ABBY
Cuando entro a la librería, mis ojos se llenan de brillos y de ilusión. Es casi lo mismo a cuando entro en un estudio de baile, o en los auditorios soñados con los que me ilusiono todos los días, pensando que podría ver una obra ahí. O aun mejor, que podría llegar a bailar ahí, de ser una espectadora más a ser la artista.
Sigo entre las estanterías y observo libros muy valiosos en mi corazón, sobre todo porque ya los he leído antes y los tomo a todos. Debo, inclusive, busca un canasto. ¡Un canasto, por fin! Siempre envidié a las personas que usan canasto para cargar libros al ingresar a una librería y por fin yo podría hacer uso de uno de ellos, gracias a que tengo el dinero para comprar todos los libros que me vengan en gana.
De esos que si preguntas el precio, es solo porque forma parte del proceso de la compra y no te interesa en lo más mínimo. Me gusta, lo compro. Así de sencillo. Es un día con el que muchas veces soñé y hoy, por fin, está aquí.
Tomo todos los libros de la saga pecados placenteros y los meto en mi canasto, me voy con mi diosa Eva hasta el mostrador y le digo que me los llevo. Luego regreso al sector de los clásicos y busco la obra completa de Jane Austen en una edición hermosa de esas que vienen en cajitas forradas con diseños originales. Acto seguido me meto en las novedades y tomo los de mi admirada autora Joana Marcus, saliendo ya de los clásicos para dar con los juveniles. También me los llevo.
Una vez que paso a dejarlos en el mostrador, la mujer de la caja me mira ajustándose las gafas y me pregunta:
—¿Te los llevas también?
—A todos—le confirmo.
—¿Y cómo piensas pagarlo? Digo… ¿Quizá quieras que revisemos el cupo de tu tarjeta de crédito antes?
Es que no tengo tarjeta de crédito porque en Estados Unidos soy ilegal y acá todo lo cobro en efectivo y en mano, un billete arriba del otro.
—Tranquila, yo tendría las mismas dudas—le confirmo, sobre todo considerando que varias veces vine solo para mirar las estanterías, haciendo de cuenta que nadie se daba cuenta de que yo estaba ahí.
Hubo un punto en que las personas que atienden el lugar dejaron de preguntarme si me podrían ayudar en algo, por fin podría decirle que me lo llevo todo.
Le muestro el fajo de billetes y ella abre grandes los ojos.
—Todo este tiempo estuve haciendo una lista mental de los libros que me llevaría—le advierto, para luego guiñarle un ojo y regresar a las estanterías, esta vez de comics y me llevo dos, como para probar ya que no soy muy consumidora de comics.
Por consiguiente me muevo hasta las agendas y tomo una con frases motivacionales de escritoras y le cierro aquí mi compra.
Una vez que estoy a punto de pagarle, para luego considerar llamar a un taxi para llevarme todas estas bolsas, el despertador en mi móvil comienza a sonar.
Lo busco en mi cartera y observo que son las seis de la madrugada y hay una alarma sonando que dice “ARRIBA, COMIENZA EL DÍA, VE A TRABAJAR”.
El corazón se me viene a los pies y elevo la mirada. La dependienta me está observando con gesto gruñón, enojado.
Sabe que todo esto ha sido una farsa.
No soy estoy.
Mi sueño de entrar a la librería y llevarme todos los libros que anhelo, sigue siendo eso. Un sueño y nada más.
Con el corazón en un puño, me desvanezco de este mundo y abro los ojos. De verdad. En el mundo real, fuera de este maravilloso sueño.
Afuera aún ni siquiera ha amanecido y está un poco fresco, pero no me queda más opción que levantarme de este catre de mala muerte y salir a mi trabajo de mala muerte por unos pocos billetes que apenas me alcanzan para pagarme algo de comida en esta ciudad extranjera.
Con un largo suspiro, salgo del catre y me meto al baño para asearme y dar inicio a mi pesada existencia.
Un milagro.
¡¡¡Necesito un milagro, por favor!!! ¡¡¡Lo suplico!!!