Las sombras de su enfermedad acechaban, recordándole como su vida había dado un giro inesperado y devastador en cuestión de segundos.
Las lágrimas caían silenciosas sobre su almohada, como un torrente que no podía contener.
Era un llanto lleno de dolor, frustración y profunda sensación de pérdida.
Recordaba los planes de futuro que parecían tan seguros. Todo éso se había desvanecido en un instante, arrastrado por el diagnóstico que cambió su mundo.
Ana se sentía como una extraña en su propio cuerpo.
El reflejo le mostraba a alguien que había perdido no sólo su salud, sino también su identidad.
Las citas médicas se habían convertido en una rutina aterradora, cada vez que entraba en la sala de espera del hospital.
Se preguntaba cómo era posible que el tiempo pudiera seguir avanzando mientras ella se sentía estancada en un ciclo interminable de tratamientos y preocupaciones.
Mientras las lágrimas empapaban sus mejillas, Ana cerraba los ojos y deseaba poder retroceder en el tiempo.
Quería volver a ésos días despreocupados, donde los problemas parecían lejanos y la vida era una aventura emocionante.