EVAN
Entré a la habitación completamente confundido.
—Jenna, ¿a dónde vas? —pregunté algo perdido.
—Me voy —dijo ella, volteó a verme mientras tomaba sus valijas—. No puedo estar aquí.
—¿No puedes?
—No quiero, en realidad. —Su mirada expresaba enojo. ¿Por qué? ¿Qué carajos había hecho para que se molestara así?
—No… Yo no… Jenna… por favor, no entiendo. ¿Qué pasó?
Jenna pasó junto a mí chocando su hombro contra el mío—. Me largo.
Volteé rápidamente y tomé su muñeca.
—Explícame.
—No —se soltó de mi agarre bruscamente—. Déjame. En. Paz.
Fruncí el ceño. Aún no entendía absolutamente nada. ¿Por qué ella se iba después de estar tres años viviendo juntos? ¿Por qué, justo en este momento, decidía alejarse después de todo lo que habíamos pasado? Ella dijo que fue la mejor decisión que tomó; fue estar conmigo. Era inexplicable la manera en la podíamos y queríamos hacernos feliz uno al otro.
Y no entendía, realmente, por qué se estaba marchando de aquí…
Cuando Jenna comenzó a caminar lejos de mí, la seguí unos pasos para pedir una explicación pero ella decidió no hacerla. Volteó a mirarme, gritaba, lloraba y estaba muy molesta conmigo. No escuchaba para nada lo que estaba diciendo, es como si de repente me hubiese quedado sin audición… Cuando giré mi cabeza, veía lentamente, un camión yendo a la dirección en dónde ella se encontraba. Comencé a gritar, a desesperarme, y a querer avanzar hacia ella pero no pude. No lo logré. Mi voz no se oía y mis pies no se movían.
El camión estaba apunto de atropellarla pero… abrí mis ojos de golpe. Mi mirada chocó contra el techo de la habitación. Mi respiración estaba agitada, tragué saliva y cerré los ojos lentamente tratando de calmarme. No solía tener pesadillas.
Mierda. Tenía fiebre.
Jenna despertó, se encontraba junto a mí así que encendió la luz.
—Evan… ¿qué sucede? ¿Estás bien? —se frotó los ojos un poco soñolienta. Asentí.
—Sí —dije sentándome en la cama—. Lo siento. Te desperté.
Entrecerró los ojos, y luego los abrió más de lo normal—. Estás llorando. —dijo. Se asustó. En verdad se asustó. Nunca me veía llorar y yo… ni siquiera lo notaba cuando lo hacía.
Me toqué las mejillas. Estaban mojadas.
—Ah… —alcé mi mirada—. Eso parece.
—¿Pasó algo? ¿Por qué lloras? —me miró preocupada. Jenna se acercó más a mí para limpiar las lágrimas, que al parecer, tenía.
—No lo sé —dije—. Hey… no te preocupes. Está todo bien.
—Pero estás llorando.
—Lo sé, amor. —Llevé mi mano a su cabeza para hacer leves caricias. Si no me explicaba lo bastante bien; ella comenzaría a llorar—. Tuve una pesadilla. Eso es todo.
Jenna no solía preguntarme las cosas. Era muy inteligente en ese caso, sabía cuándo hablar o no, más allá de que a mí no me molestara, ella… lo hacía. Se quedó en silencio unos segundos mirándome a los ojos. De repente, se inclinó hacia mí para poder abrazarme. Ella colocó mi cabeza en su hombro para luego acariciar mi espalda.
—De acuerdo —dijo—. Estará todo bien.
Una sonrisa, poco a poco, creció en mi rostro. Ella se preocupaba de más. Todo lo que hacía era de más pero no me molestaba. Para nada.
Jenna me alejó. La miré confundido.
—Tienes fiebre —dijo.
—Ah —dije—. Hum. No te preocupes, yo me traer-
Ella, obviamente, como cada vez que pasaba, no me oyó. Se levantó y se dirigió hacia el baño. Escuché como tiraba las cosas por aquí, por allá, buscaba esto y lo otro. Se marchó hacia la cocina. Sus comportamientos me ponían de un buen humor. Mirarla de esa manera, claro que no me gustaba porque ella se preocupaba demasiado, sin embargo, Jenna era muy bonita.
Luego de unos minutos, Jenna llegó con todo lo que había buscado. Me indicó que me acostara y fue lo que hice, colocó el trapo mojado en mi frente, no sin antes tomar un medicamento.
—¿No tienes sueño? —pregunté a ella mientras la veía hacer todo.
Negó con la cabeza—. Ya no.
—Tienes que trabajar.
—¿Y?
—Te estoy molestando.
Sus ojos se posaron en mí.
—Hace tres años que vivimos juntos y hace cuatro años que estamos saliendo. Adivina cuántos años deben pasar para que tú me molestes.
Bromeé haciendo que pensaba.
—Nunca —respondió ella antes de que yo dijera algo—. Sea lo que estemos haciendo, disfruto hacerlo porque es sobre ti.
—Eres muy romántica.
—Lo siento por amarte —dijo ella en un tono de broma.
Me reí.
Jenna se recostó conmigo, pero yo sabía muy bien que ella no pegaría un ojo hasta que la fiebre se me bajara así que también me quedé despierto junto a ella.
—Descansa si quieres.
—Tú también —dije.
—Estoy esperando a que la fiebre baje.
—Yo también —dije.
Ella me fulminó con la mirada pero le sonreí.
—Evan…
Cerré mis ojos para descansar aunque no iba a dormir—. Yo descanso si tu descansas, ¿bien? Además debes trabajar mañana. Ya sabes como es, la fiebre suele irse después de unas horas. Y…
Me parecía raro no escucharla decir algo así que abrí mis ojos. Giré a mirarla. Jenna estaba pálida. Ella se sentó de golpe, seguido por mí que me saqué el trapo de la cabeza. Jenna se tomó el rostro entre sus manos como si estuviera aturdida.
—Jenna. —Me acerqué a ella—. ¿Te sientes mal?
Ella asintió sin poder hablar. Se destapó lentamente y se sentó poniendo los pies sobre el suelo. Me levanté para estar frente a ella—. ¿Qué duele? Dime.
—Quiero… vomitar —dijo ella.
—De acuerdo. Ven —Traté de levantarla despacio.
—Espera —dijo, y volvió a caer—. Siento que me desmayaré. Estoy mareada.