A un paso del cielo

La noticia

El semestre en la universidad había comenzado con gran entusiasmo para Ana.

Se sentía emocionada por sus clases, especialmente por la de psicología, que siempre había sido su pasión.

Sin embargo, a medida que pasaban las semanas, comenzó a sentir un cansancio inexplicable.

Las noches se sentían más largas y los días más pesados, pero ella se esforzaba por mantener su rutina.

Una mañana, mientras estaba en clase, un fuerte dolor de cabeza la sorprendió.

Era un dolor punzante que parecía surgir de la nada. Ana intentó ignorarlo y centrarse en lo que decía el profesor, pero cada palabra se volvía en un eco distante.

La luz del aula le molestaba los ojos y su mente se sentía nublada.

— Ana ¿Estás bien? —le preguntó su compañera de clase, María, al notar su palidez.

— Sí...Sólo un poco cansada —respondía Ana, tratando de sonreír.

Pero el dolor se intensificó y antes de que pudiera reaccionar, todo se volvió negro.

Cuando volvió en sí, estaba recostada en una camilla en la enfermería de la universidad.

A su lado estaba María, visiblemente preocupada.

— ¡Ana! Gracias a Dios que despertaste. Te desmayaste en clase. Estabas muy pálida —dijo María, mientras le tomaba de la mano.

—¿Te sientes mejor?

Ana se sentó lentamente, aún aturdida.

— No sé qué pasó...Sólo me dio un dolor en la cabeza muy fuerte.

La enfermera le dijo que tenía que hacerse más exámenes en un centro de salud para saber qué le estaba pasando realmente.

Al día siguiente, Ana se dirigió al centro de salud .

Al llegar, Ana se sentó en la sala de espera, sintiendo un ligero temblor en el estómago.

Después de un rato, una enfermera pasó a llamarla para hacerse los exámenes.

Ana siguió a la enfermera por un pasillo blanco y pulcro hasta una sala, donde le explicaron los procedimientos que iba a realizarse.

Una vez finalizados los exámenes regresó a la sala de espera, donde pasó unos minutos revisando su teléfono.

La espera se sentía interminable hasta que finalmente apareció el médico.

— Ana ¿Verdad? —dijo el médico mientras revisaba su expediente.

— Vamos hablar sobre tus resultados.

Ana lo siguió hasta su oficina, y la noticia que cambiaría su vida estaba a punto de saberse.

Ana salió de la consulta del médico, sintiéndose como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies.

La noticia de su enfermedad terminal era un golpe devastador.

Un año más, ése era el tiempo que le quedaba.

Cada paso que daba hacia la salida del centro de salud se sentía más pesado que el anterior.

Decidió no contarle nada a nadie. ¿Cómo podría?

No quería que Noemí y su padre se preocuparan por ella.

Ana siempre había sido fuerte y optimista, no podía permitir que su enfermedad cambiara éso.

Al llegar a casa se miró al espejo. Su reflejo parecía el mismo, pero en su interior todo había cambiado.




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