Noemí tuvo que regresar sola a casa, mientras su padre seguía hospitalizado.
Llegó la noche, y Noemí se encontraba mirando las estrellas desde su ventana.
Noemí se puso a llorar al acordarse de las noches en las que solía estar junto a su hermana.
Tomó el vestido que Ana le había comprado y lo colgó frente a ella.
Con un bolígrafo en mano, se sentó en su escritorio.
La habitación estaba iluminada por la suave luz de una lámpara, y el silencio sólo era interrumpido por el suave susurro de las hojas del libro pasar.
Noemí miró el espacio vacío y respiró hondo ¿Qué podría escribir?
Las palabras fluyeron lentamente al principio, como si estuvieran aguardando el momento correcto para salir.
Finalmente, comenzó a escribir:
Hoy cierro éste libro, pero no nuestra historia.
Cada palabra que has compartido conmigo ha dejado una huella imborrable en mi corazón.
Gracias por ser mi hermana, mi amiga y mi guía.
Me esforzaré por seguir tus pasos;
ser valiente, amar sin medida y nunca dejar de soñar.
Te amo hoy y siempre.
Noemí dejó caer el bolígrafo sobre la mesa, había encontrado las palabras adecuadas para despedirse no sólo del libro, sino también de la partida de su hermana.
Cerrar el libro no significaba olvidar a su hermana, sino recordarla con amor y gratitud.
La conexión con su hermana seguía viva en cada palabra escrita.
Y de ésa forma cerró el libro con firmeza.