El tiempo había pasado volando y Ana se encontraba en un momento crucial de su vida.
El día había empezado como cualquier otro, pero Ana sentía que el peso de la enfermedad era más intenso que nunca.
A pesar de su valentía, había momentos en los que la realidad se hacía innegable.
Había luchado con todas sus fuerzas, pero el peso del dolor se había vuelto insoportable.
El médico le comunicó que su tiempo estaba llegando a su fin, Ana consciente, pero con una mezcla de temor y alivio la invadió.
Sabía que había llegado a un punto en el que ya no podía más.
— Voy a acampar con mis compañeros éste fin de semana —les dijo a su padre y a su hermana, intentando mantener la voz firme mientras su corazón latía desbocado.
Sabía que esta sería una despedida, aunque no se atrevería a decirlo en voz alta.
La idea de enfrentar su realidad y decirles adiós directamente era demasiado dolorosa.
Así que optó por la mentira, una vez más.
Había elegido la eutanasia como una forma de escapar del sufrimiento ¿Era egoísta querer poner fin a su lucha?
El fin de semana llegó y Ana llegó al hospital. El ambiente era tranquilo, casi sereno.
Se sentó en la cama, rodeada por las máquinas que habían sido testigos de su lucha durante tanto tiempo.
El médico entró con una expresión comprensiva, no necesitaban muchas palabras para entenderse.
Era hora de tomar ésa difícil decisión.