El médico los condujo hacia la habitación donde Ana descansaba en silencio eterno.
Al abrir la puerta, Noemí sintió un nudo en la garganta al ver a su hermana tan serena y tan tranquila como siempre había sido.
Se acercó lentamente, cada paso pesando como plomo en sus pies.
Cuando llegó a su lado, tomó la mano fría de Ana entre las suyas y rompió en llanto.
— No sé cómo podré seguir sin tí...—susurró entre lágrimas.
Noemí se arrodilló junto a la cama de su hermana, su mano aún aferrada a la fría de Ana.
Las lágrimas caían sin control por sus mejillas, mientras sus palabras resonaban en la habitación silenciosa.
— Dijiste que no me dejarías sola —murmuró Noemí, sintiendo el peso del dolor aplastarla.
Cada palabra era un eco de la promesa rota, cada suspiro se sentía como un grito mudo.
Noemí cerró los ojos, deseando que al abrirlos todo fuera un mal sueño del que despertaría en cualquier momento.
Pero el silencio era ensordecedor, y en ése instante de desesperación, escuchó un ruido sordo detrás de ella.
Se dio la vuelta y vio a su padre caer al suelo, su rostro pálido como un papel.
El corazón de Noemí se detuvo por un segundo antes de que la realidad la golpeara nuevamente.
— ¡Papá! —gritó, corriendo hacia él, mientras los gritos llenaban el aire.
El personal médico apareció rápidamente, y Noemí sintió como el mundo se desvanecía aún más a su alrededor.
Mientras los médicos atendían a su padre, Noemí se sentía impotente. La angustia la consumía, y la sala parecía girar.
— Su padre está estable, se desmayó por el shok emocional —dijo el médico con calma.
Noemí se sentó en una silla cercana y llevó sus manos a su rostro, sintiendo cómo las lágrimas seguían fluyendo.
Noemí decidió volver al cuarto en donde se encontraba el cuerpo de su hermana.
Se arrodilló nuevamente, con la mirada fija en el rostro sereno de Ana.
Las lágrimas caían sin cesar, formando un pequeño charco en el suelo.
A pesar de la cruel realidad que la rodeaba, en su corazón había un atisbo de esperanza.
— Levántate Ana. Tú no estás muerta —dijo Noemí, su voz temblando entre sollozos.
— Tenías que verme con el vestido de graduación que me compraste. ¡Prometiste que estarías a mi lado en ése día!
Cada palabra era un intento desesperado de aferrarse a los recuerdos, de negar lo innegable.
Noemí se imaginaba a sí misma en el escenario con su vestido brillante, buscando a Ana entre la multitud para compartir ésa felicidad.
Pero todo éso se sentía como un eco lejano.
— Todavía hay tantas historias que contarme —continuó, sintiendo cómo su pecho se apretaba. — Y tantos besos que darme...