-¿Ryan? ¿Por qué tienes el móvil de Trish?
-Oh, hola Lotte. He tenido que recogerla esta mañana para ir a clase. Se ha debido dejar el móvil en mi coche. ¿Quieres que le diga algo cuando la vea mañana?-dice Ryan. Suena nervioso.
-No te preocupes. Solo dile que la echo de menos y que me llame cuando pueda. Y a ti también, por supuesto. ¿Alguna novedad?-pregunto esperando que me cuente que le pasa, porque está tan raro y nervioso todo el rato.
-No mucho. Sigue todo como lo dejaste. Todo el mundo sigue intentando encontrar una nueva reina, pero aparte de eso, todo igual.
Hablamos un par de minutos más, antes de que Ryan tenga que colgar para ir a clases. Definitivamente, echo mucho de menos eso. Salir todas las mañanas con Trish, hacer una parada en la cafetería que hay un par de calles antes del instituto, entrar en el edificio y que todo el mundo nos saludara porque éramos prácticamente las reinas del instituto. Yo era la capitana del equipo de animadoras y del grupo de arte; Trish era mi segunda al mando con las animadoras, y estaba en la banda del instituto. Éramos la prueba viviente de que ser animadoras no significa ser las brujas malas del instituto.
Sin embargo, aquí a nadie le importa quién era, nadie sabe lo que hacía. Todos los años que he pasado luchando por conseguir que hubiera igualdad en nuestro instituto, para, al final, no ser yo quien lo disfrute. Aquí no importa que haya liderado a mi equipo a la victoria en el campeonato de animadores durante 3 años consecutivos. O que el presupuesto para las artes se haya duplicado gracias a las inversiones de mi padre, siempre me dijo que invertir en arte era la mejor inversión, aunque no trajera beneficios monetarios, por eso, tras su muerte, nosotras seguimos invirtiendo; y a las subastas que organizábamos a final de curso con todo lo que habíamos pintado, esculpido, o diseñado a lo largo del curso. A nadie le importa, y a nadie le importará hasta que entre en Juilliard.
Recordar todo eso, me hace querer pintar, así que entro en mi estudio. Estoy lo que parecen ser horas pintando. Cuando he empezado, tenía la clara intención de pintar una de las escenas del instituto, una de mis favoritas. El momento en que nos presentamos en el instituto al acabar la competición con nuestro tercer trofeo. La cara de las chicas del equipo, las caras de los jugadores que no se creían que hubiéramos ganado de nuevo, los pasillos del instituto llenos de pancartas y globos para celebrar la victoria. Definitivamente, fue uno de los mejores momentos de mi vida en el instituto. Pero no es eso lo que he pintado, sino algo muy diferente. Es un lienzo pequeño, uno de los más pequeños que he usado nunca, pero no hace falta más. En él, el rancho es el ambiente de nuevo. En primer plano, la valla. Medio blanca, medio marrón.
Y a ambos lados de esta, dos jóvenes. Un joven apuesto, con pelo rubio oscuro, y tez dorada por el sol. Y una joven con pelo largo, moreno, igualmente morena de piel, pero un par de tonos menos. Me reconozco a mí misma, solo que a diferencia de los cuadros en los que salgo con mi padre, aquí no soy una niña. Sin embargo, eso no es lo que más llama la atención. Ambos jóvenes están pintando la valla, pero ella va más adelantada. Durante el segundo plasmado en el cuadro, sin embargo, no están pintando, sino que se están mirando a los ojos.
Me alejo para verlo bien. Me parece precioso. No es lo que tenía pensado para mi serie de cuadros. Mi idea era que fuera sobre mi padre y el rancho, pero estoy segura que le gustaría verlo. No quiero dormirme mirando el cuadro. El sillón que compré es muy cómodo, pero no lo es tanto si te duermes en él durante horas. Así que vuelvo al salón principal, en la planta baja, esperando encontrar algún tipo de diversión. Oigo a Eloísa trabajando en la cocina, por lo que decido ir a ver si me deja ayudar. Cuando entro en la cocina americana, la veo preparando un montón de ingredientes y cuencos.
-Hola, Eloísa. ¿Qué haces? ¿Puedo ayudarte?
-Por supuesto que puede, señorita. Estoy haciendo galletas de pepitas de chocolate. Nuestros vecinos nos han invitado a su rancho a cenar esta noche, y es de mala educación presentarse sin un regalo.
Pasamos la tarde haciendo galletas. Me enseña la receta secreta de su familia, y yo le juro que no se la contaré a nadie. Mientras las galletas se están haciendo en el horno, Eloísa me da permiso para ir a asearme y arreglarme para la cena. No creo que una cena formal aquí sea igual que en L.A. Allí, me pondría un elegante vestido de noche con un complejo recogido y taconazos. Pero un rancho no me parece el lugar adecuado para vestir así, por lo que escojo un vestido veraniego blanco, ajustado en la parte de arriba y con mucho vuelo a partir de la cintura. Lo complemento con unas botas vaqueras doradas que me suben hasta las rodillas. En el pelo, me limito a hacerme una coleta con tirabuzones suaves, dejando un poco suelto para enmarcar mi cara.