Habían planeado una noche de películas y palomitas.
Mientras veían sus películas favoritas, Ana hizo todo lo posible por mantenerse presente y disfrutar del momento.
Las risas llenaban la habitación y las palomitas volaban por los aires.
Pero a medida que avanzaba la noche, Ana sentía como su corazón se apretaba cada vez más al pensar en lo que le esperaba.
Era como si estuviera llevando una máscara pesada; por fuera estaba feliz y relajada, pero por dentro lidiaba con un torbellino de emociones.
— Ana ¿Estás bien? —preguntó Noemí
Ana sonrió ampliamente.
— Sí...sólo estoy un poco cansada. Las clases de hoy me dejaron un poco agotada —respondió, sintiendo un nudo en la garganta mientras trataba de desviar la atención.
Noemí no insistió más y siguieron disfrutando de la película.
De la nada Noemí comenzó a hablar sobre sus sueños futuros: Viajar a Europa después de graduarse y vivir aventuras inolvidables con su hermana.
Ana la escuchó atentamente, sintiendo una punzada en el corazón ante la idea de no estar ahí presente para poder ver todo lo maravilloso que le esperaba a su hermanita.
— ¡Ana! —dijo Noemí con entusiasmo
— ¡Deberíamos planear un viaje juntas¡
¿Te imaginas explorando París?
Ana forzó una sonrisa.
—Suena increíble...Pero Debemos esperar un poco más antes de hacer planes tan grandes —respondió Ana evasivamente.
Noemí frunció el ceño —¿Porqué? La vida es corta y hay tanto que ver. No deberíamos dejar nada para mañana.
Las palabras de Noemí resonaron en Ana como un recordatorio doloroso de su propia realidad.
Ésa noche antes de dormir, Ana se sentó en su cama con su libro abierto frente a ella.
Decidió escribir sobre lo que realmente sentía, era como una forma de liberar el peso emocional que llevaba consigo.
— Hoy he sentido miedo —escribió
— Miedo a perderme todo lo bello que hay en este mundo, y miedo a dejar atrás a las personas que amo.
Mientras cerraba su libro, esa noche Ana miró por la ventana hacia las estrellas brillantes en el cielo oscuro.