A Través De Mis Sueños

Capítulo 36

Cuando llegamos, no sólo me moría de frío sino que también de vergüenza.

Entré a la cabaña como si lo hiciera por primera vez, cuando la realidad era que había ido el día anterior. Evan prendió la chimenea, ya que pudo percibir que yo estaba temblando de frío. Me invitó a que me sentara en el sofá y me pusiera cómoda.

No podía dejar de pensar que estaríamos juntos toda la noche. Me asustaba sentirme tan bien con Evan.

Evan trajo unas mantas para que me cubriera con ellas. Extendí mis manos para tomarlas pero él las dejó caer en mi espalda tomándome de sorpresa.

—Ten —dijo—. Cúbrete bien. Te prepararé algo caliente.

Necesitaba tomar algo caliente. En el verano era de aquellas personas que sufría demasiado el calor pero en invierno también era de aquellas que moría violentamente de frío. Todo se iba a un extremo conmigo. Mi teléfono sonó y supuse, sin siquiera ver, que era Eleanor.

Eleanor: ¿Qué estás haciendo? No puedo creer que Evan te haya invitado a dormir. Estoy muy sorprendida y a la vez no porque tú eres muy lenta.

Jenna: Jajaja. Simplemente pasó. Tampoco puedo creerlo.

Eleanor: Pero… no son novios, ¿cierto?

Jenna: Tengo entendido que no.

Eleanor: Segura no quiere apresurar las cosas para que a ti no te parezca raro.

Jenna: ¿A mí? ¿Raro?

Eleanor: Exacto. De todas maneras…

Eleanor: No son amigos.

Jenna: Si no somos amigos, entonces, ¿qué somos? Aunque el título no me importa del todo en este momento, sinceramente me gusta la relación que llevamos.

Eleanor: Los amigos no se besan en la boca.

Eleanor: Los amigos no duermen tan juntitos como ustedes…

Eleanor: Los amigos no se celan como ustedes…

Eleanor: Los amigos no se abrazan como ustedes…

Jenna: Estás diciendo cosas que sí hacen los amigos.

Eleanor: Yo entiendo la manera en la que lo digo. Aunque me quedo con la primera de todas.

Jenna: Sólo nos besamos ayer. Qué exagerada eres.

Eleanor: Bésalo hoy otra vez. Rechazaste a mi hermano, deberías por lo menos valorar tu rechazo, ¿no?

Jenna: Llega una cierta hora del día en que comienzas a hablar idioteces.

Eleanor: Jajajajaja.

Jenna: Debo irme. Ahí viene.

Bloqueé el teléfono. Levanté mi cabeza para mirar a Evan, me estiré para tomar unas de las tazas que traía en unas de sus manos.

—Gracias —le sonreí.

Evan se sentó junto a mí—. No debí traerte en la motocicleta con este clima.

—No te preocupes —negué con mi cabeza—. Mi cuerpo es débil.

Y no mentía. Lamentablemente era lo bastante frágil. No me extrañaría que, al día siguiente, amaneciera con resfrío.

Evan se quedó en silencio tomando su café mientras mis ojos estaban puestos en él. La luz de la llama de la chimenea iluminaba todo su rostro. Me atrapó mirándolo, esta vez no volteé.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

Reprimí una sonrisa, y negué con la cabeza—. Nada.

Enarcó sus cejas—. ¿No vas a decirme?

—¿Por qué te diría algo que ya sabes?

—¿Algo que ya sé? —Giró todo su cuerpo quedándonos cara a cara—. A ver. Dime lo que sé.

—Que eres maravilloso —lo miré fijamente. Él no respondió, por lo contrario, sostuvo mi mirada—. ¿Ves? Ya lo sabes.

Evan decidió cambiar de conversación—. ¿Se te ha pasado el frío?

—¿Es tu habilidad cambiar de tema de conversación ahora?

—Tú haces lo mismo a veces.

—¿No lo crees? —Dejé mi taza en la mesa que estaba frente a nosotros. Me acerqué a él.

—¿Qué cosa?

—Que eres una persona maravillosa —le dije sinceramente. Porque yo sí lo creía. Supuse que él no lo oía de nadie. Estaba segura que no era la única que pensaba de él de esa manera.

—¿Tú lo crees? —me preguntó en un tono suave y calmado.

—Sí.

—Entonces me es suficiente —contestó, inclinándose para dejar su taza junto a la mía.

—Me importa que tú lo creas también —le dije, corrí la mirada. La fijé en la chimenea. Se veía muy bonita por cierto—. De mi parte, ¿no es obvio? Nunca tuve el coraje de pensar mal de ti.

—Tal vez alguna vez lo hiciste pero no te has dado cuenta.

—Nunca —lo miré—. Nunca lo hice. Y nunca lo haría. ¿Tuve la oportunidad? Sí. Pero decidí no hacerlo.

Y era cierto. Habían pasado once años. Podrían pasar once años más, veinte, treinta, cincuenta y hasta toda una vida; yo jamás pero jamás podría odiarlo. Creo que una vez que sabes y eres consciente de lo increíble que es esa persona, entonces se acabó. Él valor de ella no cambiaba sólo porque tus pensamientos eran diferentes ahora.

Evan era extraordinario y él no lo sabía.

—Tú… —Hizo una pausa antes de añadir—: Tú eres muy buena conmigo.

Le regalé una de mis sonrisas.

Había una televisión allí, sin embargo, él no la prendió. Estar juntos era suficiente. Noté que los dos queríamos aprovechar cada segundo para poder hablar con el otro. Durante tantos años no habíamos tenido ese privilegio por distintos motivos pero ahora era diferente.

¿Cómo había terminado allí? No lo sé. Pero si de esa manera empezaba mi cumpleaños; este año sería el mejor de todos.

No sé cómo pero terminé con mi cabeza apoyada en su regazo mientras hablábamos de cualquier idiotez. Evan reía en pequeñas circunstancias, y yo no podía evitar mirarlo. Me di cuenta, por un momento, de cómo sus ojos brillaban al hablarme.




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