— ¡Mira, Ana! —gritó Noemí, mientras gritaba con los brazos extendidos, como si pudiera tocar el cielo. —¡soy una mariposa!
Ana, con su cabello rizado y su sonrisa traviesa, se unió al juego, —¡No! ¡Eres una estrella! —respondió, saltando de un lado a otro. —¡Las estrellas brillan más que las mariposas!
Noemí se detuvo y pensó por un momento;
— Pero las mariposas son libres y pueden volar a dondequieran ¿No quieres ser libre?
Ana frunció el ceño, pensativa, — sí...pero también quiero brillar. ¿Y si podemos ser ambas cosas?
Noemí se río; — ¡entonces seremos estrellas mariposas! ¡volaremos juntas el cielo!
Las dos hermanas se abrazaron, llenas de risas y sueños. El sol brillaba sobre ellas, y el mundo parecía infinito.
— Prométeme algo Ana —dijo Noemí con ternura; —si alguna vez te alejas mucho, siempre volverás a buscarme.
Ana asintió con firmeza, —siempre volveré por tí, Noemí. Nunca te dejaré sola.
Las dos hermanas a pesar de su diferencia de 4 años, compartían un vínculo especial forjado en la soledad de su hogar.
Habían crecido junto a su padre, quien se esforzaba por llenar el vacío dejado por la madre de ambas. Quien murió al dar a luz a la menor, Noemí.