❄️ALANA❄️
Terminé llorando en casa de Kelly. Ella me abrió la puerta y apenas caí en sus brazos comencé a chillar como una niña pequeña que necesitaba consuelo. Había sido horrible, una de las experiencias más espantosas de mi vida.
Sabía que ella tenía que haber adivinado las razones por las que estaba aquí, vuelta un mar de lágrimas, pero no qué tanto toda la situación me puso en este estado.
—Lana, ¿pero qué sucede? ¿Alguien te hizo daño? Deja que llame a mi esposo, lo haremos pagar. ¿O debemos ir a la policía?
Si lo ponía desde esa perspectiva, mi llanto tuyo que haberla asustado. Por lo que negué. —Solo todo salió mal. No me lastimó, si no cuenta mi orgullo porque ese si quedó maltrecho. En este punto es inexistente.
—Cuéntame, iré diciéndole a Mike para que venga lo más pronto posible y le daremos una paliza al desgraciado.
—Ja, como si fueras a pasar por la puerta. Vive en una mansión.
—Nada que no meditemos bien. Ni que fuera tan importante.
—Yo creo que sí, es un jugador de Hockey pedante e insoportable. Se cree mucho. Es un inepto.
Eso último la hizo prestar atención, ya que yo había olvidado contarle más. —El día que fuimos al bar, nos vimos. Y hacía dos veces más. Me acusó de querer vender fotos suyas para enriquecerme. Y hoy dijo que solo estaba yendo a la entrevista para aprovecharme de eso. Yo, de todas las personas en el mundo.
—Espera, ¿Y quien es?
De solo acordarme de su nombre y su tonta cara (y atractiva), me daba ganas de patearlo.
—Ivan Volkov.
Ella me miró por un instante y luego comenzó a hiperventilar, sí a eso. —Espera un maldito segundo. Un maldito segundo —dijo eufórica—. ¿Conociste a Iván Volkov? ¿Y estás así como si nada? Habría pasado por todo eso tan solo color para respirar su aire. Llamaré a Michael, se meará en sus pantalones cuando se entere.
—Por Dios, no entiendo.
—Hija de Dios, estuviste con Iván Volkov. El jodido mago Volkov. El mejor jugador de la liga del año pasado y quien llevó a la victoria a los Devils. ¿Y lo dices así como si nada?
Yo seguía sin comprender tanto alboroto. Para mí su hermana era más famosa. Pero qué sabía yo. No sabía una mierda de hockey.
—No te creas, es un asno. Puede ser el mismo papa en persona y no seguirá dejando de ser un idiota por la forma en que me trató.
—Amiga, pero es que tiene sentido ser así. No lo supiste, pero años atrás hubo un escándalo horrible con él y su hija —o sea que no había estado tan desencaminada cuando lo acusé de querer culparme por errores de otros—. Una chica vendió fotos de su hija, él no había mostrado la cara de ella nunca. Resulta que la tipa vendió las fotos y en mal estado. Diciendo que era un padre irresponsable. Ese hombre se las vio mal luego de eso, pero se supo la verdad luego.
Si lo ponía así, tenía todo el sentido que fuese así. Pero para mí no era excusa para la forma en que me trató. Yo era un ser humano que merece respeto y sobre todo, consideración. Podía meterse sus miles de títulos por donde mejor me entraran
—No me importa, es una mierda y espero nunca. Jamás de los jamases encontrármelo de nuevo.
—Al menos viste su cara de cerca. ¿Es tan guapo como se ve en pantalla?
Muchísimo, ese cabello negro, esos ojos azules como dos gemas y la piel pálida parecía uno de esos protagonistas de libros que tanto me gustaban leer. De esos en que te hacen perder la cabeza y las bragas al mismo tiempo. Un Rhysand en potencia.
—Eso no le quita lo idiota —dije. .
—Tienes razón, pero al menos su cara bonita puede admirarse. No es común que sean guapos e inteligentes. Serían demasiado poderosos —solté una carcajada ante eso—. Oye, Lana. No te sientas mal. Ya hallarás un mejor trabajo. Estoy segura que si.
—Espero, porque no quiero ni seguir paseando perros toda mi vida.
—Podrías vender tus postres. ¿No me trajiste alguno?
Justo recordé que había dejado un postre en su casa. Me daba lástima porque seguro lo echaría a la basura pensando en que lo había envenenado. Lo que me enojaba, no me gustaba desperdiciar comida.
Mi teléfono comenzó a sonar con varios mensajes a la vez. Pensando en que sería el idiota de mi ex, lo obvié. Sin embargo, al instante, mi amiga lo robó.
—¿Qué te pasa?
—Estoy viendo si te escribió pidiendo disculpas.
Puse los ojos en blanco. Ella creía en cada cosa. —No haría eso ni loco. Así que dame.
—Amiga, es un número desconocido.
—Ese tipo no me va a escribir.
Abrí el mensaje, y aunque no era el idiota de Volkov. Conseguí algo mejor.
—Bueno, no está todo perdido.
Señorita Daniels, les escribimos de Le Bistro, estamos urgidos con una mesera y usted cumple con las características. Estaremos atentos a su respuesta.
Y un calorcito se sintió en mi corazón. Diosito no me había abandonado. Solo debía mirar hacia arriba.