KEMUEL
Los pulmones me arden mientras dejo que el aire fresco me llene el pecho, debido a que estoy agitando, huyendo, sin medir mi cadencia ni mi frecuencia respiratoria o los latidos, solo ando por la acera del parque, por el costado del lago, como si quisiera ahogarme o desaparecer sin más.
Los recuerdos, como siempre, llenan mi cabeza de manera aterradora. Recuerdos felices, que ahora solo aparecen para asustarme, para hacerme sentir un ser miserable.
“Tengo una duda, ¿por qué existen muchos productos para la higiene de la entrepierna de la mujer, sobre todo en las propagandas de la TV, pero no hay para que los hombres se laven sus partes íntimas? Eso nos evitaría muchos disgustos a la hora de querer encontrarse en privado con alguno de estos caballeros que no se dignan siquiera a utilizar agua y jabón, por favor, ¡un mínimo de respeto les pido!”
Ella estaba hablando en serio, pero todos en ese momento largaron a reír a carcajadas, que irrumpieron en el salón durante la clase de ESI que estaban teniendo en aquel momento. En efecto, la docente los frenó y soltó un discurso sobre Sociología, Filosofía e Historia que encendió un arduo debate que a todos nos hizo entrar en conciencia. Información valiosísima que finalmente se pudo apreciar.
Aproveché el intervalo de una clase y otra par acercarme a ella y presentarme. “Soy Kemuel, tu pregunta fue muy interesante, sospecho que conversar contigo ha de ser bastante revelador” le confesé.
Ella me sonrío, con sus dientes blancos y los ojos color chocolate también se achicaron al corresponder y presentarse.
“Ginevra. Con v baja.”
“Vaya, ese acento. ¿Italiana?”
“Giusto, tesoro.”
Carajo, solo quiero olvidarla, pero no puedo.
En días como este, que todo parece irse al demonio, que el mundo entero se vuelve agobiante y desesperanzador es cuando vienen a mí los recuerdos de mi pasado junto a ella, fueron muchos años, éramos apenas unos chicos en aquel entonces. Luego hicimos la universidad juntos, ¡postulamos juntos y nos graduamos a la vez en la misma carrera, por todos los cielos!
Pasamos por las fuerzas de seguridad, terminamos casi al mismo tiempo, pero nuestra relación ya no era lo mismo.
Ella me fue infiel dos veces durante el paso por la universidad, cortamos e intenté estar con otra chica, pero ni siquiera me gustó.
Al volver, nuestra relación ya estaba contaminada.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras sigo corriendo por el parque, trayendo a mi memoria esa situación horrible, su llanto, su expresión de culpa mientras la acusaba, mis gritos en la habitación de la residencia, el dolor desgarrando mi garganta. Ella quería terminar conmigo sin que yo supiera cómo era poder hacerme una idea de lo que podría significar una vida a solas, sin su apoyo, sin tomarla de la mano cuando siento que todo se viene abajo, una vida sin dormir a su lado, abrazados. Una vida sin su risa, sin su mirada que parece endulzar el ambiente, sin sus abrazos que me salvaron más de una vez.
¡¡¡Rayos!!!
Ya no está.
Se terminó.
Si en aquel momento volvió conmigo, fue quizás por pena. Porque no me aguantaba, no me soportaba más y yo ahí estaba, intentando estirar algo condenado a explotar. Hasta que un día simplemente se apareció llorando ¡en una videollamada! durante un viaje donde fue a visitar a sus padres y me lo dijo.
“No puedo más, realmente no puedo más con esta relación, no me hallo a mí misma, me siento atrapada y estancada.”
“¿De qué hablas?”
“Esto que tenemos no va hacia ninguna parte, ¿no lo ves?”
“¿Ninguna parte? ¡Diez años juntos llevamos, Ginevra!”
“Por eso. ¡Es muchísimo!”
“¿Quieres estar con otras personas? ¿Es eso?”
“Postulé a un cargo fuera del país.”
“¿Q-qué…?”
Sabía que quería eso, habíamos conversado hace tiempo de la posibilidad, pero nunca de manera definitiva. Y se me adelantó. Lo hizo ella sola.
“No…no quieres que vaya contigo, ¿verdad?” Considerando que ni siquiera se digna a decirme dónde va a ir.
“Kemu, yo…quiero estar sola. Quiero intentarlo. Llevo casi la mitad de mi vida contigo, somos dos personas jóvenes.”
“Veintiocho años tenemos, Ginevra.”
“Yo aun tengo veintisiete y quiero la experiencia de estar sola, ¿está mal eso?”
Silencio.
Hubo un silencio tajante en aquel momento durante la videollamada. ¡Me cortó por videollamada, qué cobarde! No está mal que lo haya hecho, no hay normas ni leyes que establezcan cómo debes terminar una relación, pero ¿esto? Esto ya era demasiado doloroso y estando lejos, no podría hacerla cambiar de opinión ni con un beso o con un abrazo, tampoco con una noche de intimidad.
Ya nada tendría sentido en absoluto, por eso lo estaba haciendo de esta manera.
“Lo siento…” le dije. “Siento mucho esto. Perdóname si hice algo o hubo algo que no te gustó, que te pudo hacer sentir mal.”
“No hay nada que perdonar, nada que sentir. Así es como deben ser las cosas y son dolorosas para ambos, lo sé.”
¿Para ambos? Ella me pidió cortar, yo no quería hacerlo, ¡claro que mi dolor era aún más profundo!
Con el tiempo entendí que había formado una relación de horrible co-dependencia con ella, que mi estado vital iba a su ritmo haciéndome olvidar por completo cómo era el mío. Lo cual me obligó a cambiar muchas cosas en la vida.
Comencé a hacer ejercicio, pasé por una depresión horrible, escapé de Kansas, la ciudad donde crecí y conseguí la derivación a Virginia, junto a Washington, trabajando en el mismísimo Pentágono, para la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa en operaciones militares y como agente encubierto.
Puse toda mi concentración en el trabajo, siendo el día de hoy una situación muy compleja la que me trajo a este parque a correr, como si quisiera escapar de todo. De mi pasado, de mi presente, de quién soy.