga podríamos destruirnos. No sólo por eso sino que Sophia prefería "bromear" con otros chicos. Preferí terminar y ser amigos... Como siempre.
Seguimos hablando, ya que, temía que se hiciera algo malo.
Mi vida era completamente aburrida hasta que... llegó ella.
No quería decir que estaba completamente loca pero era completamente loca. Una locura genial que poco a poco comenzó a divertirme. Era increíble los distintos temas que ella tenía para conversar.
Jenna era muy divertida. No quería admitirlo en voz alta o, en sí, no quería admitírselo a ella al principio pero me gustaba. Me gustaba hablar con ella. Hablábamos todos los días de algo diferente, ¿cuándo se nos iba a acabar los temas de conversación?
Tal vez a mí no se me ocurría ninguno pero a Jenna...
Ella era novedad para mí.
Llegué a despertar cada día simplemente por el hecho de abrir mis ojos y leer un mensaje de ella.
Jenna: Bueeeeeeen diaaaaaaaa.
Evan: Siento que me estás gritando.
Jenna: Imagina que abro tu puerta con toda la fuerza y comienzo a saltar en tu cama hasta despertarte.
Evan: Te arrojo una almohada, definitivamente.
Jenna: ¿Crees que eres genial porque eres más alto que yo?
Evan: Yo no soy alto, tú eres la bebé pequeña aquí.
Jenna: ¿Yo? ¿Bebé?
Jenna: Tú eres un bebé.
Jenna: Un bebé rubio y serio.
Evan: Jaja. ¿Por qué me dices serio?
Jenna: Porque sí.
Jenna: Igual me agrada.
Realmente mentiría.
Mentiría si dijera que, de vez cuando, no se me escapaba una sonrisa por ella.
Jenna: ¿Qué prefieres café o té?
Evan: Qué asco el té.
Evan: Prefiero cereal con leche.
Jenna: ¿Nunca te aburres?
Evan: Nunca. Es de lo más rico del mundo.
Jenna: Okay, otra pregunta.
Evan: Dime.
Jenna: ¿Pastas o carne?
Evan: Qué asco la carne.
Jenna: Oh por favor, jajajaja.
Jenna: Cuando te vea, te golpearé con una almohada.
Evan: Ni siquiera puedes. Eres una pequeña.
Jenna: Además, ¿nos veremos?
Evan: Seguro.
Las conversaciones eran tan estúpidas a veces y sin sentido que yo no quería cambiarlas por nada. Prefería muchas de las veces quedarme sólo para hablar con Jenna. Ojalá hubiese congelado el tiempo. Tal vez no hubiésemos sufrido tanto.
Quienes estaban a mí alrededor comenzaron a notarme diferente.
Pasé a sonreír más y a interesarme más en una persona.
Supongo que... comencé a tener sentimientos, los cuales fueron inevitables. Mis días grises pasaron a tener color. De la noche a la mañana.
Aunque esta felicidad y este color tenía fecha de vencimiento.