Con el paso del tiempo, Ana se convirtió en una figura fundamental para Noemí.
La pérdida de su madre había dejado un vacío inmenso en sus corazones, pero juntas encontraron formas de apoyarse y enfrentar el dolor.
Sin embargo, como en cualquier relación, también habían momentos de tensión.
Las diferencias de personalidad a veces llevaban a discusiones.
Ana con su carácter decidido y protector, a menudo chocaba con la naturaleza impulsiva y soñadora de Noemí.
Una tarde, mientras organizaban el armario de su madre para hacer espacio a nuevas memorias, una pequeña pelea estalló por un viejo vestido que había pertenecido a la madre de ambas.
— ¡Ése vestido es mío! —gritó Noemí aferrándose a él, mientras Ana intentaba quitárselo.
— No es sólo tuyo Noemí. Mamá lo usaba para ocasiones especiales, debemos decidir juntas qué hacer con él. —respondió Ana con frustración.
La discusión escaló rápidamente hasta que ambas se dieron cuenta de que estaban hablando sin escuchar.
En un arranque de enojo, Noemí empujó el vestido hacia Ana y salió corriendo al jardín.
Ana quedó paralizada por un momento, sintiendo cómo la tristeza la invadía.
Se sentó al borde de la cama, sintiendo las lágrimas asomarse a sus ojos.
Unos minutos después, Noemí regresó con la cara cubierta de lágrimas. Se sentó al lado de Ana, y las dos se miraron en silencio.
Finalmente, Noemí rompió el hielo.
— Lo siento...No debí gritarte así —dijo entre sollozos.
— Sólo quería sentirme cerca de mamá.
Ana la abrazó suavemente.
— Yo también lo siento. A veces me siento tan abrumada tratando de ser fuerte para las dos...Pero no siempre sé cómo hacerlo.
— prometamos no dejarnos llevar por las peleas —sugirió Noemí.
Ana sonrió entre lágrimas y asintió con la cabeza.
— Gracias por ser mi hermana mayor...Y mi amiga —dijo Noemí.
Ana le dio un suave golpe en el hombro con una sonrisa traviesa.
— y gracias por ser mi hermana menor...No puedo imaginar mi vida sin tí