A través del hielo

❄️CAPÍTULO 1❄️

❄️ALANA❄️

Regresar a casa no debería ser problema.

Destaquemos la palabra no.

El detalle residía cuándo regresas a casa luego de que te enteras que tu novio de toda la vida decidiera echar cinco años de relación a la basura por un polvo con su secretaria en el escritorio de su oficina.

Cliché, ¿no?

Pero así estaba hecha mi vida, de clichés, onomatopeyas, metáforas y cosas sin sentido. También hablaba demasiado, pero era parte de mi personalidad.

Ahora estaba yo aquí, como la protagonista del libro que se encontraba en su momento más bajo que rozaba el subsuelo. Si tan solo apareciera el millonario que me fuese a sacar de pobre y que solo quiere mi amor sin importar que fuera la pobre diabla de la historia.

Ja, como si estas cosas pasaran. O por lo menos a mí.

Estaba ahora sin nada, porque aparte de todo había sido nuestra compañera de trabajo. Y bueno, no es como si yo me hubiese tomado las cosas con la mayor deportividad posible. Hice cosas que ganaron un despido inmediato. No importaba que yo hubiese sido buena en mi trabajo y que yo fuera la afectada.

Siendo una de las encargadas del catering de una empresa de telecomunicaciones, no debería sorprenderme. Los cuernos eran algo más común de lo que se debería, sin embargo me había sentido muy por encima de ello. Por Dios, mi novio y yo éramos otro tipo de gente. No caeríamos en eso

Hasta que cayó, como una perinola, anotando en el hoyo. De la forma más literal posible. Si fue en su escritorio y fue horrible. Si tan solo la pobre supiera que encendía empujado. Gajes.

Ahora estaba sin novio, sin casa y sin un centavo donde caerme muerta. Porque todo lo había invertido en una boda que ahora no se iba a dar y que de paso no había ningún tipo de reembolso por parte de la organizadora.

Vaya, este no fue el proyecto de vida que planeé a los diez años. La vida estaba dándome una revolcada y no de las divertidas. No hay sudor y cuerpos enlazados.

Me desvié, lo siento.

Dejé la miríada de pensamientos de lado porque había llegado a mi destino. Bajé la maleta del taxi y pagué la carrera. Cómo siempre, había gente que me veía extraño. Con mis raíces latinas muy marcadas pese a que había nacido aquí, bastaba y sobraba para que la gente me mirase no tan agradable como si fuese a robar o algo. Pero estaba más que acostumbrada a ello.

Apenas caminé hacia la puerta, me encontré con mamá que abría la misma y comenzó a dar brincos de emoción como si fuera una niña pequeña y no mi madre. Sabía que estaba contenta llevaba años diciéndome que volviera a Pensilvania, pero yo había estado algo en contra puesto que estaba enamorada y quería seguir en Nueva York con mi prometido, pero ahora era una mendiga y los mendigos como yo no podíamos elegir. La hija pródiga había regresado a casa.

—Alana, mi amor qué bueno que estás aquí —me rodeó con sus brazos y me dejé llevar.

La abracé y me refugié en su aroma fresco y de limón. Ella con su cabello negro y rizado como el mío no había envejecido ni una cana. Y estaba acostumbrada a que nos confundieran como hermanas. Esperaba tener la dicha de ser así cuando tuviera su edad.

—Mamà me apachurras

—Y lo seguiré haciendo —volvió a apretarme y lo disfruté. La había extrañado demasiado siendo honesta.

Sabía que estaba feliz, yo también, podría haber sido peor, podría estar enferma o alguna cosa horrible. La vida no era mala y había nuevas oportunidades para mí. O eso me decía para no recordar que por poco no le saqué los cabellos la susodicha y el idiota de mi ex.

En fin, ya no había vuelta atrás.

Yo no era conocida por esta chica pendenciera, pero a veces se llegaba al límite. Y en este caso fue la gota que derramó la copa. Tal vez si lo hubiese pensado bien no habría hecho esas cosas, pero una tenía sus límites, por lo que actué y luego pensé.

En fin, mira hacia arriba.

Repetí mi mantra que me decía cada vez que las cosas parecían irme de la mierda, cabe decir que últimamente ese era mi modo de vida, por lo que estaba repitiéndolo mucho. Pero para mí tenía todo el sentido del mundo.

Por fin mi mamá me soltó y me miró de arriba abajo con dulzura. Sabía que veía, una chica delgada y que tenía ojeras por pensar demasiado y que se la pasaba sin dormir tratando de hallar qué hacer para sobrellevar el accidente de trenes que se había vuelto su vida.

—Te preparé tu comida favorita.

Eso sonó como música para mis oídos. Mi mamá incendiaría el mundo por mí.

—¿Empanadas de carne y guasacaca? —inquirí con ilusión, porque soñaba con eso, nadie cocinaba como ella.

—Por supuesto, ¿por quién me tomas? —abracé a mamá con un chillido muy similar al que ella dio cuando llegué, pero es que para mí no había nada mejor que mi desayuno de campeones.

Mamá era venezolana, llegó con mi abuela hace unos años antes de que yo naciera buscando el sueño americano. Aquí se enamoró de un chico tejano con el que estudió en la preparatoria. Fueron rey y reina del baile, todo hermoso que no fue raro que se casaran posterior a acabar la escuela. Solo que lastimosamente mi padre murió trabajando como soldador en una plataforma petrolífera y quedamos las tres nada más. Ella no se volvió a casar, pero sabía que pese a todo era feliz por como llevaba su vida. Dueña de una floristería pasaba mucho tiempo haciendo feliz a las personas con su trabajo.




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