Acaba con nosotros

Capítulo 3

ABBY

 

Mientras estrujo la fregona en el balde, este se me da vuelta y se parte porque le he presionado demasiado fuerte.

Acto seguido me vuelvo al dueño del café quien está en la caja, observando lo que hago, completamente indignado al verme actuar de esa manera tan torpe que ya le tiene harto. Está haciendo caja, ya a punto de cerrar, pero puede estar alerta al mismo tiempo de cada uno de mis movimientos.

Juro que lo intento, pero no entiendo cómo es que sucede que todo me sale siempre tan mal. O quizá sí lo sé, es que detesto este trabajo, detesto esta vida, no quiero seguir así, aunque tampoco tengo otra alternativa que me permita un cambio.

—¡Eres una inútil!—me grita.

—Lo…lo siento, señor, lo siento tanto—intento excusarme—. Puede descontarlo si lo ve necesario—le digo con los ojos ardiendo, a sabiendas de que en cualquier momento soltaré el llanto de mi vida que vengo conteniendo por temor a la pena, a las represalias y a la vergüenza. Sé que es un hombre humillante, pero también comprendo que yo no he hecho más que darle motivos para que me trate de este modo.

—¡Por supuesto que te lo descontaré!—me dice, furioso—. ¡Y se restará también de tu paga las copas que rompiste hace dos días y los platos de anoche!

Caramba.

—Está…está bien—le digo.

Saca cuentas y me muestra la calculadora de su móvil.

—Eh…¿eh? ¿Veinte dólares?

—Esta quincena tu pago…

—¿Restando las copas y todo queda en eso?

—No. Me debes veinte dólares.

Parpadeo, asombrada.

—¿Sabes cuántas horas tienes que trabajas atendiendo mesas y fregando pisos para poder pagar esas copas, demonios?

Trago grueso.

Todo este tiempo, todos estos días trabajando para nada. 

—No puede ser—le pido—. Necesito el dinero, puede descontármelo en tres pagos si puede…o en cuatro o cinco. ¿Sí? Por favor—insisto.

Acto seguido toma un fibrón y un papel grande. Escribe algo, le pone cinta adhesiva y me pasa solo el papel que acaba de escribir.

—Hazme el favor y pega eso en la vidriera.

—Sí, de inmediato—le digo, agradecida por la oportunidad de seguir trabajando para él. ¿Eso significa que me perdonará y me dará otra oportunidad?

Lo tengo en manos y, antes de pegarlo, lo leo.

—¿Aquí está…bi…?

No termino la frase cuando le hago esa pregunta.

“Se busca empleada”. Eso dice.

Y el corazón se me viene a los pies.

Me vuelvo a él, decepcionada, pero baja la mirada y me advierte:

—Tienes cinco minutos para tomar tus cosas y largarte, probablemente así olvide los veinte dólares que me debes.

Trago grueso, buscando no romper en llanto delante de él.

Pego finalmente el cartel como la última orden de su parte y me voy por un costado hasta la cocina donde tengo mi bolso. Guardo las cosas del baño acá y salgo.

—G…gracias por la oportunidad, señor—le digo.

Acto seguido él me detiene al hablarme justo cuando paso la caja.

—Abby—me habla.

Levanta la mano y me da un billete.

Son cien dólares.

—Come algo. Estás muy pálida, quizá te sirva hasta que encuentres otra cosa, solo no digas que trabajaste acá, no me comprometas con las recomendaciones. ¿Okay?

Inspiro profundo.

Estoy a punto de rechazar ese dinero, pero finalmente avanzo y lo acepto. Le agradezco una vez más y sigo andando, pero resbalo con el agua y jabón de la fregona que yo misma rompí, cayendo de trasero.

—¡Ay!—digo, adolorida.

Me pongo de pie, tratando de no mirarlo a él quien no se mueve para ayudarme y salgo del lugar, totalmente apenada.

Considero escribirle a mi madre, quiero decirle que me siento fatal, que quiero volver a casa, pero no puedo.

Vine desde México de manera ilegal, me quedé acá y mi objetivo es crecer como bailarina, progresar, entrar a una productora o estudio de baile, sin imaginarme que podría llegar a ser tan complicado.

La competencia es feroz y el nivel es altísimo.

Apenas llegué, me di cuenta que sería muy difícil.

Mis ahorros ya son nulos, junté dinero, aunque muy poco comparado con lo que se exige acá para sostener cierto nivel de vida.

Solo tengo cien dólares, el bolso y una habitación de mala muerte que estoy rentando en una casa en los suburbios de Virginia.

Sigo andando, considerando la idea de comer algo. Iré a pie, para ahorrar dinero, aún sabiendo que me queda lejos.

Paso por el parque, corto camino bordeando el lago, consciente de que pasar sola a estas horas de la noche puede ser peligroso, aunque no puedo hacerlo de otra manera ya que quiero llegar pronto, he estado mal alimentada estos días y no quiero gastar energías demás.

Paso por un puente del lago hasta que escucho unos gritos.

—¡No, por favor…!

Y un golpe.

Hay un bebé llorando también.

Me vuelvo rápidamente, escondiéndome entre los arbustos, aferrada con firmeza a mi bolso hasta que la escena me deja totalmente aterrada.

Pero no soy la única espectadora aquí.

Hay un hombre en el otro extremo observando también la manera en que dos sujetos intentan arrebatarle su bebé a una indigente bajo el puente.

No tiene que ser verdad, ¡no!

 




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