Un año después...
Noemí se despertó una mañana más, los rayos del sol colándose por la ventana y llenando su habitación de luz dorada.
Sin embargo, a pesar de la calidez del día, su corazón seguía cargando el peso de la tristeza.
Su padre, sumido en un estado vegetativo después de la muerte de Ana.
Mientras se preparaba para el día, miró una foto que tenía con Ana y su padre, que estaba en la mesita de noche.
En ella Ana sonreía, y su padre estaba tan contento .
Ésa imagen era un refugio, pero también una herida abierta.
Ése día había sentido que era el momento de alejarse de la rutina y buscar un espacio en donde pudiera conectar con sus emociones.
Así que decidió hacer una excursión a las montañas, donde podía escuchar el eco de su corazón.
Al llegar a la cima, el paisaje la dejó sin aliento. Los valles verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y el cielo azul parecía abrazar cada rincón del mundo.
Noemí se sentó sobre una roca grande, dejando que el aire fresco acariciara su rostro.
Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo cómo la naturaleza la rodeaba.
Con cada inhalación, sentía que absorbía la naturaleza del lugar, liberaba un poco más de su tristeza.
Finalmente, cuando se sintió lista, abrió los ojos y miró al horizonte.
Era un momento de conexión pura con todo lo que le rodeaba.
— Mamá, Ana —susurró Noemí con voz temblorosa —sé que están aquí conmigo, he tratado de ser fuerte, pero, a veces me siento tan perdida. Quiero que sepan que las llevo en mi corazón siempre.
Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras las palabras fluían de su interior.
Se sentía vulnerable pero liberada al mismo tiempo.
Cada lágrima era una forma de dejar ir el dolor acumulado.
En ése preciso instante, una suave brisa comenzó a soplar, como si la naturaleza misma respondiera a sus palabras.
Noemí sintió como el viento acariciaba su rostro, llevándose consigo su tristeza y dándole un abrazo cálido en medio del frío de las montañas.
— Nunca te olvidaré Ana —dijo Noemí al viento. —Siempre vivirás en mí.
La brisa no sólo traía consigo sus lágrimas, también traía consuelo y esperanza.
Mientras comenzaba a descender por la montaña, sintió que cada paso era más ligero que el anterior.
El aire fresco llenaba sus pulmones y su corazón latía con fuerza.
Ya no estaba sola en su dolor, llevaba consigo el amor de Ana como un faro en su vida.
Al llegar al pie de la montaña, miró hacia atrás una última vez.
El paisaje era hermoso y vasto; un recordatorio del viaje que había emprendido no sólo hacia las montañas, sino también hacia dentro de sí misma.
Y así fue como encontró su camino hacia la sanación:
Abrazando el pasado mientras creaba su futuro